-->
Este texto pareciera dedicado a aquellos que, en tiempos de tinieblas, en lugar de confiar en Dios, confían en sí mismos y encienden una luz para caminar apoyados en su propia luz. “Andar” no es un mandato, sino que da a entender que con la misma seguridad con que andamos, lejos de la luz de Dios, seríamos presa del infortunio.
“Ustedes que encienden el fuego y prenden las antorchas: ¡anden a la luz de su propio fuego y de las antorchas que han encendido!” (Isaías 50,11)
Este texto pareciera dedicado a aquellos que, en tiempos de tinieblas, en lugar de confiar en Dios, confían en sí mismos y encienden una luz para caminar apoyados en su propia luz. “Andar” no es un mandato, sino que da a entender que con la misma seguridad con que andamos, lejos de la luz de Dios, seríamos presa del infortunio. El contraste entre la luz y las tinieblas, resaltan la confianza mal depositada. Cuando encendemos fuego y nos rodeamos de él, mostramos el intento humano de producir luz propia para ser guiados, lejos del señorío e instrucción de Dios, cuyo camino solo genera tormento. Caminar en las tinieblas y no alcanzar la luz es lo opuesto a la sujeción al Maestro.
Qué aviso tan solemne para todos nosotros los que pretendemos andar en tinieblas y no obstante tratamos de ayudarnos por nosotros mismos para salir a la luz. ¿Qué significa esto? Significa que, cuando estamos en tinieblas tenemos la tentación de hallar una salida sin confiar en el Señor o contar con él. En vez de dejar que él nos ayude a salir de nuestro apuro, tratamos de ayudarnos a nosotros mismos. Buscamos la luz natural, pedimos el consejo de nuestros amigos y nos aplicamos para encender nuestras propias teas. Así, nos confundimos y aceptamos formas de rescate y restauración que pueden no ser las formas de Dios, sino las nuestras.
Querido amigo lector: todos esos fuegos encendidos por nosotros son luces impetuosas que, a la larga, nos conducirán al abismo. No tratemos de salir de un problema o situación calamitosa confiando en los recursos propios; sino, confiemos en el tiempo que Dios señala y de la manera que él quiere. La premura para encender nuestra propia luz, puede frustrar la obra de gracia de Dios que opera en nuestras vidas. Encomendemos nuestras vidas por completo a Dios, dispuestos a caminar en la luz de su presencia. Siempre será mejor andar en penumbras con Dios que con la claridad de nuestra propia luz.
Dejemos de entremeternos en los planes y la voluntad de Dios. Cuando decidimos intervenir y tocamos algo de lo que Dios está haciendo, echamos a perder el trabajo de la obra realizada. Nuestro afán y ansiedad por descubrir la revelación de la voluntad de Dios, no puede cambiar el tiempo; pero si, puede dañar o retrasar la obra que Dios está haciendo en medio de mis circunstancias. Agarrémonos fuertemente de las promesas y dejemos que su perfecta voluntad venza las circunstancias y a través de ellas refine nuestro carácter.
Dejemos que Dios sea Dios. Dejemos a él, él sabe mejor. Saquemos nuestras manos del asunto y dejemos que sean las manos de Dios las que intervengan a nuestro favor. Andemos a la luz de su rostro, disfrutando de la claridad meridiana de su voluntad, siempre agradable y perfecta, mientras oramos como Jesús nos enseñó: hágase tu voluntad, como en el cielo, así tambien en mi vida. ¡Andemos en luz! Te abrazo con cariño.
POR: VALERIO MEJÍA.
Este texto pareciera dedicado a aquellos que, en tiempos de tinieblas, en lugar de confiar en Dios, confían en sí mismos y encienden una luz para caminar apoyados en su propia luz. “Andar” no es un mandato, sino que da a entender que con la misma seguridad con que andamos, lejos de la luz de Dios, seríamos presa del infortunio.
“Ustedes que encienden el fuego y prenden las antorchas: ¡anden a la luz de su propio fuego y de las antorchas que han encendido!” (Isaías 50,11)
Este texto pareciera dedicado a aquellos que, en tiempos de tinieblas, en lugar de confiar en Dios, confían en sí mismos y encienden una luz para caminar apoyados en su propia luz. “Andar” no es un mandato, sino que da a entender que con la misma seguridad con que andamos, lejos de la luz de Dios, seríamos presa del infortunio. El contraste entre la luz y las tinieblas, resaltan la confianza mal depositada. Cuando encendemos fuego y nos rodeamos de él, mostramos el intento humano de producir luz propia para ser guiados, lejos del señorío e instrucción de Dios, cuyo camino solo genera tormento. Caminar en las tinieblas y no alcanzar la luz es lo opuesto a la sujeción al Maestro.
Qué aviso tan solemne para todos nosotros los que pretendemos andar en tinieblas y no obstante tratamos de ayudarnos por nosotros mismos para salir a la luz. ¿Qué significa esto? Significa que, cuando estamos en tinieblas tenemos la tentación de hallar una salida sin confiar en el Señor o contar con él. En vez de dejar que él nos ayude a salir de nuestro apuro, tratamos de ayudarnos a nosotros mismos. Buscamos la luz natural, pedimos el consejo de nuestros amigos y nos aplicamos para encender nuestras propias teas. Así, nos confundimos y aceptamos formas de rescate y restauración que pueden no ser las formas de Dios, sino las nuestras.
Querido amigo lector: todos esos fuegos encendidos por nosotros son luces impetuosas que, a la larga, nos conducirán al abismo. No tratemos de salir de un problema o situación calamitosa confiando en los recursos propios; sino, confiemos en el tiempo que Dios señala y de la manera que él quiere. La premura para encender nuestra propia luz, puede frustrar la obra de gracia de Dios que opera en nuestras vidas. Encomendemos nuestras vidas por completo a Dios, dispuestos a caminar en la luz de su presencia. Siempre será mejor andar en penumbras con Dios que con la claridad de nuestra propia luz.
Dejemos de entremeternos en los planes y la voluntad de Dios. Cuando decidimos intervenir y tocamos algo de lo que Dios está haciendo, echamos a perder el trabajo de la obra realizada. Nuestro afán y ansiedad por descubrir la revelación de la voluntad de Dios, no puede cambiar el tiempo; pero si, puede dañar o retrasar la obra que Dios está haciendo en medio de mis circunstancias. Agarrémonos fuertemente de las promesas y dejemos que su perfecta voluntad venza las circunstancias y a través de ellas refine nuestro carácter.
Dejemos que Dios sea Dios. Dejemos a él, él sabe mejor. Saquemos nuestras manos del asunto y dejemos que sean las manos de Dios las que intervengan a nuestro favor. Andemos a la luz de su rostro, disfrutando de la claridad meridiana de su voluntad, siempre agradable y perfecta, mientras oramos como Jesús nos enseñó: hágase tu voluntad, como en el cielo, así tambien en mi vida. ¡Andemos en luz! Te abrazo con cariño.
POR: VALERIO MEJÍA.