Mientras marchamos haciendo camino, también vamos haciendo historia. Quizás el mundo nazca en nosotros cada día, por eso son importantes nuestras ideas, nuestra conjunción de pensamientos. Nada grande se ha construido en el planeta sin una gran persistencia, sin una gran pasión agregada. Ahí están los grandes proyectos, como el europeísta, al que muchas veces […]
Mientras marchamos haciendo camino, también vamos haciendo historia. Quizás el mundo nazca en nosotros cada día, por eso son importantes nuestras ideas, nuestra conjunción de pensamientos. Nada grande se ha construido en el planeta sin una gran persistencia, sin una gran pasión agregada. Ahí están los grandes proyectos, como el europeísta, al que muchas veces le ha faltado entusiasmo entre sus socios como unidad. Lo mismo sucede con otros continentes, nos falta coraje para trabajar unidos, porque en realidad no nos sentimos familia. Para desgracia de la estirpe, solemos practicar mucho más la desunión.
Para una persona, que lo supedita todo a la suspicacia, el mundo entero es su enemigo. Si en verdad sintiésemos afecto los unos por los otros, notaríamos el cambio. Tenemos, pues, que evitar esta disgregación absurda y pensar, que otro mundo es posible, con otro corazón, en la que la mano esté tendida siempre.
La ejemplaridad de los gobernantes y de los líderes, en este sentido, resulta esencial. Ellos han de ser la referencia y el referente, el horizonte y la armonía, el consenso y el beneplácito.
Verdaderamente, en ocasiones, causa auténtico pavor la escandalosa concentración de la riqueza en manos de unos pocos, cuestión que es posible a causa de la complicidad de algunos. La cuestión de esta última crisis de las finanzas, activada por la pérdida de valores humanos, es un fiel testimonio del desmantelamiento de proyectos en común. Y así tenemos, sin ir más lejos, el debilitamiento de la Unión Europea, al tiempo que ha crecido el repelente reino de los poderosos y el envite populista, con su abecedario de fantasías, algo sumamente apetecible para una ciudadanía desesperada ante el aluvión de desempleos y los bajos salarios. Cuando el ser humano pierde su horizonte se agarra a cualquier cosa. Sin duda, nos falta compasión y nos sobra engaño.
Ya está bien de cubrirle el rostro a la mentira para que parezca verdad, encubriendo la trampa y ocultando los propósitos. Se olvidan que no puedes falsificarlo perennemente, pues al final todo se descubre. La mundanidad nos aborrega a todos por igual, y no podemos sino que lamentar la falta de ideas de los principales líderes del planeta, incapaces de poner armonía en un ambiente globalizado de intereses, odios y venganzas. Junto a esta atmósfera que todo lo disgrega, hay que sumarle la legión de políticos oportunistas, casi siempre charlatanes sin escrúpulos, que no entienden de bien colectivo, nada más que de negocio para sí y los suyos. Hace tiempo que la política ha dejado de ser una poética de servicio para convertirse en una política de espectáculo, donde la industria de los devotos del dios soborno campean a sus anchas, haciendo con su astucia verdaderas injusticias. Hasta que no evitemos estas anarquías, cualquier cosa es posible, hasta la deshumanización total del linaje. Sálvese el que pueda.
A mi manera de ver es vital fomentar la cooperación a nivel mundial, pero también poner en valor, más allá de la política monetaria, la ética de las responsabilidades. Sin crecimiento, empleo, ni políticas sociales, será imposible acallar la voz de los que pregonan como chicharras cuentos que no pasan de fábulas. Por consiguiente, tenemos el deber moral de hablar auténtico para prevenir historias con final desastroso. No es posible permanecer pasivos, sabiendo que existen ciudadanos tratados como mercancías. Es el momento de reunirse para unirse, para hacer frente a un verdadero espíritu mundial de los problemas de nuestro tiempo, que son diversos, pero que nos exigen la lucha solidaria.
Mientras marchamos haciendo camino, también vamos haciendo historia. Quizás el mundo nazca en nosotros cada día, por eso son importantes nuestras ideas, nuestra conjunción de pensamientos. Nada grande se ha construido en el planeta sin una gran persistencia, sin una gran pasión agregada. Ahí están los grandes proyectos, como el europeísta, al que muchas veces […]
Mientras marchamos haciendo camino, también vamos haciendo historia. Quizás el mundo nazca en nosotros cada día, por eso son importantes nuestras ideas, nuestra conjunción de pensamientos. Nada grande se ha construido en el planeta sin una gran persistencia, sin una gran pasión agregada. Ahí están los grandes proyectos, como el europeísta, al que muchas veces le ha faltado entusiasmo entre sus socios como unidad. Lo mismo sucede con otros continentes, nos falta coraje para trabajar unidos, porque en realidad no nos sentimos familia. Para desgracia de la estirpe, solemos practicar mucho más la desunión.
Para una persona, que lo supedita todo a la suspicacia, el mundo entero es su enemigo. Si en verdad sintiésemos afecto los unos por los otros, notaríamos el cambio. Tenemos, pues, que evitar esta disgregación absurda y pensar, que otro mundo es posible, con otro corazón, en la que la mano esté tendida siempre.
La ejemplaridad de los gobernantes y de los líderes, en este sentido, resulta esencial. Ellos han de ser la referencia y el referente, el horizonte y la armonía, el consenso y el beneplácito.
Verdaderamente, en ocasiones, causa auténtico pavor la escandalosa concentración de la riqueza en manos de unos pocos, cuestión que es posible a causa de la complicidad de algunos. La cuestión de esta última crisis de las finanzas, activada por la pérdida de valores humanos, es un fiel testimonio del desmantelamiento de proyectos en común. Y así tenemos, sin ir más lejos, el debilitamiento de la Unión Europea, al tiempo que ha crecido el repelente reino de los poderosos y el envite populista, con su abecedario de fantasías, algo sumamente apetecible para una ciudadanía desesperada ante el aluvión de desempleos y los bajos salarios. Cuando el ser humano pierde su horizonte se agarra a cualquier cosa. Sin duda, nos falta compasión y nos sobra engaño.
Ya está bien de cubrirle el rostro a la mentira para que parezca verdad, encubriendo la trampa y ocultando los propósitos. Se olvidan que no puedes falsificarlo perennemente, pues al final todo se descubre. La mundanidad nos aborrega a todos por igual, y no podemos sino que lamentar la falta de ideas de los principales líderes del planeta, incapaces de poner armonía en un ambiente globalizado de intereses, odios y venganzas. Junto a esta atmósfera que todo lo disgrega, hay que sumarle la legión de políticos oportunistas, casi siempre charlatanes sin escrúpulos, que no entienden de bien colectivo, nada más que de negocio para sí y los suyos. Hace tiempo que la política ha dejado de ser una poética de servicio para convertirse en una política de espectáculo, donde la industria de los devotos del dios soborno campean a sus anchas, haciendo con su astucia verdaderas injusticias. Hasta que no evitemos estas anarquías, cualquier cosa es posible, hasta la deshumanización total del linaje. Sálvese el que pueda.
A mi manera de ver es vital fomentar la cooperación a nivel mundial, pero también poner en valor, más allá de la política monetaria, la ética de las responsabilidades. Sin crecimiento, empleo, ni políticas sociales, será imposible acallar la voz de los que pregonan como chicharras cuentos que no pasan de fábulas. Por consiguiente, tenemos el deber moral de hablar auténtico para prevenir historias con final desastroso. No es posible permanecer pasivos, sabiendo que existen ciudadanos tratados como mercancías. Es el momento de reunirse para unirse, para hacer frente a un verdadero espíritu mundial de los problemas de nuestro tiempo, que son diversos, pero que nos exigen la lucha solidaria.