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Columnista - 14 diciembre, 2015

Brisa entre tus venas

Con las brisas de diciembre Villanueva se convierte en el pueblo más feliz del mundo. Sales a la calle y en el cielo solo un hilito de nubes que se esfuman. Entonces a tu pelo llegan las caricias de la brisa. Son caricias con olor a mar que llegan junto a un frente frío de […]

Con las brisas de diciembre Villanueva se convierte en el pueblo más feliz del mundo. Sales a la calle y en el cielo solo un hilito de nubes que se esfuman. Entonces a tu pelo llegan las caricias de la brisa. Son caricias con olor a mar que llegan junto a un frente frío de invierno del polo norte; caricias perfumadas con sándalo y gasolina venezolana, que te llenan el cuerpo de una sensación incierta que se apodera de tu alma, te abraza, te besa, te posee, te pone happy, y entonces solo puedes entregarte a su placer; aunque a veces traiga con ella una de esas virosis que hacen que te duelan los huesos, una virosis fastidiosa que por suerte sucumbe pronto ante la magia del acetaminofén.

Con la brisa decembrina aflora la alegría esencial que se siente en Cartagena, en la ciudad amurallada, cuando turistas y lugareños confluyen volcados sobre la euforia de la calle. Sentir la brisa en Villanueva es sentir la brisa en Cartagena. La misma alegría que se siente en la plaza Simón Bolívar se siente en el castillo de San Felipe, cuando cae la tarde. Sentir la brisa en Villanueva es sentir la brisa en Santa Marta. Como Momo del Villar vive uno un idilio marino mientras hace brisa. Sentir la brisa en el parque del Blanca Martínez es tan placentero como sentirla cuando te abraza en el parque Tayrona o en el Cabo de la Vela, viendo a cachacos y gringos llegar con sus expectativas de postales a fotografiarse, a tomar baños con agua de sal, a chamuscarse bajo un sol indiferente con la complicidad de la brisa; brisa decembrina que embriaga, que incita al enamoramiento, que despeluca como quien no quiere la cosa a quien se atraviese en su camino. Uno como que presiente que esta brisa no es la misma de otras temporadas. Esta es una brisa que huele al perfume de los cuerpos, es una brisa influenciada por las estrellas, una brisa seca que incita a la humedad de los besos.

Seguramente mientras lees esto también hace brisa en Valledupar. Brisa en el río, brisa en el café de las madres, brisa en La Novena, brisa en La Galería y en el callejón de Pedro Rizo. Cuando brisa las caras se alegran, como esperanzadas con lo que traerá la bonanza de la temporada. Brisa y las heridas recientes se secan, cicatrizan; las sombras son arrastradas como insectos muertos hacia los rincones del corazón mientras las primeras luces navideñas empiezan a titilar sobre el asfalto. Con la brisa todo se hace irreal, se esfuma el calor, en las calles se percibe el aleteo de millones de mariposas que se escabullen. Sin embargo; llega diciembre y entonces las nostalgias, todas las nostalgias, son brisa viajando entre tus venas.

Columnista
14 diciembre, 2015

Brisa entre tus venas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Con las brisas de diciembre Villanueva se convierte en el pueblo más feliz del mundo. Sales a la calle y en el cielo solo un hilito de nubes que se esfuman. Entonces a tu pelo llegan las caricias de la brisa. Son caricias con olor a mar que llegan junto a un frente frío de […]


Con las brisas de diciembre Villanueva se convierte en el pueblo más feliz del mundo. Sales a la calle y en el cielo solo un hilito de nubes que se esfuman. Entonces a tu pelo llegan las caricias de la brisa. Son caricias con olor a mar que llegan junto a un frente frío de invierno del polo norte; caricias perfumadas con sándalo y gasolina venezolana, que te llenan el cuerpo de una sensación incierta que se apodera de tu alma, te abraza, te besa, te posee, te pone happy, y entonces solo puedes entregarte a su placer; aunque a veces traiga con ella una de esas virosis que hacen que te duelan los huesos, una virosis fastidiosa que por suerte sucumbe pronto ante la magia del acetaminofén.

Con la brisa decembrina aflora la alegría esencial que se siente en Cartagena, en la ciudad amurallada, cuando turistas y lugareños confluyen volcados sobre la euforia de la calle. Sentir la brisa en Villanueva es sentir la brisa en Cartagena. La misma alegría que se siente en la plaza Simón Bolívar se siente en el castillo de San Felipe, cuando cae la tarde. Sentir la brisa en Villanueva es sentir la brisa en Santa Marta. Como Momo del Villar vive uno un idilio marino mientras hace brisa. Sentir la brisa en el parque del Blanca Martínez es tan placentero como sentirla cuando te abraza en el parque Tayrona o en el Cabo de la Vela, viendo a cachacos y gringos llegar con sus expectativas de postales a fotografiarse, a tomar baños con agua de sal, a chamuscarse bajo un sol indiferente con la complicidad de la brisa; brisa decembrina que embriaga, que incita al enamoramiento, que despeluca como quien no quiere la cosa a quien se atraviese en su camino. Uno como que presiente que esta brisa no es la misma de otras temporadas. Esta es una brisa que huele al perfume de los cuerpos, es una brisa influenciada por las estrellas, una brisa seca que incita a la humedad de los besos.

Seguramente mientras lees esto también hace brisa en Valledupar. Brisa en el río, brisa en el café de las madres, brisa en La Novena, brisa en La Galería y en el callejón de Pedro Rizo. Cuando brisa las caras se alegran, como esperanzadas con lo que traerá la bonanza de la temporada. Brisa y las heridas recientes se secan, cicatrizan; las sombras son arrastradas como insectos muertos hacia los rincones del corazón mientras las primeras luces navideñas empiezan a titilar sobre el asfalto. Con la brisa todo se hace irreal, se esfuma el calor, en las calles se percibe el aleteo de millones de mariposas que se escabullen. Sin embargo; llega diciembre y entonces las nostalgias, todas las nostalgias, son brisa viajando entre tus venas.