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Columnista - 27 noviembre, 2010

Aníbal Velásquez vs. Gustavo Gutiérrez

Por Julio Oñate Martínez Finalizando el año 1962, ya en plena temporada de vacaciones la sociedad vallenata de pláceme comentaba el compromiso matrimonial de la preciosa Iris Acuña Aroca, hija del férreo y notable educador de Valledupar Leonidas Acuña y doña Gilma Aroca, con el joven ingeniero villanuevero Beltrán Dangond, quien – en compañía de […]

Boton Wpp

Por Julio Oñate Martínez

Finalizando el año 1962, ya en plena temporada de vacaciones la sociedad vallenata de pláceme comentaba el compromiso matrimonial de la preciosa Iris Acuña Aroca, hija del férreo y notable educador de Valledupar Leonidas Acuña y doña Gilma Aroca, con el joven ingeniero villanuevero Beltrán Dangond, quien – en compañía de sus padres- vino apadrinado para el evento por el mismísimo general Dangond.
En su residencia de la carrera 8ª la familia Acuña Aroca atendió espléndidamente a lo más granado de nuestra sociedad y para el festejo fue contratado el conjunto del renombrado artista Aníbal Velásquez, quizás el acordeonero más famoso en esa época que se encontraba realizando una temporada festiva en la ciudad de los Santos Reyes, en el bar Villa Luz del barrio El Carmen. Sus discos se vendían como pan caliente y un rosario de éxitos se imponía incesantemente en todas las emisoras de la Costa. Los danzones y guarachas en acordeón de Aníbal peleaban de tú a tú con los porros y fandangos de los pelayeros de Pedro Laza y Ruffo Garrido, los merengues de Viloria, el merecumbe del maestro ‘Pacho’ Galán, los cañonazos de la sonora matancera y el rock and roll de ‘Bill Halley y sus cometas’, en esos años sin duda los de mayor ebullición y resonancia musical que ha vivido el Caribe Colombiano.
La tropilla rítmica de Aníbal estaba conformado por su hermano José ‘Cheito’ en la caja, Jaime López a quien el gran Alejandro Durán inmortalizó en la ‘Cachucha Bacana’, era el guacharaquero, Orlando Flórez ‘Timbita’ en la tumbadora y Justo Velázquez, sin ningún parentesco con Aníbal bordoneaba el bajo acústico, un verdadero grupo de impacto al que observé muy de cerca en compañía de Rodrigo, mi extinto hermano, uno de los más furibundos hinchas que ha tenido Aníbal Velásquez.
Mientras el profe Acuña se ocupaba de la gente mayor y distinguidos invitados, su hijo Rodolfo se encargaba de nosotros los de su generación, recordando a los hermanos Pavajeau, al Pato Monsalvo, José Alfonso Martínez, La ‘Chuela’ Monsalvo, ‘Juancho’ Calderón, Gonzalo Mejía, Romoca y Fremoca, Freddy Pumarejo, el ‘Pajarito’ Mejía y el ‘Biato’ Aponte, entre muchos.
Estaba también presente un joven espigado y flacuchento de pómulos salientes y copete altanero que no perdía un detalle en la ejecución de Aníbal con su acordeón, era Gustavo Gutiérrez Cabello que ya hacía sus pininos como compositor y a quienes sus amigos más allegados apodaban ‘Pericles’ por sus rasgos cercanos al personaje de la literatura griega.
Gustavo estaba absorto, profundamente impresionado y perplejo observando las ráfagas de metralleta que Aníbal disparaba con los botones de su instrumento; era algo increíble que él jamás había sospechado, que se pudiera ejecutar una canción en tonalidad menor, a una velocidad tan vertiginosa como la exhibida por Velásquez en La guaracha en España, comprendiendo entonces porque el barranquillero era conocido como ‘El mago del acordeón’.
Después de una par de tandas guaracheras los amigos de ‘Tavo’, tras algunos minutos de intensa presión, lograron convencerlo de que tocará algo de su inspiración, lo cual por su habitual timidez no fue fácil. Aníbal muy cortésmente le cedió el Tres Coronas y Gustavo erguido, con soltura y elegancia acompañado por la gente de Aníbal interpretó en forma brillante ‘La espina’, ‘Morenita’, y ‘el Merengue siempre presente’.
El rey de la guaracha en acordeón fascinado saboreó aquellas melodías exquisitas y delicadas de renovado espectro musical que iban más allá de las tonadas criollas de Abel Antonio Villa y Luis Enrique Martínez, de las cuales él se había nutrido en sus primeros contactos con el fuelle.
Es desconocido por la gran mayoría de los vallenatos que el primer instrumento que dominó ‘El flaco de oro’ fue el acordeón de botones, que alegremente tocaba Evaristo Gutiérrez su padre. Posteriormente, cambió este por la concertina o acordeón piano que no pudo descifrar su hermano José Tobías convirtiéndose más adelante merced a su gran intuición musical y temperamento artístico en el poeta de las teclas vallenatas  por la forma dulce y tierna con que él nos deleita en sus ejecuciones. Si no se da esta coyuntura y Gustavo no abandona el tres hileras, hoy sin duda alguna sería uno de los más relumbrantes reyes del folclor vallenato.

Columnista
27 noviembre, 2010

Aníbal Velásquez vs. Gustavo Gutiérrez

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Julio C. Oñate M.

Por Julio Oñate Martínez Finalizando el año 1962, ya en plena temporada de vacaciones la sociedad vallenata de pláceme comentaba el compromiso matrimonial de la preciosa Iris Acuña Aroca, hija del férreo y notable educador de Valledupar Leonidas Acuña y doña Gilma Aroca, con el joven ingeniero villanuevero Beltrán Dangond, quien – en compañía de […]


Por Julio Oñate Martínez

Finalizando el año 1962, ya en plena temporada de vacaciones la sociedad vallenata de pláceme comentaba el compromiso matrimonial de la preciosa Iris Acuña Aroca, hija del férreo y notable educador de Valledupar Leonidas Acuña y doña Gilma Aroca, con el joven ingeniero villanuevero Beltrán Dangond, quien – en compañía de sus padres- vino apadrinado para el evento por el mismísimo general Dangond.
En su residencia de la carrera 8ª la familia Acuña Aroca atendió espléndidamente a lo más granado de nuestra sociedad y para el festejo fue contratado el conjunto del renombrado artista Aníbal Velásquez, quizás el acordeonero más famoso en esa época que se encontraba realizando una temporada festiva en la ciudad de los Santos Reyes, en el bar Villa Luz del barrio El Carmen. Sus discos se vendían como pan caliente y un rosario de éxitos se imponía incesantemente en todas las emisoras de la Costa. Los danzones y guarachas en acordeón de Aníbal peleaban de tú a tú con los porros y fandangos de los pelayeros de Pedro Laza y Ruffo Garrido, los merengues de Viloria, el merecumbe del maestro ‘Pacho’ Galán, los cañonazos de la sonora matancera y el rock and roll de ‘Bill Halley y sus cometas’, en esos años sin duda los de mayor ebullición y resonancia musical que ha vivido el Caribe Colombiano.
La tropilla rítmica de Aníbal estaba conformado por su hermano José ‘Cheito’ en la caja, Jaime López a quien el gran Alejandro Durán inmortalizó en la ‘Cachucha Bacana’, era el guacharaquero, Orlando Flórez ‘Timbita’ en la tumbadora y Justo Velázquez, sin ningún parentesco con Aníbal bordoneaba el bajo acústico, un verdadero grupo de impacto al que observé muy de cerca en compañía de Rodrigo, mi extinto hermano, uno de los más furibundos hinchas que ha tenido Aníbal Velásquez.
Mientras el profe Acuña se ocupaba de la gente mayor y distinguidos invitados, su hijo Rodolfo se encargaba de nosotros los de su generación, recordando a los hermanos Pavajeau, al Pato Monsalvo, José Alfonso Martínez, La ‘Chuela’ Monsalvo, ‘Juancho’ Calderón, Gonzalo Mejía, Romoca y Fremoca, Freddy Pumarejo, el ‘Pajarito’ Mejía y el ‘Biato’ Aponte, entre muchos.
Estaba también presente un joven espigado y flacuchento de pómulos salientes y copete altanero que no perdía un detalle en la ejecución de Aníbal con su acordeón, era Gustavo Gutiérrez Cabello que ya hacía sus pininos como compositor y a quienes sus amigos más allegados apodaban ‘Pericles’ por sus rasgos cercanos al personaje de la literatura griega.
Gustavo estaba absorto, profundamente impresionado y perplejo observando las ráfagas de metralleta que Aníbal disparaba con los botones de su instrumento; era algo increíble que él jamás había sospechado, que se pudiera ejecutar una canción en tonalidad menor, a una velocidad tan vertiginosa como la exhibida por Velásquez en La guaracha en España, comprendiendo entonces porque el barranquillero era conocido como ‘El mago del acordeón’.
Después de una par de tandas guaracheras los amigos de ‘Tavo’, tras algunos minutos de intensa presión, lograron convencerlo de que tocará algo de su inspiración, lo cual por su habitual timidez no fue fácil. Aníbal muy cortésmente le cedió el Tres Coronas y Gustavo erguido, con soltura y elegancia acompañado por la gente de Aníbal interpretó en forma brillante ‘La espina’, ‘Morenita’, y ‘el Merengue siempre presente’.
El rey de la guaracha en acordeón fascinado saboreó aquellas melodías exquisitas y delicadas de renovado espectro musical que iban más allá de las tonadas criollas de Abel Antonio Villa y Luis Enrique Martínez, de las cuales él se había nutrido en sus primeros contactos con el fuelle.
Es desconocido por la gran mayoría de los vallenatos que el primer instrumento que dominó ‘El flaco de oro’ fue el acordeón de botones, que alegremente tocaba Evaristo Gutiérrez su padre. Posteriormente, cambió este por la concertina o acordeón piano que no pudo descifrar su hermano José Tobías convirtiéndose más adelante merced a su gran intuición musical y temperamento artístico en el poeta de las teclas vallenatas  por la forma dulce y tierna con que él nos deleita en sus ejecuciones. Si no se da esta coyuntura y Gustavo no abandona el tres hileras, hoy sin duda alguna sería uno de los más relumbrantes reyes del folclor vallenato.