El soldadito es moreno, jovencito, y en el último puente festivo sufrió una tendinitis en el pulgar derecho de tanto hacerle a los carros de los viajeros la señal de todo bien que la política de seguridad de Uribe implantó en los soldados rasos de los retenes como símbolo de victoria en su campaña por […]
El soldadito es moreno, jovencito, y en el último puente festivo sufrió una tendinitis en el pulgar derecho de tanto hacerle a los carros de los viajeros la señal de todo bien que la política de seguridad de Uribe implantó en los soldados rasos de los retenes como símbolo de victoria en su campaña por la recuperación del asedio de la insurgencia de las vías nacionales y que permanece en el mandato de Santos como elemento rescatado de sus tiempos de Ministro de Defensa de su actual opositor. Las ironías de la vida ¿Guerra o paz? ¡Que idiotez! Lo cierto es que el hecho de que tu vida sea una mierda no te da derecho a ser una mierda en la vida de los demás.
En las principales vías de la nación, en lugares tácticos por estratégicos, en retenes militares sobrevivientes a los flujos del capital Estatal, no falta el soldadito que de tanto saludar a los viajeros se le acalambran los pulgares de las manos. Antecediendo y en medio del retén, antiguas llantas de Hummers se extienden como anacondas amazónicas sobre la carretera, sirviendo de policías acostaos ecológicos para regular la velocidad de los automotores que transitan afanados hacia sus placeres y compromisos. Frenan y le hacen la seña de pulgar levantado al soldadito, que responde haciendo el mismo gesto de manera automática, a veces incluso sin establecer ningún otro contacto diferente de ese simple acto con su interlocutor, mirando a un punto indefinido del horizonte montañoso del Perijá, sin generar ningún otro movimiento en su cuerpo mientras ejecuta el “todo bien”.
El soldadito cumple mientras piensa en su casa, en lo que estarán haciendo sus amigos mientras él tiene que estar ahí parado, chupando sol, obligado interactuar con miles de desconocidos que lo saludan desde el confort de sus sillas acolchadas y sus aires acondicionados, mientras circulan libremente hacia sus intereses, sin tener que estar pidiendo permiso hasta para ir a cagar. Por eso algunas veces la cara de piedra del soldadito. Pero no deja que eso lo amargue demasiado porque, a pesar de que no le gustan los turnos de retén bajo el solazo de La provincia de Padilla, ha hecho buenos amigos en el ejército: Un pelao wayú que se regaló en Riohacha, por pura falta de oficio; unos pelaos de Villanueva, compositores; otro de Fonseca, otro de Treinta… Cuando llega la hora de la comida o el descanso no pierden la oportunidad de ponerse al día: anécdotas, recuerdos, cuentos acomodados, ficción pura.
Preferiría estar sentado en la cafetería de una universidad, aprovechando un receso entre clases para tomar una merienda mientras retoma los estudios que lo llevarán a una posición más cómoda de la ostentada en su estatus de estudiante universitario; pero ni modo. Los mejores días de su vida malgastados levantándole el pulgar a caras para olvidar, cumpliendo órdenes y horarios como perro entrenado, peleando un conflicto criollo heredado con visos de eternidad, pagando en carne y hueso, con sudor y sangre, los impuestos de guerra más altos de la sociedad.
El soldadito es moreno, jovencito, y en el último puente festivo sufrió una tendinitis en el pulgar derecho de tanto hacerle a los carros de los viajeros la señal de todo bien que la política de seguridad de Uribe implantó en los soldados rasos de los retenes como símbolo de victoria en su campaña por […]
El soldadito es moreno, jovencito, y en el último puente festivo sufrió una tendinitis en el pulgar derecho de tanto hacerle a los carros de los viajeros la señal de todo bien que la política de seguridad de Uribe implantó en los soldados rasos de los retenes como símbolo de victoria en su campaña por la recuperación del asedio de la insurgencia de las vías nacionales y que permanece en el mandato de Santos como elemento rescatado de sus tiempos de Ministro de Defensa de su actual opositor. Las ironías de la vida ¿Guerra o paz? ¡Que idiotez! Lo cierto es que el hecho de que tu vida sea una mierda no te da derecho a ser una mierda en la vida de los demás.
En las principales vías de la nación, en lugares tácticos por estratégicos, en retenes militares sobrevivientes a los flujos del capital Estatal, no falta el soldadito que de tanto saludar a los viajeros se le acalambran los pulgares de las manos. Antecediendo y en medio del retén, antiguas llantas de Hummers se extienden como anacondas amazónicas sobre la carretera, sirviendo de policías acostaos ecológicos para regular la velocidad de los automotores que transitan afanados hacia sus placeres y compromisos. Frenan y le hacen la seña de pulgar levantado al soldadito, que responde haciendo el mismo gesto de manera automática, a veces incluso sin establecer ningún otro contacto diferente de ese simple acto con su interlocutor, mirando a un punto indefinido del horizonte montañoso del Perijá, sin generar ningún otro movimiento en su cuerpo mientras ejecuta el “todo bien”.
El soldadito cumple mientras piensa en su casa, en lo que estarán haciendo sus amigos mientras él tiene que estar ahí parado, chupando sol, obligado interactuar con miles de desconocidos que lo saludan desde el confort de sus sillas acolchadas y sus aires acondicionados, mientras circulan libremente hacia sus intereses, sin tener que estar pidiendo permiso hasta para ir a cagar. Por eso algunas veces la cara de piedra del soldadito. Pero no deja que eso lo amargue demasiado porque, a pesar de que no le gustan los turnos de retén bajo el solazo de La provincia de Padilla, ha hecho buenos amigos en el ejército: Un pelao wayú que se regaló en Riohacha, por pura falta de oficio; unos pelaos de Villanueva, compositores; otro de Fonseca, otro de Treinta… Cuando llega la hora de la comida o el descanso no pierden la oportunidad de ponerse al día: anécdotas, recuerdos, cuentos acomodados, ficción pura.
Preferiría estar sentado en la cafetería de una universidad, aprovechando un receso entre clases para tomar una merienda mientras retoma los estudios que lo llevarán a una posición más cómoda de la ostentada en su estatus de estudiante universitario; pero ni modo. Los mejores días de su vida malgastados levantándole el pulgar a caras para olvidar, cumpliendo órdenes y horarios como perro entrenado, peleando un conflicto criollo heredado con visos de eternidad, pagando en carne y hueso, con sudor y sangre, los impuestos de guerra más altos de la sociedad.