Un día ‘Colacho’ Mendoza, se despertó con dolores en el hombro derecho, el día anterior había amanecido tocando en una parranda. Su esposa Fanny Zuleta le dijo que llamara a su sobrina ‘Marle’ (Marlene Rincones López, o sea mi esposa) quien es Fisioterapeuta y su sobrina política. ‘Marle’ lo atendió y a los pocos días […]
Un día ‘Colacho’ Mendoza, se despertó con dolores en el hombro derecho, el día anterior había amanecido tocando en una parranda. Su esposa Fanny Zuleta le dijo que llamara a su sobrina ‘Marle’ (Marlene Rincones López, o sea mi esposa) quien es Fisioterapeuta y su sobrina política.
‘Marle’ lo atendió y a los pocos días se mejoró. ‘Colacho’ le preguntó cuánto le debía. Ella, sabiamente, le dijo: “bueno ‘tioco’ uno paga con lo que sabe, yo he atendido a tía Fanny y ella me paga con costura, me hace un vestido”. La parranda se dio días después en mi casa, sin pagar un peso, quedamos felices con ese trueque.
Hoy echo manos de esa sabia premisa para citar una deuda póstuma que tenía con las familias de mi padrino y compadre Alberto Herazo Palmera y con Federico Salas Lúquez. Dos hombres asombrosos, cada uno en escenario distinto.
‘Beto’ Herazo y yo éramos parientes por los Cotes. Fue un hombre carismático, con un humilde señorío que cualquier terrenal lo acogía.
Lo conocí por mis labores periodísticas en El Heraldo. Necesitaba una oficina y él me arrendó un apartamento en el segundo piso de su casa en la plaza Alfonso López. Desde ese día se consolidó una amistad. Hacer amistad con él era sencillo. Jesús “El Chuni” Palmera (+), lo decía. Entre ellos hubo eso, química. Ellos tuvieron una vida plena de emociones y carcajadas. Cuando trabajaron en la Gobernación del Cesar, ‘Beto’ Herazo y ‘El Chuni’ se convirtieron en lo más respetable de esa institución.
‘Beto’ fue padrino de mi boda y después mi compadre, al apadrinar a uno de mis hijos. Su cabello blanco y resplandeciente y su caminar seguro le dieron un donaire muy elocuente a su estirpe de gente.
Lo conocí con su amada esposa ‘Olguita’, ella serena e inseparable, muchas veces estuve en su casa disfrutando de encuentros llenos de sinceridad y de amistad. Sus hijos, niños y luego adultos criados a la usanza, seguramente tienen ese don de ‘Beto’ Herazo. Hoy dejo aquí estas palabras en homenaje póstumo.
(ii) Hace unos días tuve comunicación con Rubén Salas y le pregunté por su papá Federico Salas Lúquez. Su repuesta me dejó aturdido: “Aquilino, mi papá murió hace dos años”. Nunca me imaginé esa noticia,
Federico fue otro maravilloso hombre, nacido en La Jagua del Pilar (La Guajira) en 1929. Con una memoria prodigiosa y una gran frescura en sus narraciones que hacían vibrar de entusiasmo y de atención a cualquier terrenal que conversara con él. Yo viví esa experiencia.
Fue acordeonero, cantante y compositor. Familiar de Simón Salas (+). Federico era hijo de María Salas y Rafael Lúquez Durán (de Villanueva).
Visitó mucho donde Julio Mendoza, quien le vendió un acordeoncito que tenía cambio de notas que llamaban “tornillo de máquina”. Se lo vendió por $20, y aprendió a tocar con ese acordeón. Él recordaba que ‘Colacho’ cada vez que iba a su casa le decía que le enseñara a tocar. Federico le ponía sus dedos sobre los dedos de él y le marcaba los pitos, los bajos, y así aprendió ‘Colacho’.
Federico tuvo amores con Rosa Mendoza (fallecida), hermana de ‘Colacho’ y tuvieron una hija: Aracely. Después Federico fue cantante de ‘Colacho’. Federico Salas vivía en Valledupar, con su mujer Rosa Dolores Blanco, bisnieta de ‘La Vieja’ Gabriela, sus hijos: Noris, Rafael, Numidia, Jairo, Margelis, Abieser y Rubén. Hoy me siento compungido por la muerte de este hombre valioso. Dios lo tenga en su seno. Hasta la próxima semana.
Un día ‘Colacho’ Mendoza, se despertó con dolores en el hombro derecho, el día anterior había amanecido tocando en una parranda. Su esposa Fanny Zuleta le dijo que llamara a su sobrina ‘Marle’ (Marlene Rincones López, o sea mi esposa) quien es Fisioterapeuta y su sobrina política. ‘Marle’ lo atendió y a los pocos días […]
Un día ‘Colacho’ Mendoza, se despertó con dolores en el hombro derecho, el día anterior había amanecido tocando en una parranda. Su esposa Fanny Zuleta le dijo que llamara a su sobrina ‘Marle’ (Marlene Rincones López, o sea mi esposa) quien es Fisioterapeuta y su sobrina política.
‘Marle’ lo atendió y a los pocos días se mejoró. ‘Colacho’ le preguntó cuánto le debía. Ella, sabiamente, le dijo: “bueno ‘tioco’ uno paga con lo que sabe, yo he atendido a tía Fanny y ella me paga con costura, me hace un vestido”. La parranda se dio días después en mi casa, sin pagar un peso, quedamos felices con ese trueque.
Hoy echo manos de esa sabia premisa para citar una deuda póstuma que tenía con las familias de mi padrino y compadre Alberto Herazo Palmera y con Federico Salas Lúquez. Dos hombres asombrosos, cada uno en escenario distinto.
‘Beto’ Herazo y yo éramos parientes por los Cotes. Fue un hombre carismático, con un humilde señorío que cualquier terrenal lo acogía.
Lo conocí por mis labores periodísticas en El Heraldo. Necesitaba una oficina y él me arrendó un apartamento en el segundo piso de su casa en la plaza Alfonso López. Desde ese día se consolidó una amistad. Hacer amistad con él era sencillo. Jesús “El Chuni” Palmera (+), lo decía. Entre ellos hubo eso, química. Ellos tuvieron una vida plena de emociones y carcajadas. Cuando trabajaron en la Gobernación del Cesar, ‘Beto’ Herazo y ‘El Chuni’ se convirtieron en lo más respetable de esa institución.
‘Beto’ fue padrino de mi boda y después mi compadre, al apadrinar a uno de mis hijos. Su cabello blanco y resplandeciente y su caminar seguro le dieron un donaire muy elocuente a su estirpe de gente.
Lo conocí con su amada esposa ‘Olguita’, ella serena e inseparable, muchas veces estuve en su casa disfrutando de encuentros llenos de sinceridad y de amistad. Sus hijos, niños y luego adultos criados a la usanza, seguramente tienen ese don de ‘Beto’ Herazo. Hoy dejo aquí estas palabras en homenaje póstumo.
(ii) Hace unos días tuve comunicación con Rubén Salas y le pregunté por su papá Federico Salas Lúquez. Su repuesta me dejó aturdido: “Aquilino, mi papá murió hace dos años”. Nunca me imaginé esa noticia,
Federico fue otro maravilloso hombre, nacido en La Jagua del Pilar (La Guajira) en 1929. Con una memoria prodigiosa y una gran frescura en sus narraciones que hacían vibrar de entusiasmo y de atención a cualquier terrenal que conversara con él. Yo viví esa experiencia.
Fue acordeonero, cantante y compositor. Familiar de Simón Salas (+). Federico era hijo de María Salas y Rafael Lúquez Durán (de Villanueva).
Visitó mucho donde Julio Mendoza, quien le vendió un acordeoncito que tenía cambio de notas que llamaban “tornillo de máquina”. Se lo vendió por $20, y aprendió a tocar con ese acordeón. Él recordaba que ‘Colacho’ cada vez que iba a su casa le decía que le enseñara a tocar. Federico le ponía sus dedos sobre los dedos de él y le marcaba los pitos, los bajos, y así aprendió ‘Colacho’.
Federico tuvo amores con Rosa Mendoza (fallecida), hermana de ‘Colacho’ y tuvieron una hija: Aracely. Después Federico fue cantante de ‘Colacho’. Federico Salas vivía en Valledupar, con su mujer Rosa Dolores Blanco, bisnieta de ‘La Vieja’ Gabriela, sus hijos: Noris, Rafael, Numidia, Jairo, Margelis, Abieser y Rubén. Hoy me siento compungido por la muerte de este hombre valioso. Dios lo tenga en su seno. Hasta la próxima semana.