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Columnista - 1 mayo, 2013

Bartola dejó las dietas

Por Luis Augusto González Pimienta Desde pequeña supo que tendría problemas. Su acentuada obesidad los generó. Los primos le repetían episodios de su infancia para contrariarla. Y lo lograban. Se desplomaba cuando recordaba que había sido la última de la familia en gatear y la última en ponerse de pie y caminar, por causa de […]

Por Luis Augusto González Pimienta

Desde pequeña supo que tendría problemas. Su acentuada obesidad los generó. Los primos le repetían episodios de su infancia para contrariarla. Y lo lograban. Se desplomaba cuando recordaba que había sido la última de la familia en gatear y la última en ponerse de pie y caminar, por causa de su gordura.

En la adolescencia tuvo un respiro con el proceso de crecimiento que la aligeró de carnes y la hizo pensar en la esbeltez. Pasada esa etapa volvió a ser la misma gorda de siempre. De allí en adelante la vida de Bartola estuvo signada por la mortificación.

Comenzó a poner en práctica todas las recomendaciones de médicos y dietistas. Restringió los alimentos ricos en grasa animal, después las harinas, los carbohidratos y en fin, todo cuanto pudiera incrementar su peso corporal que la hacía ver como una figura de Botero.

Cada nueva dieta era una nueva frustración. Había recorrido un sinnúmero de profesionales en la materia sin lograr su objetivo. Llegó a un punto en que tuvo el convencimiento de que sabía más que sus consultores.

Optó entonces por el estudio de la bioenergética. Aprendió que el componente principal de ella es la transformación de energía, es decir, la conversión de una forma de energía en otra. Bien pronto abandonó la materia por abstrusa y en su sentir, poco práctica.

Su siguiente escala fueron los naturistas. Las hierbas pasaron a ser su nueva adicción. De hecho, transformó su jardín de flores en una huerta casera. Valeriana, manzanilla, pasiflora, poleo, jengibre, reemplazaron a las rosas, jazmines, corales y orquídeas. Otro fracaso. Pero este le sirvió para entender que con el tiempo cualquier sistema tiende a un desorden mayor, es decir, incrementa su entropía.

Parafraseando a Iriarte, tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas, quiero amiga que me diga ¿fueron de alguna utilidad? No. A partir de esos fracasos Bartola llegó a la bulimia. Su rolliza figura de la infancia alcanzó dimensiones descomunales. Tuvo necesidad de hacerse a una cama más resistente pues la anterior se le despaturró; jamás pudo volver a sentarse en una silla convencional y el vehículo europeo que era su debilidad hubo de cambiarlo por otro norteamericano de mayor amplitud.

Alguien le habló de un cirujano que era un maestro en la técnica del ‘bypass’ gástrico, que consiste en disminuir la capacidad del estómago para evitar que el paciente pueda ingerir grandes cantidades de alimento. Allá se dirigía cuando fue embestida por un camión que acabó con su vida. Sin buscarlo, por fin encontró el remedio a su angustia. Ya no tendría que hacer más dietas.

 

Columnista
1 mayo, 2013

Bartola dejó las dietas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Augusto González Pimienta

Por Luis Augusto González Pimienta Desde pequeña supo que tendría problemas. Su acentuada obesidad los generó. Los primos le repetían episodios de su infancia para contrariarla. Y lo lograban. Se desplomaba cuando recordaba que había sido la última de la familia en gatear y la última en ponerse de pie y caminar, por causa de […]


Por Luis Augusto González Pimienta

Desde pequeña supo que tendría problemas. Su acentuada obesidad los generó. Los primos le repetían episodios de su infancia para contrariarla. Y lo lograban. Se desplomaba cuando recordaba que había sido la última de la familia en gatear y la última en ponerse de pie y caminar, por causa de su gordura.

En la adolescencia tuvo un respiro con el proceso de crecimiento que la aligeró de carnes y la hizo pensar en la esbeltez. Pasada esa etapa volvió a ser la misma gorda de siempre. De allí en adelante la vida de Bartola estuvo signada por la mortificación.

Comenzó a poner en práctica todas las recomendaciones de médicos y dietistas. Restringió los alimentos ricos en grasa animal, después las harinas, los carbohidratos y en fin, todo cuanto pudiera incrementar su peso corporal que la hacía ver como una figura de Botero.

Cada nueva dieta era una nueva frustración. Había recorrido un sinnúmero de profesionales en la materia sin lograr su objetivo. Llegó a un punto en que tuvo el convencimiento de que sabía más que sus consultores.

Optó entonces por el estudio de la bioenergética. Aprendió que el componente principal de ella es la transformación de energía, es decir, la conversión de una forma de energía en otra. Bien pronto abandonó la materia por abstrusa y en su sentir, poco práctica.

Su siguiente escala fueron los naturistas. Las hierbas pasaron a ser su nueva adicción. De hecho, transformó su jardín de flores en una huerta casera. Valeriana, manzanilla, pasiflora, poleo, jengibre, reemplazaron a las rosas, jazmines, corales y orquídeas. Otro fracaso. Pero este le sirvió para entender que con el tiempo cualquier sistema tiende a un desorden mayor, es decir, incrementa su entropía.

Parafraseando a Iriarte, tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas, quiero amiga que me diga ¿fueron de alguna utilidad? No. A partir de esos fracasos Bartola llegó a la bulimia. Su rolliza figura de la infancia alcanzó dimensiones descomunales. Tuvo necesidad de hacerse a una cama más resistente pues la anterior se le despaturró; jamás pudo volver a sentarse en una silla convencional y el vehículo europeo que era su debilidad hubo de cambiarlo por otro norteamericano de mayor amplitud.

Alguien le habló de un cirujano que era un maestro en la técnica del ‘bypass’ gástrico, que consiste en disminuir la capacidad del estómago para evitar que el paciente pueda ingerir grandes cantidades de alimento. Allá se dirigía cuando fue embestida por un camión que acabó con su vida. Sin buscarlo, por fin encontró el remedio a su angustia. Ya no tendría que hacer más dietas.