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General - 15 septiembre, 2013

Augusto Ramírez, ‘El Chileno’, empresario que contribuyó al progreso de Valledupar

El 11 de Septiembre, la fecha que aún divide a los chilenos Con ocasión de los 40 años del golpe militar que aun divide a Chile y a parte de América Latina, el pasado 11 de septiembre, la periodista Colombia Ramírez, una vallenata de corazón, recuerda esa época y hace una semblanza de su padre Augusto Ramírez, ‘El Chileno’, empresario que contribuyó al progreso de Valledupar.

Augusto Ramírez, ‘El Chileno’.
Augusto Ramírez, ‘El Chileno’.
Boton Wpp

Cuando ocurrió el golpe de Estado en Chile, el 11 de septiembre de 1973, yo era apenas era una niña y Valledupar era el escenario donde transcurría mi tranquila y feliz existencia. 

Recuerdo que pocos meses antes de esa fatídica fecha, mi papá -Augusto Ramírez, más conocido como ‘El Chileno’- recibió la fugaz visita de un primo que venía procedente de Moscú rumbo a Santiago, acompañado de su hijo menor, un estudiante universitario que al parecer había ingresado a la Universidad Patricio Lumumba. 

A mi memoria vienen frágiles imágenes de este pariente que hablaba con encendido entusiasmo sobre las maravillas del gobierno de Salvador Allende y la promesa de “empezar a caminar por las esperanzadas alamedas del socialismo”i, dejando en mi papá la inquietud de retornar pronto a su tierra natal.

Era Ricardo Lagos Reyes, economista de la Universidad Católica y alcalde de Chillán, quien figura hoy como un caso emblemático  de víctima del régimen militar en la provincia de Ñuble.

Cuando sobrevino el golpe, fue ratificado en su cargo por el jefe militar de zona; sin embargo, fue ejecutado en su propia residencia por un grupo de militares y carabineros.

“El 16 de septiembre de 1973, pasadas las 10 de la mañana, fueron muertos en su domicilio Ricardo Raúl Lagos Reyes (47 años), alcalde de Chillán, militante del Partido Socialista, su cónyuge embarazada Alba Ojeda Grandón (29 años) y su hijo Carlos Eduardo Lagos Salinas (19 años), estudiante universitario". Así describe el Informe Rettig el asesinato de mis parientes chilenos. 

Mi papá no daba crédito a las noticias que daban cuenta de lo que nadie fuera de las fronteras de Chile podía siquiera sospechar; en el extranjero, este país latinoamericano era un gran ejemplo de cómo el socialismo se podía instaurar por la vía democrática y pacífica.

Sin embargo, la mayor consternación sobrevino después, al enterarse que ese primo afable y bonachón había sido fusilado. Afectado por esta gran tragedia que enlutaba a la patria y a la propia familia, “El Chileno” convocó a una manifestación por la muerte de Salvador Allende. Asistieron muchas personas y realizaron una ofrenda floral en el Cementerio Central de Valledupar.

Años más tarde, cuando me fui a estudiar periodismo y gobernaba Pinochet, fui recabando los testimonios de mis parientes, de compañeros de la universidad, de las empleadas domésticas, del vendedor de frutas de la esquina, de desconocidos en Chillán, y muchas persona más, para tratar de entender lo que pasó.

Así, la visión romántica que guardaba del gobierno de la Unidad Popular se derrumbó. En el período de 1970-1973, este país vivió una situación dramática, de confrontación, de desabastecimiento, de mercado negro, donde la inflación llegaba al 600%, y el presidente Allende era sobrepasado por su propia gente de la Unidad Popular, del MIR y el Partido Socialista, que pretendían hacer los cambios por la vía de los hechos, saliéndose del margen de la ley.

Chile estaba irreconciliablemente dividido entre “momios” y “upelientos” (descalificativo aplicado a los miembros de la derecha y a los que apoyaban al gobierno, respectivamente) y el paroxismo del odio desencadenado llegó al corazón de muchas familias, que se vieron totalmente fracturadas por los colores políticos.  

Mi familia no fue la excepción. Mis tías y tíos, los hermanos de mi papá, eran absolutamente “momios”, contrarios a Salvador Allende. Se mudaron a diminutos apartamentos, asustados por la posibilidad de tener que compartir sus hogares con otras familias, al estilo de los regímenes de Cuba o la Unión Soviética.

Estaban hartos de hacer filas eternas en busca de alimentos y los productos básicos para el hogar. Se aburrieron de tener que comer alimentos impuestos por el régimen socialista, como el famoso “chancho chino”, y así, como miles de mujeres opositoras, mis tías salieron a las calles a protestar haciendo sonar cacerolas vacías en reclamo por la falta de alimentos. 

Los periódicos de esa época consignaban también el grado de polarización de la sociedad chilena. Los diarios El Mercurio, La Segunda, La Tercera de la Hora, Las Últimas Noticias, La Prensa, La Tarde y Tribuna atacaban sin cesar al gobierno. La prensa oficialista también hacía lo propio en este ambiente de enfrentamiento y descalificación, destacando La Nación, Puro Chile, Clarín y El Siglo. Se agudizó la violencia política.

Las manifestaciones a favor o en contra del gobierno continuaban sucediéndose, llegando a producirse graves enfrentamientos callejeros.

A esas alturas, la gente se la pasaba en las manifestaciones o haciendo fila para comprar algún alimento o cigarrillos. Paralelamente, el MIR intensificaba sus acciones, especialmente en las tomas de tierras y fábricas, en las cuales el gobierno se negaba a usar la fuerza policial.  

Y por su lado, la CIA realizaba sus operaciones encubiertas, fomentando un movimiento de oposición y logrando importantes acciones como la huelga de camioneros en 1972 que paralizó el sistema de transporte.

Dirigentes de la Democracia Cristiana reclamaban a Allende el respeto por la democracia y las tentativas de diálogo y acuerdos que pudieran hacer superar esta situación no prosperaron. La oposición se volvió más fuerte con el apoyo de la prensa opositora, parte de la cual era financiada por la CIA.

El 22 de agosto de 1973,  la Cámara de Diputados aprobaba el Acuerdo sobre el grave quebrantamiento del orden institucional y legal de la República, en que acusaban al gobierno de Allende de haber incurrido en diversas violaciones tales como aplicar medidas de control económico y político para luego instaurar un sistema totalitario, violar garantías constitucionales, dirigir una campaña de difamación contra la Corte Suprema, violar la libertad de expresión, reprimir con violencia a los opositores e intentar infiltrar políticamente a las Fuerzas Armadas.  

Ya se hablaba de la posibilidad de un golpe. Y Allende lo tenía claro. Sectores civiles opositores se manifestaban frente a los cuarteles arrojando trigo y maíz y gritándole a los militares que eran gallinas. Por su lado, el Partido Comunista lanzaba su campaña “No a la Guerra Civil”. Pero en esos mismos instantes críticos, el secretario general del Partido Socialista -Carlos Altamirano-, decía: “El golpe no se combate con diálogos, se aplasta con la fuerza del pueblo”.

Quizás si se hubiera concretado el plebiscito que quiso realizar Allende en torno a su permanencia como presidente, al que se opusieron tenazmente el Partido Socialista y el MIR, se habría resuelto la crisis de otra manera, sin el resultado de una intervención militar y las posteriores atrocidades cometidas por los organismos de seguridad.

Asimismo, Allende no hubiera ascendido a los cielos del martirio político y Pinochet no estaría relegado a los infiernos de la traición y el oprobio. La historia sería diferente y no tendríamos esta visión maniqueista de los hechos… 

En estos días que se recuerdan los 40 años del golpe de Estado o pronunciamiento militar (como se solía llamar en época de la dictadura) permanecen aún en Chile dos interpretaciones históricas y subsiste con mucho vigor una división profunda; no obstante, en el sector de la derecha se ha reconocido que la violación de los derechos humanos del régimen militar es una atrocidad que nunca más puede volver a repetirse y algunos de sus más conspicuos representantes, como el senador Hernán Larraín, han pedido perdón por ello.

Esta es la herida que divide a la sociedad chilena

Tiene a muchos militares tras las rejas, tiene a la derecha dando explicaciones, y es el caballito de batalla de la izquierda para ganar en las contiendas  electorales.  

Hoy, los políticos de izquierda aún no asumen la parte de responsabilidad que le corresponde a su sector en los hechos que generaron el golpe de Estado y, por el contrario, han transformado su derrota en victoria. Mostrarse como víctimas de la dictadura vende muy bien a la hora de ganar votos en las urnas.

Por ello, esta es una herida que se reabre cada 11 de septiembre, supura y no cicatriza, especialmente en este año electoral, a pesar que el 49% de los chilenos está de acuerdo en dar vuelta a la página para no seguir con el enfrentamiento por lo que ocurrió hace cuatro décadas.

Augusto Ramírez , “El Chileno”, un hombre de tesón excepcional

No sé concretamente la fecha en que Augusto Ramírez, más conocido como ‘El Chileno’, hizo su aparición por las fértiles y candentes tierras del Valle de Upare.

Mi memoria logra remontarse alrededor del año 1966, cuando vivía en una esquina de la actual carrera 12, a media cuadra de la iglesia de las Tres Ave Marías, en donde las calles estaban trazadas en un terreno irregular y de tierra.

Era la casa más moderna del barrio en esa época y mi papá, el famoso ‘Chileno’, tenía un almacén en el centro muy cerca al sector de Cinco Esquinas.

Con su habilidad para los negocios y su tesón excepcional, el almacén fue tomando gran fuerza y con los años llegó a ocupar casi toda la cuadra, entre las actuales carreras séptima y octava. Mi papá, hombre extranjero con mucho mundo, muy viajado y con gustos bastante peculiares y refinados en algunos aspectos, fue enseñando a las gentes de Valledupar y La Guajira a disfrutar del confort al que se podía aspirar en esa época.  

Empezó por convencer a las señoras sobre la conveniencia de adquirir una estufa y dejar atrás la cocina a leña y el olor a humo. De a poco, los aparatos de la modernidad estaban llegando a los hogares vallenatos, en cómodas cuotas mensuales, gracias a ‘El Chileno’. Neveras, estufas, muebles, máquinas de coser, aires acondicionados y mucho más se convirtieron en los artículos más apetecidos para cada navidad o para las primas de mitad de año.

En ese tiempo, Valledupar era un pueblo atrasado, con muchas falencias en todos los aspectos, pero ad portas de convertirse en capital de departamento. Mi papá, muy inquieto por traer cosas nuevas y participar en todo lo que brindara progreso a la comunidad, se fue involucrando en interesantes iniciativas que dieron origen más tarde a la creación de Fenalco, Comfacesar, el Club Campestre, el Club de Caza y Tiro, entre otras; además impulsó el deporte y dio al Cesar los primeros campeones en boxeo.  

Al tiempo, mi papá se inició en la ganadería con la finca “Villa Colombia” y alcanzó gran conocimiento del manejo del ganado Cebú y todo lo relacionado con el campo tropical.

Amante de la buena mesa, Augusto Ramírez  deploraba que no hubiese al menos un lugar en todo Valledupar donde se pudiera comer una buena carne asada con un vino en copa, servido en una mesa con mantel blanco.

De esa inquietud, nació “La Tranquera”, el restaurante que marcó un hito en Valledupar y se convirtió por más de 30 años en el punto de reunión de todas las fuerzas vivas de la sociedad vallenata. Según mi papá, él les enseñó a los vallenatos a disfrutar la carne como se estila en los países del cono sur.

Años más tarde, y como graciosamente le decía el gordo Gnecco al agraciado Carlos Quintero, ‘El Chileno’ le cambió al vallenato la costumbre de sentarse en taburete por la silla Rimax. Inundó al Valle y sus alrededores con las famosas sillas plásticas de colores, relegando al taburete a ser un objeto de colección.  

El 5 de octubre de 2009, Augusto Ramírez ‘El Chileno’ murió a los 80 años en su querido Valledupar, y su última voluntad fue ser incinerado y sus restos llevados al mar Caribe de esta tierra colombiana que tanto amó. 

Especial EL PILÓN/ Colombia Ramírez Ocampo

 

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15 septiembre, 2013

Augusto Ramírez, ‘El Chileno’, empresario que contribuyó al progreso de Valledupar

El 11 de Septiembre, la fecha que aún divide a los chilenos Con ocasión de los 40 años del golpe militar que aun divide a Chile y a parte de América Latina, el pasado 11 de septiembre, la periodista Colombia Ramírez, una vallenata de corazón, recuerda esa época y hace una semblanza de su padre Augusto Ramírez, ‘El Chileno’, empresario que contribuyó al progreso de Valledupar.


Augusto Ramírez, ‘El Chileno’.
Augusto Ramírez, ‘El Chileno’.
Boton Wpp

Cuando ocurrió el golpe de Estado en Chile, el 11 de septiembre de 1973, yo era apenas era una niña y Valledupar era el escenario donde transcurría mi tranquila y feliz existencia. 

Recuerdo que pocos meses antes de esa fatídica fecha, mi papá -Augusto Ramírez, más conocido como ‘El Chileno’- recibió la fugaz visita de un primo que venía procedente de Moscú rumbo a Santiago, acompañado de su hijo menor, un estudiante universitario que al parecer había ingresado a la Universidad Patricio Lumumba. 

A mi memoria vienen frágiles imágenes de este pariente que hablaba con encendido entusiasmo sobre las maravillas del gobierno de Salvador Allende y la promesa de “empezar a caminar por las esperanzadas alamedas del socialismo”i, dejando en mi papá la inquietud de retornar pronto a su tierra natal.

Era Ricardo Lagos Reyes, economista de la Universidad Católica y alcalde de Chillán, quien figura hoy como un caso emblemático  de víctima del régimen militar en la provincia de Ñuble.

Cuando sobrevino el golpe, fue ratificado en su cargo por el jefe militar de zona; sin embargo, fue ejecutado en su propia residencia por un grupo de militares y carabineros.

“El 16 de septiembre de 1973, pasadas las 10 de la mañana, fueron muertos en su domicilio Ricardo Raúl Lagos Reyes (47 años), alcalde de Chillán, militante del Partido Socialista, su cónyuge embarazada Alba Ojeda Grandón (29 años) y su hijo Carlos Eduardo Lagos Salinas (19 años), estudiante universitario". Así describe el Informe Rettig el asesinato de mis parientes chilenos. 

Mi papá no daba crédito a las noticias que daban cuenta de lo que nadie fuera de las fronteras de Chile podía siquiera sospechar; en el extranjero, este país latinoamericano era un gran ejemplo de cómo el socialismo se podía instaurar por la vía democrática y pacífica.

Sin embargo, la mayor consternación sobrevino después, al enterarse que ese primo afable y bonachón había sido fusilado. Afectado por esta gran tragedia que enlutaba a la patria y a la propia familia, “El Chileno” convocó a una manifestación por la muerte de Salvador Allende. Asistieron muchas personas y realizaron una ofrenda floral en el Cementerio Central de Valledupar.

Años más tarde, cuando me fui a estudiar periodismo y gobernaba Pinochet, fui recabando los testimonios de mis parientes, de compañeros de la universidad, de las empleadas domésticas, del vendedor de frutas de la esquina, de desconocidos en Chillán, y muchas persona más, para tratar de entender lo que pasó.

Así, la visión romántica que guardaba del gobierno de la Unidad Popular se derrumbó. En el período de 1970-1973, este país vivió una situación dramática, de confrontación, de desabastecimiento, de mercado negro, donde la inflación llegaba al 600%, y el presidente Allende era sobrepasado por su propia gente de la Unidad Popular, del MIR y el Partido Socialista, que pretendían hacer los cambios por la vía de los hechos, saliéndose del margen de la ley.

Chile estaba irreconciliablemente dividido entre “momios” y “upelientos” (descalificativo aplicado a los miembros de la derecha y a los que apoyaban al gobierno, respectivamente) y el paroxismo del odio desencadenado llegó al corazón de muchas familias, que se vieron totalmente fracturadas por los colores políticos.  

Mi familia no fue la excepción. Mis tías y tíos, los hermanos de mi papá, eran absolutamente “momios”, contrarios a Salvador Allende. Se mudaron a diminutos apartamentos, asustados por la posibilidad de tener que compartir sus hogares con otras familias, al estilo de los regímenes de Cuba o la Unión Soviética.

Estaban hartos de hacer filas eternas en busca de alimentos y los productos básicos para el hogar. Se aburrieron de tener que comer alimentos impuestos por el régimen socialista, como el famoso “chancho chino”, y así, como miles de mujeres opositoras, mis tías salieron a las calles a protestar haciendo sonar cacerolas vacías en reclamo por la falta de alimentos. 

Los periódicos de esa época consignaban también el grado de polarización de la sociedad chilena. Los diarios El Mercurio, La Segunda, La Tercera de la Hora, Las Últimas Noticias, La Prensa, La Tarde y Tribuna atacaban sin cesar al gobierno. La prensa oficialista también hacía lo propio en este ambiente de enfrentamiento y descalificación, destacando La Nación, Puro Chile, Clarín y El Siglo. Se agudizó la violencia política.

Las manifestaciones a favor o en contra del gobierno continuaban sucediéndose, llegando a producirse graves enfrentamientos callejeros.

A esas alturas, la gente se la pasaba en las manifestaciones o haciendo fila para comprar algún alimento o cigarrillos. Paralelamente, el MIR intensificaba sus acciones, especialmente en las tomas de tierras y fábricas, en las cuales el gobierno se negaba a usar la fuerza policial.  

Y por su lado, la CIA realizaba sus operaciones encubiertas, fomentando un movimiento de oposición y logrando importantes acciones como la huelga de camioneros en 1972 que paralizó el sistema de transporte.

Dirigentes de la Democracia Cristiana reclamaban a Allende el respeto por la democracia y las tentativas de diálogo y acuerdos que pudieran hacer superar esta situación no prosperaron. La oposición se volvió más fuerte con el apoyo de la prensa opositora, parte de la cual era financiada por la CIA.

El 22 de agosto de 1973,  la Cámara de Diputados aprobaba el Acuerdo sobre el grave quebrantamiento del orden institucional y legal de la República, en que acusaban al gobierno de Allende de haber incurrido en diversas violaciones tales como aplicar medidas de control económico y político para luego instaurar un sistema totalitario, violar garantías constitucionales, dirigir una campaña de difamación contra la Corte Suprema, violar la libertad de expresión, reprimir con violencia a los opositores e intentar infiltrar políticamente a las Fuerzas Armadas.  

Ya se hablaba de la posibilidad de un golpe. Y Allende lo tenía claro. Sectores civiles opositores se manifestaban frente a los cuarteles arrojando trigo y maíz y gritándole a los militares que eran gallinas. Por su lado, el Partido Comunista lanzaba su campaña “No a la Guerra Civil”. Pero en esos mismos instantes críticos, el secretario general del Partido Socialista -Carlos Altamirano-, decía: “El golpe no se combate con diálogos, se aplasta con la fuerza del pueblo”.

Quizás si se hubiera concretado el plebiscito que quiso realizar Allende en torno a su permanencia como presidente, al que se opusieron tenazmente el Partido Socialista y el MIR, se habría resuelto la crisis de otra manera, sin el resultado de una intervención militar y las posteriores atrocidades cometidas por los organismos de seguridad.

Asimismo, Allende no hubiera ascendido a los cielos del martirio político y Pinochet no estaría relegado a los infiernos de la traición y el oprobio. La historia sería diferente y no tendríamos esta visión maniqueista de los hechos… 

En estos días que se recuerdan los 40 años del golpe de Estado o pronunciamiento militar (como se solía llamar en época de la dictadura) permanecen aún en Chile dos interpretaciones históricas y subsiste con mucho vigor una división profunda; no obstante, en el sector de la derecha se ha reconocido que la violación de los derechos humanos del régimen militar es una atrocidad que nunca más puede volver a repetirse y algunos de sus más conspicuos representantes, como el senador Hernán Larraín, han pedido perdón por ello.

Esta es la herida que divide a la sociedad chilena

Tiene a muchos militares tras las rejas, tiene a la derecha dando explicaciones, y es el caballito de batalla de la izquierda para ganar en las contiendas  electorales.  

Hoy, los políticos de izquierda aún no asumen la parte de responsabilidad que le corresponde a su sector en los hechos que generaron el golpe de Estado y, por el contrario, han transformado su derrota en victoria. Mostrarse como víctimas de la dictadura vende muy bien a la hora de ganar votos en las urnas.

Por ello, esta es una herida que se reabre cada 11 de septiembre, supura y no cicatriza, especialmente en este año electoral, a pesar que el 49% de los chilenos está de acuerdo en dar vuelta a la página para no seguir con el enfrentamiento por lo que ocurrió hace cuatro décadas.

Augusto Ramírez , “El Chileno”, un hombre de tesón excepcional

No sé concretamente la fecha en que Augusto Ramírez, más conocido como ‘El Chileno’, hizo su aparición por las fértiles y candentes tierras del Valle de Upare.

Mi memoria logra remontarse alrededor del año 1966, cuando vivía en una esquina de la actual carrera 12, a media cuadra de la iglesia de las Tres Ave Marías, en donde las calles estaban trazadas en un terreno irregular y de tierra.

Era la casa más moderna del barrio en esa época y mi papá, el famoso ‘Chileno’, tenía un almacén en el centro muy cerca al sector de Cinco Esquinas.

Con su habilidad para los negocios y su tesón excepcional, el almacén fue tomando gran fuerza y con los años llegó a ocupar casi toda la cuadra, entre las actuales carreras séptima y octava. Mi papá, hombre extranjero con mucho mundo, muy viajado y con gustos bastante peculiares y refinados en algunos aspectos, fue enseñando a las gentes de Valledupar y La Guajira a disfrutar del confort al que se podía aspirar en esa época.  

Empezó por convencer a las señoras sobre la conveniencia de adquirir una estufa y dejar atrás la cocina a leña y el olor a humo. De a poco, los aparatos de la modernidad estaban llegando a los hogares vallenatos, en cómodas cuotas mensuales, gracias a ‘El Chileno’. Neveras, estufas, muebles, máquinas de coser, aires acondicionados y mucho más se convirtieron en los artículos más apetecidos para cada navidad o para las primas de mitad de año.

En ese tiempo, Valledupar era un pueblo atrasado, con muchas falencias en todos los aspectos, pero ad portas de convertirse en capital de departamento. Mi papá, muy inquieto por traer cosas nuevas y participar en todo lo que brindara progreso a la comunidad, se fue involucrando en interesantes iniciativas que dieron origen más tarde a la creación de Fenalco, Comfacesar, el Club Campestre, el Club de Caza y Tiro, entre otras; además impulsó el deporte y dio al Cesar los primeros campeones en boxeo.  

Al tiempo, mi papá se inició en la ganadería con la finca “Villa Colombia” y alcanzó gran conocimiento del manejo del ganado Cebú y todo lo relacionado con el campo tropical.

Amante de la buena mesa, Augusto Ramírez  deploraba que no hubiese al menos un lugar en todo Valledupar donde se pudiera comer una buena carne asada con un vino en copa, servido en una mesa con mantel blanco.

De esa inquietud, nació “La Tranquera”, el restaurante que marcó un hito en Valledupar y se convirtió por más de 30 años en el punto de reunión de todas las fuerzas vivas de la sociedad vallenata. Según mi papá, él les enseñó a los vallenatos a disfrutar la carne como se estila en los países del cono sur.

Años más tarde, y como graciosamente le decía el gordo Gnecco al agraciado Carlos Quintero, ‘El Chileno’ le cambió al vallenato la costumbre de sentarse en taburete por la silla Rimax. Inundó al Valle y sus alrededores con las famosas sillas plásticas de colores, relegando al taburete a ser un objeto de colección.  

El 5 de octubre de 2009, Augusto Ramírez ‘El Chileno’ murió a los 80 años en su querido Valledupar, y su última voluntad fue ser incinerado y sus restos llevados al mar Caribe de esta tierra colombiana que tanto amó. 

Especial EL PILÓN/ Colombia Ramírez Ocampo