Esta vez quiero justificar este tipo de columnas, que he estado escribiendo últimamente, muy intencionalmente, pues considero que para el desarrollo cabal de la sociedad civil, no es suficiente el conocimiento, y su acción, cuando corresponda, de los asuntos económicos, de la política, de la historia universal, nacional o local, de la literatura, del folclor, […]
Esta vez quiero justificar este tipo de columnas, que he estado escribiendo últimamente, muy intencionalmente, pues considero que para el desarrollo cabal de la sociedad civil, no es suficiente el conocimiento, y su acción, cuando corresponda, de los asuntos económicos, de la política, de la historia universal, nacional o local, de la literatura, del folclor, el deporte; las diversiones populares. Todo eso es importante, pero no es suficiente. Todo eso se practicaba en la antigüedad griega, pero lo fundamental allí fue el almácigo de la filosofía, que le sirvió de fundamento a todas las demás ciencias. La filosofía de la ilustración iluminó la revolución francesa de 1789; antes, la independencia norteamericana, y muy posteriormente la suramericana, etc.
Por ello es un contrasentido e ignorancia supina decir que al día de hoy no se justifica enseñar en los colegios y universidades las humanidades, ni la religión. Nuestros dirigentes y aspirantes a serlo deben reflexionar sobre esas disciplinas, y además viajar por el mundo civilizado.
El mundo de la filosofía es la totalidad de todo cuanto existe, y de las teorías del conocimiento.
Los filósofos presocráticos propusieron como fuente de la existencia cósmica distintos elementos de la naturaleza, y su método fue el empírico.
La cuestión comenzó a cambiar a partir de Tales de Mileto y sus discípulos, y desde Sócrates, Platón y Aristóteles, perfilándose dos sistemas de conocimiento, que aún subsisten, con variados énfasis y matices, el idealismo, apoyado en el subjetivismo racional, y el empírico o realista, fundado en los sentidos.
El sistema de Platón es dualista, porque un extremo de la realidad está fuera del sujeto que conoce, es el mundo perfecto de las ideas, y el otro, se finca en los datos percibidos por los sentidos.
En cambio, el de Aristóteles es unitivo, en el que los sentidos perciben la realidad exterior, que luego el alma racional la hace inteligible, por eso afirma que nada hay en la mente que primero no haya pasado por los sentidos.
Termino esta columna refiriéndome a Aristóteles, justificando así el título de la misma. Sus últimos años más bien fueron dramáticos. Generalmente había sido menos afable que su maestro Platón, y de pocos amigos. Por remate, había sido acusado de impiedad, según la tradición que en Grecia perseguía a los filósofos incómodos -constante experimentada por todas las culturas que en el mundo han sido-, por lo cual resolvió exiliarse en la ciudad de Calcidia, situada en la península Calcídica de la Grecia. Sin embargo, el encono de sus perseguidores no quedó satisfecho por lo que se le condenó por impiedad, y se le pidió en extradición. Pero poco después murió inesperadamente, y eso evitó que Atenas repitiera el nunca bien lamentado suceso de condenar a muerte a sus filósofos.
El pintor renacentista Rafael Sanzio, quiso perpetuar en su cuadro pintado en acuarela, la Escuela de Atenas, a la vista en los aposentos de los Museos Vaticanos, que lleva su nombre, el sistema filosófico de Platón y el de Aristóteles. El índice de aquél, huye de la materia para buscar la verdad arriba, en un mundo superior, el de las ideas, asentadas en el alma humana; la palma de la mano abierta de éste, en cambio, se dirige a la materia de la tierra, para descubrir en ella el mundo del conocimiento y del espíritu.
NOTA: si visitas Pueblo Bello notarás que allí tu mente piensa mejor. El pensar requiere silencio y soledad.
Por Rodrigo López Barros
Esta vez quiero justificar este tipo de columnas, que he estado escribiendo últimamente, muy intencionalmente, pues considero que para el desarrollo cabal de la sociedad civil, no es suficiente el conocimiento, y su acción, cuando corresponda, de los asuntos económicos, de la política, de la historia universal, nacional o local, de la literatura, del folclor, […]
Esta vez quiero justificar este tipo de columnas, que he estado escribiendo últimamente, muy intencionalmente, pues considero que para el desarrollo cabal de la sociedad civil, no es suficiente el conocimiento, y su acción, cuando corresponda, de los asuntos económicos, de la política, de la historia universal, nacional o local, de la literatura, del folclor, el deporte; las diversiones populares. Todo eso es importante, pero no es suficiente. Todo eso se practicaba en la antigüedad griega, pero lo fundamental allí fue el almácigo de la filosofía, que le sirvió de fundamento a todas las demás ciencias. La filosofía de la ilustración iluminó la revolución francesa de 1789; antes, la independencia norteamericana, y muy posteriormente la suramericana, etc.
Por ello es un contrasentido e ignorancia supina decir que al día de hoy no se justifica enseñar en los colegios y universidades las humanidades, ni la religión. Nuestros dirigentes y aspirantes a serlo deben reflexionar sobre esas disciplinas, y además viajar por el mundo civilizado.
El mundo de la filosofía es la totalidad de todo cuanto existe, y de las teorías del conocimiento.
Los filósofos presocráticos propusieron como fuente de la existencia cósmica distintos elementos de la naturaleza, y su método fue el empírico.
La cuestión comenzó a cambiar a partir de Tales de Mileto y sus discípulos, y desde Sócrates, Platón y Aristóteles, perfilándose dos sistemas de conocimiento, que aún subsisten, con variados énfasis y matices, el idealismo, apoyado en el subjetivismo racional, y el empírico o realista, fundado en los sentidos.
El sistema de Platón es dualista, porque un extremo de la realidad está fuera del sujeto que conoce, es el mundo perfecto de las ideas, y el otro, se finca en los datos percibidos por los sentidos.
En cambio, el de Aristóteles es unitivo, en el que los sentidos perciben la realidad exterior, que luego el alma racional la hace inteligible, por eso afirma que nada hay en la mente que primero no haya pasado por los sentidos.
Termino esta columna refiriéndome a Aristóteles, justificando así el título de la misma. Sus últimos años más bien fueron dramáticos. Generalmente había sido menos afable que su maestro Platón, y de pocos amigos. Por remate, había sido acusado de impiedad, según la tradición que en Grecia perseguía a los filósofos incómodos -constante experimentada por todas las culturas que en el mundo han sido-, por lo cual resolvió exiliarse en la ciudad de Calcidia, situada en la península Calcídica de la Grecia. Sin embargo, el encono de sus perseguidores no quedó satisfecho por lo que se le condenó por impiedad, y se le pidió en extradición. Pero poco después murió inesperadamente, y eso evitó que Atenas repitiera el nunca bien lamentado suceso de condenar a muerte a sus filósofos.
El pintor renacentista Rafael Sanzio, quiso perpetuar en su cuadro pintado en acuarela, la Escuela de Atenas, a la vista en los aposentos de los Museos Vaticanos, que lleva su nombre, el sistema filosófico de Platón y el de Aristóteles. El índice de aquél, huye de la materia para buscar la verdad arriba, en un mundo superior, el de las ideas, asentadas en el alma humana; la palma de la mano abierta de éste, en cambio, se dirige a la materia de la tierra, para descubrir en ella el mundo del conocimiento y del espíritu.
NOTA: si visitas Pueblo Bello notarás que allí tu mente piensa mejor. El pensar requiere silencio y soledad.
Por Rodrigo López Barros