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Columnista - 11 octubre, 2022

Ana del Castillo y “Mono” Zabaleta

El interrogante: Del Castillo y/o Zabaleta -y sus organizaciones musicales- al realizar una presentación musical en el establecimiento carcelario La Picota, en Bogotá, ¿subsumen su comportamiento en un delito o falta disciplinaria? o, ¿el punto es de índole moral y no una cuestión de Derecho? Definitivamente no. Conforme los datos fácticos conocidos, tampoco han de […]

El interrogante: Del Castillo y/o Zabaleta -y sus organizaciones musicales- al realizar una presentación musical en el establecimiento carcelario La Picota, en Bogotá, ¿subsumen su comportamiento en un delito o falta disciplinaria? o, ¿el punto es de índole moral y no una cuestión de Derecho?

Definitivamente no. Conforme los datos fácticos conocidos, tampoco han de responder a ningún título de participación delictual, esto es, frente a ellos no se configura hipótesis alguna de autoría, mediata, inmediata, material, determinadores o cómplices. Posiblemente pueden ser convocados como testigos para que relaten lo que conocieron personal y directamente de una descriptiva irregular situación. Los servidores del INPEC sí que deben responder tanto en sede disciplinaria como penal. También los propios presos. Inaceptable e inexcusable la introducción de tantos elementos prohibidos a una cárcel de condiciones como La Picota. 

Los anteriores hechos ocurrieron en el marco de la celebración del día de la Virgen de Las Mercedes: un evento anual que se conmemora en los establecimientos de reclusión en Colombia, que son sitios convertidos en la degradación del hombre.

Siempre se conoce que las autoridades carcelarias organizan la presentación de artistas de todas las layas para llevar a los reclusos recreación y esparcimiento en el día de la mentada festividad, y para igualmente orarle a  la dulcísima, benignísima y bienaventurada siempre madre de Dios: “Tú que benigna y clemente siempre has atendido desde los cielos, a los tristes lamentos de los pobres cautivos, que se arrepienten de sus culpas viven la dureza de las prisiones”.

La querida Ana es una integral artista Vallenata que ha luchado mucho para ubicarse donde hoy se encuentra, sorteando toda suerte de aspavientos, habituales y divertidos enloquecimientos y resabios insinuantes. Por cierto, serena se ve bien y ligera de ropa también. Tiene una prodigiosa voz que el otorrinolaringólogo Julio César Vargas, tras un estudio de “videolaringoestroboscopia”, cataloga (con vivaz emoción) como mujer con anatomía de garganta vigorosa e incomparable. 

En algún momento de ejercicio profesional con apoyo de defensa técnica de la inteligente y diligente abogada Natalia Estrada Zuleta -litigante para esos tiempos, hoy servidora judicial- conocimos a la ahora destacadísima cantante de vallenato, en un problemático episodio de excesos de vida, que rápidamente tuvo una buena solución, pero desde esos tiempos apreciamos a una mujer de desafíos y de permanentes riesgos. 

Ana Del Castillo es una cantante de música Vallenata -como el “Mono” Zabaleta-, que en el mundanal y utilitario rol que permanentemente viven, pocos juicios de valor y de moral han de hacer para prestar sus servicios profesionales de artistas, más allá de las prevenciones normales, como, por ejemplo, tramitar los rigurosos permisos para ingresar a un establecimiento carcelario y, particularmente a determinados pabellones.

Ante las falsas hipocresías, el inefable Nico Duba, quien oculta con un nombre falso el suyo verdadero, formula este irreverente interrogante: ¿cuál es la diferencia entre una presentación musical en el Club Valledupar, refugio de delincuentes y corruptos y una presentación musical en un patio de La Picota?

El que usa seudónimo no quiere darse a conocer por alguna razón, entre ellas revelar sus propias cloacas e inquinas, pero el aprestigiado Club Social de Valledupar S.A. no puede catalogarse con penetrante resentimiento social como un refugio de delincuencia y corrupción; es un lugar emblemático de Valledupar y el Cesar, integrado por hombres y familias tradicionales, pulcras, honestas, paradigmáticas: loas de la auténtica sociedad Valduparense, colmada de gentes buenas, denodadas, visibles y principalmente con mujeres pulquérrimas. Inadmisible comparación.

Columnista
11 octubre, 2022

Ana del Castillo y “Mono” Zabaleta

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Hugo Mendoza

El interrogante: Del Castillo y/o Zabaleta -y sus organizaciones musicales- al realizar una presentación musical en el establecimiento carcelario La Picota, en Bogotá, ¿subsumen su comportamiento en un delito o falta disciplinaria? o, ¿el punto es de índole moral y no una cuestión de Derecho? Definitivamente no. Conforme los datos fácticos conocidos, tampoco han de […]


El interrogante: Del Castillo y/o Zabaleta -y sus organizaciones musicales- al realizar una presentación musical en el establecimiento carcelario La Picota, en Bogotá, ¿subsumen su comportamiento en un delito o falta disciplinaria? o, ¿el punto es de índole moral y no una cuestión de Derecho?

Definitivamente no. Conforme los datos fácticos conocidos, tampoco han de responder a ningún título de participación delictual, esto es, frente a ellos no se configura hipótesis alguna de autoría, mediata, inmediata, material, determinadores o cómplices. Posiblemente pueden ser convocados como testigos para que relaten lo que conocieron personal y directamente de una descriptiva irregular situación. Los servidores del INPEC sí que deben responder tanto en sede disciplinaria como penal. También los propios presos. Inaceptable e inexcusable la introducción de tantos elementos prohibidos a una cárcel de condiciones como La Picota. 

Los anteriores hechos ocurrieron en el marco de la celebración del día de la Virgen de Las Mercedes: un evento anual que se conmemora en los establecimientos de reclusión en Colombia, que son sitios convertidos en la degradación del hombre.

Siempre se conoce que las autoridades carcelarias organizan la presentación de artistas de todas las layas para llevar a los reclusos recreación y esparcimiento en el día de la mentada festividad, y para igualmente orarle a  la dulcísima, benignísima y bienaventurada siempre madre de Dios: “Tú que benigna y clemente siempre has atendido desde los cielos, a los tristes lamentos de los pobres cautivos, que se arrepienten de sus culpas viven la dureza de las prisiones”.

La querida Ana es una integral artista Vallenata que ha luchado mucho para ubicarse donde hoy se encuentra, sorteando toda suerte de aspavientos, habituales y divertidos enloquecimientos y resabios insinuantes. Por cierto, serena se ve bien y ligera de ropa también. Tiene una prodigiosa voz que el otorrinolaringólogo Julio César Vargas, tras un estudio de “videolaringoestroboscopia”, cataloga (con vivaz emoción) como mujer con anatomía de garganta vigorosa e incomparable. 

En algún momento de ejercicio profesional con apoyo de defensa técnica de la inteligente y diligente abogada Natalia Estrada Zuleta -litigante para esos tiempos, hoy servidora judicial- conocimos a la ahora destacadísima cantante de vallenato, en un problemático episodio de excesos de vida, que rápidamente tuvo una buena solución, pero desde esos tiempos apreciamos a una mujer de desafíos y de permanentes riesgos. 

Ana Del Castillo es una cantante de música Vallenata -como el “Mono” Zabaleta-, que en el mundanal y utilitario rol que permanentemente viven, pocos juicios de valor y de moral han de hacer para prestar sus servicios profesionales de artistas, más allá de las prevenciones normales, como, por ejemplo, tramitar los rigurosos permisos para ingresar a un establecimiento carcelario y, particularmente a determinados pabellones.

Ante las falsas hipocresías, el inefable Nico Duba, quien oculta con un nombre falso el suyo verdadero, formula este irreverente interrogante: ¿cuál es la diferencia entre una presentación musical en el Club Valledupar, refugio de delincuentes y corruptos y una presentación musical en un patio de La Picota?

El que usa seudónimo no quiere darse a conocer por alguna razón, entre ellas revelar sus propias cloacas e inquinas, pero el aprestigiado Club Social de Valledupar S.A. no puede catalogarse con penetrante resentimiento social como un refugio de delincuencia y corrupción; es un lugar emblemático de Valledupar y el Cesar, integrado por hombres y familias tradicionales, pulcras, honestas, paradigmáticas: loas de la auténtica sociedad Valduparense, colmada de gentes buenas, denodadas, visibles y principalmente con mujeres pulquérrimas. Inadmisible comparación.