En un panel en el que participé hace unas semanas con Imelda Daza (hoy candidata vicepresidencial de las Farc), me atreví a sugerirle que lo mejor era que en estos momentos, los exjefes de las Farc (Timochenko, Márquez, Santrich y demás) dieran un paso al costado para liderar la difícil etapa de implementación que aún […]
En un panel en el que participé hace unas semanas con Imelda Daza (hoy candidata vicepresidencial de las Farc), me atreví a sugerirle que lo mejor era que en estos momentos, los exjefes de las Farc (Timochenko, Márquez, Santrich y demás) dieran un paso al costado para liderar la difícil etapa de implementación que aún tenemos por delante. Para acompañar proyectos productivos, encabezar los procesos de verdad ante la JEP, coordinar las labores de reparación a las víctimas y tratar de mantener a los excombatientes cohesionados para que no fueran a engrosar las filas de las disidencias.
En consecuencia, el espacio de las listas para aspirar a Congreso debía ser ocupado por personas del movimiento, no muy cuestionadas (que las hay) y personajes civiles afines a su movimiento (que también los hay).
Lo que proponía era que esos líderes cuestionados de hoy, luego de cuatro años apostando por la reconciliación fuera de cámaras y protagonismos, con muchas heridas del conflicto ya curadas, y con parte de los odios calmados; pudieran, ahí sí, tener la oportunidad de aspirar. Al fin y al cabo, el acuerdo firmado habla de dos periodos de curules garantizadas en el Congreso.
Y debo reconocer que yo guardaba la esperanza que por fin la sensatez imperaría entre ellos, aspiraba percibir las muestras de humildad que nunca han tenido, y anhelaba ver señales de querer sintonizarse con un país que no los quiere. ¡Oh! ingenuidad la mía. Cuando supe los nombres que anunciaron como candidatos confirmé que lo que prima entre los líderes de las Farc es la soberbia de siempre, y una extraña -pero muy marcada- vanidad.
¿Será que se alcanzaron a imaginar el rechazo que los anuncios de sus candidatos despertarían en la gente? ¿Será que en serio creen que tienen opción de poner presidente en un momento de polarización como el que vive Colombia hoy? ¿Habrán dimensionado que, con anuncios como los de esta semana, aumentan la probabilidad de que el próximo presidente venga de la derecha?
Las respuestas a estas preguntas me inquietan, pues me resisto a creer que se pueda ser tan torpe en política. ¿O será que la torpeza les alcanza para creerse el cuento de que su aspiración presidencial despertará a las siempre tranquilas masas del abstencionismo, y que allí están los votos que les hacen falta?
En todo caso, creo que con el fragor de la derrota que seguro sufrirán en las urnas en marzo y mayo próximos, por fin entenderán que la soberbia y el narcisismo no son las mejores armas para aprovechar la oportunidad que la historia y el país hoy les brinda. Sólo entonces serán conscientes del error en el que cayeron por culpa de la borrachera de vanidad en la que se embebieron.
ÚLTIMA PALABRA: Pese a lo anterior, sigo convencido que el acuerdo de paz era el camino más propicio para ponerle fin a las Farc como guerrilla. Ahora en política será mucho más fácil y menos costoso -en términos económicos y de vidas humanas- derrotarlos.
Por Hernán Araujo Ariza
En un panel en el que participé hace unas semanas con Imelda Daza (hoy candidata vicepresidencial de las Farc), me atreví a sugerirle que lo mejor era que en estos momentos, los exjefes de las Farc (Timochenko, Márquez, Santrich y demás) dieran un paso al costado para liderar la difícil etapa de implementación que aún […]
En un panel en el que participé hace unas semanas con Imelda Daza (hoy candidata vicepresidencial de las Farc), me atreví a sugerirle que lo mejor era que en estos momentos, los exjefes de las Farc (Timochenko, Márquez, Santrich y demás) dieran un paso al costado para liderar la difícil etapa de implementación que aún tenemos por delante. Para acompañar proyectos productivos, encabezar los procesos de verdad ante la JEP, coordinar las labores de reparación a las víctimas y tratar de mantener a los excombatientes cohesionados para que no fueran a engrosar las filas de las disidencias.
En consecuencia, el espacio de las listas para aspirar a Congreso debía ser ocupado por personas del movimiento, no muy cuestionadas (que las hay) y personajes civiles afines a su movimiento (que también los hay).
Lo que proponía era que esos líderes cuestionados de hoy, luego de cuatro años apostando por la reconciliación fuera de cámaras y protagonismos, con muchas heridas del conflicto ya curadas, y con parte de los odios calmados; pudieran, ahí sí, tener la oportunidad de aspirar. Al fin y al cabo, el acuerdo firmado habla de dos periodos de curules garantizadas en el Congreso.
Y debo reconocer que yo guardaba la esperanza que por fin la sensatez imperaría entre ellos, aspiraba percibir las muestras de humildad que nunca han tenido, y anhelaba ver señales de querer sintonizarse con un país que no los quiere. ¡Oh! ingenuidad la mía. Cuando supe los nombres que anunciaron como candidatos confirmé que lo que prima entre los líderes de las Farc es la soberbia de siempre, y una extraña -pero muy marcada- vanidad.
¿Será que se alcanzaron a imaginar el rechazo que los anuncios de sus candidatos despertarían en la gente? ¿Será que en serio creen que tienen opción de poner presidente en un momento de polarización como el que vive Colombia hoy? ¿Habrán dimensionado que, con anuncios como los de esta semana, aumentan la probabilidad de que el próximo presidente venga de la derecha?
Las respuestas a estas preguntas me inquietan, pues me resisto a creer que se pueda ser tan torpe en política. ¿O será que la torpeza les alcanza para creerse el cuento de que su aspiración presidencial despertará a las siempre tranquilas masas del abstencionismo, y que allí están los votos que les hacen falta?
En todo caso, creo que con el fragor de la derrota que seguro sufrirán en las urnas en marzo y mayo próximos, por fin entenderán que la soberbia y el narcisismo no son las mejores armas para aprovechar la oportunidad que la historia y el país hoy les brinda. Sólo entonces serán conscientes del error en el que cayeron por culpa de la borrachera de vanidad en la que se embebieron.
ÚLTIMA PALABRA: Pese a lo anterior, sigo convencido que el acuerdo de paz era el camino más propicio para ponerle fin a las Farc como guerrilla. Ahora en política será mucho más fácil y menos costoso -en términos económicos y de vidas humanas- derrotarlos.
Por Hernán Araujo Ariza