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Columnista - 5 septiembre, 2024

Aprendices de Dios

Cuando Samuel llegó a Belén, comenzó el proceso de buscar al nuevo rey. Dios no intervino. Usando sus propios criterios, Samuel creyó haberlo encontrado cuando vio al hijo mayor y entonces es cuando Dios le da instrucciones adicionales, revelando el criterio que debería guiar el proceso de selección: “Dios no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón”. 

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“… te enviaré a Isaí de Belén, porque de entre sus hijos me he elegido un rey” (1Samuel 16,1). 

Esta es la ocasión cuando Dios envía al profeta Samuel para ungir a David como rey, después de haber desechado el reinado de Saúl. Empero, considero que estas directrices fueron un tanto vagas e imprecisas; Dios pudo haber dado instrucciones más precisas a Samuel. Podría haberle dicho: “Cuando llegues a la casa de Isaí en Belén, pregunta por David, el hijo menor, úngelo y bendícelo en mi nombre”. Pero, el Señor, fiel a su estilo, le dio al profeta, solamente la información que necesitaba para ponerse en marcha. 

Cuando Samuel llegó a Belén, comenzó el proceso de buscar al nuevo rey. Dios no intervino. Usando sus propios criterios, Samuel creyó haberlo encontrado cuando vio al hijo mayor y entonces es cuando Dios le da instrucciones adicionales, revelando el criterio que debería guiar el proceso de selección: “Dios no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón”. 

Las instrucciones incompletas que Dios le dio a Samuel revelan un principio importante sobre cómo Dios se relaciona con nosotros. A menudo creemos que trabajamos para Dios y nos esforzamos por hacer todo correctamente, como si fuéramos empleados. Pensamos que Dios debería darnos instrucciones precisas y que nuestra tarea es simplemente cumplirlas.

Sin embargo, intuyo que nuestra función no es solamente la de hacer mandados en toda obra que Dios nos llama a realizar; tambien está interesado en seguir trabajando en nuestras vidas. La falta de claridad en las instrucciones a Samuel, lo obligaron a tomar riesgos y caminar por fe. Fue durante ese proceso de caminar, habiendo cometido el error de mirar lo externo de las apariencias, cuando Dios le enseñó la importante lección acerca de los criterios que Dios usa para tratar a los hombres. Esta lección enseñada sobre el terreno, quedaría grabada para siempre en el corazón de Samuel: ¡Dios mira el corazón!

De esta experiencia del profeta, podemos inferir que, en cada proyecto que Dios nos da o nos inspira para hacer, tiene dos grandes metas: la primera es que el proyecto se lleve a cabo conforme con sus propósitos. La segunda es que, en el proceso, nosotros sigamos creciendo y aprendiendo acerca de su persona y de cómo podemos disfrutar de su presencia en cada obra que nos ha encomendado. 

Vernos a nosotros mismos como elementales empleados de Dios, nos llevará a vivir vidas planas y sin mayores desafíos. Vernos como trabajando con Dios, en calidad de aprendices, nos lleva a realizar proyectos juntos, tomados de su mano, con la seguridad que él nos va guiando y corrigiendo para hacernos expertos en los secretos del oficio. 

El corolario es que mientras nos concentramos en lo que estamos llamados a hacer, no perdamos de vista la obra preciosa que Dios quiere hacer al interior de nuestro ser. Al lado del Gran Alfarero, tenemos todavía mucho que aprender. Por los errores cometidos sobre la marcha, no nos desanimemos, algunas de las lecciones más preciosas y profundas se gestan en aquellos periodos de tropezones y búsqueda de instrucciones para hacer lo que corresponde.  

Cada día traerá nuevas instrucciones y promesas que darán origen a nuevas lecciones en el caminar con aquel que vino desde la eternidad para mostrarnos el camino de la plenitud de vida. ¡Seamos aprendices! 

Abrazos y bendiciones.   

POR: VALERIO MEJÍA.

Columnista
5 septiembre, 2024

Aprendices de Dios

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

Cuando Samuel llegó a Belén, comenzó el proceso de buscar al nuevo rey. Dios no intervino. Usando sus propios criterios, Samuel creyó haberlo encontrado cuando vio al hijo mayor y entonces es cuando Dios le da instrucciones adicionales, revelando el criterio que debería guiar el proceso de selección: “Dios no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón”. 


“… te enviaré a Isaí de Belén, porque de entre sus hijos me he elegido un rey” (1Samuel 16,1). 

Esta es la ocasión cuando Dios envía al profeta Samuel para ungir a David como rey, después de haber desechado el reinado de Saúl. Empero, considero que estas directrices fueron un tanto vagas e imprecisas; Dios pudo haber dado instrucciones más precisas a Samuel. Podría haberle dicho: “Cuando llegues a la casa de Isaí en Belén, pregunta por David, el hijo menor, úngelo y bendícelo en mi nombre”. Pero, el Señor, fiel a su estilo, le dio al profeta, solamente la información que necesitaba para ponerse en marcha. 

Cuando Samuel llegó a Belén, comenzó el proceso de buscar al nuevo rey. Dios no intervino. Usando sus propios criterios, Samuel creyó haberlo encontrado cuando vio al hijo mayor y entonces es cuando Dios le da instrucciones adicionales, revelando el criterio que debería guiar el proceso de selección: “Dios no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón”. 

Las instrucciones incompletas que Dios le dio a Samuel revelan un principio importante sobre cómo Dios se relaciona con nosotros. A menudo creemos que trabajamos para Dios y nos esforzamos por hacer todo correctamente, como si fuéramos empleados. Pensamos que Dios debería darnos instrucciones precisas y que nuestra tarea es simplemente cumplirlas.

Sin embargo, intuyo que nuestra función no es solamente la de hacer mandados en toda obra que Dios nos llama a realizar; tambien está interesado en seguir trabajando en nuestras vidas. La falta de claridad en las instrucciones a Samuel, lo obligaron a tomar riesgos y caminar por fe. Fue durante ese proceso de caminar, habiendo cometido el error de mirar lo externo de las apariencias, cuando Dios le enseñó la importante lección acerca de los criterios que Dios usa para tratar a los hombres. Esta lección enseñada sobre el terreno, quedaría grabada para siempre en el corazón de Samuel: ¡Dios mira el corazón!

De esta experiencia del profeta, podemos inferir que, en cada proyecto que Dios nos da o nos inspira para hacer, tiene dos grandes metas: la primera es que el proyecto se lleve a cabo conforme con sus propósitos. La segunda es que, en el proceso, nosotros sigamos creciendo y aprendiendo acerca de su persona y de cómo podemos disfrutar de su presencia en cada obra que nos ha encomendado. 

Vernos a nosotros mismos como elementales empleados de Dios, nos llevará a vivir vidas planas y sin mayores desafíos. Vernos como trabajando con Dios, en calidad de aprendices, nos lleva a realizar proyectos juntos, tomados de su mano, con la seguridad que él nos va guiando y corrigiendo para hacernos expertos en los secretos del oficio. 

El corolario es que mientras nos concentramos en lo que estamos llamados a hacer, no perdamos de vista la obra preciosa que Dios quiere hacer al interior de nuestro ser. Al lado del Gran Alfarero, tenemos todavía mucho que aprender. Por los errores cometidos sobre la marcha, no nos desanimemos, algunas de las lecciones más preciosas y profundas se gestan en aquellos periodos de tropezones y búsqueda de instrucciones para hacer lo que corresponde.  

Cada día traerá nuevas instrucciones y promesas que darán origen a nuevas lecciones en el caminar con aquel que vino desde la eternidad para mostrarnos el camino de la plenitud de vida. ¡Seamos aprendices! 

Abrazos y bendiciones.   

POR: VALERIO MEJÍA.