En estos días escuché en una emisora radial bogotana que Love Story cumplía cuarenta y cinco años. Inmediatamente me invadió una ráfaga de añoranza y comenzaron a acosarme los recuerdos. Había iniciado mis estudios en Bogotá y fui con un grupo de amigos, al antiguo teatro Palermo, a ver la cinta que estaba emocionando al […]
En estos días escuché en una emisora radial bogotana que Love Story cumplía cuarenta y cinco años. Inmediatamente me invadió una ráfaga de añoranza y comenzaron a acosarme los recuerdos. Había iniciado mis estudios en Bogotá y fui con un grupo de amigos, al antiguo teatro Palermo, a ver la cinta que estaba emocionando al mundo.
Historia de Amor, basada en un libro del mismo nombre de Erich Segal, es considerada una de las más románticas, si no la más, en la historia del cine. Ali MaGroup y Ryan O’Neal, una pareja de gran belleza, fueron los protagonistas, de lo que hoy considerarían un culebrón. Sin embargo, el libro está ahí, indestronable en un puesto honroso en el mundo literario y otras obras más del mismo autor como Actos de Fe y La historia de Oliver.
En la sala de cine hubo una emoción generalizada, muchas mujeres llorosas y hombres conmovidos, eran los años setenta en los que el romance, por no decir romanticismo, todavía se usaba. Ahora se considera cursi.
Pues bien, el impacto que me dejó la película fue la belleza de los diálogos, y una frase inderogable: ‘Amor es nunca tener que pedir perdón’. Se convirtió en tema para periodistas, críticos y especialmente para las inolvidables tarjeticas, ‘credenciales’, que se cruzaban entre adolescentes enamorados.
Aunque la idea de las tarjeticas fue anterior a la película, creadas por la neozelandesa Kim Casali que las ideó para su novio Roberto, hoy todavía se venden y hay libros muy bellos con los inolvidables personajes. En El Tiempo de Bogotá, se publicaron diariamente, por varios años, las románticas viñetas. Kim Casali murió relativamente joven, pero dejó un legado de inspiración para los que siguen dibujando lo que es el amor en frases que no se acaban y que tienen que ver con la cotidianidad.
Ahora, cuando está de moda pedir perdón, exigir perdón, rogar perdón, negar perdón, perdón y olvido, perdón sin olvido, se vuelve a esgrimir el arma poderosa del amor para sustentar un acto que lleva implícito el arrepentimiento, un ‘no volver a ofender, a delinquir, a maltratar’.
Volvamos a la película, la crítica estuvo de acuerdo en que es mejor que el libro, la interpretación de los protagonistas es tan creíble que enseñan una forma de amar en pareja, en que cada personaje no esconde sus sentimientos, los pone de manifiesto sin melosería, ni cursilería, todo lo contrario es una historia poco común, dos jóvenes que tienen que hacer frente a muchas dificultades para vivir su amor.
En estos momentos de desasosiego, de ansiedades, es bueno darnos un ratico para solazarnos viendo, en casa y con la familia, la vieja película, a la que no le pasan los años; tiene el poder fresco de la juventud de hacernos soñar, de creer, de esperar. La recomiendo y que ‘Amor es nunca tener que pedir perdón’, sea un mantra que constantemente repitamos.
En estos días escuché en una emisora radial bogotana que Love Story cumplía cuarenta y cinco años. Inmediatamente me invadió una ráfaga de añoranza y comenzaron a acosarme los recuerdos. Había iniciado mis estudios en Bogotá y fui con un grupo de amigos, al antiguo teatro Palermo, a ver la cinta que estaba emocionando al […]
En estos días escuché en una emisora radial bogotana que Love Story cumplía cuarenta y cinco años. Inmediatamente me invadió una ráfaga de añoranza y comenzaron a acosarme los recuerdos. Había iniciado mis estudios en Bogotá y fui con un grupo de amigos, al antiguo teatro Palermo, a ver la cinta que estaba emocionando al mundo.
Historia de Amor, basada en un libro del mismo nombre de Erich Segal, es considerada una de las más románticas, si no la más, en la historia del cine. Ali MaGroup y Ryan O’Neal, una pareja de gran belleza, fueron los protagonistas, de lo que hoy considerarían un culebrón. Sin embargo, el libro está ahí, indestronable en un puesto honroso en el mundo literario y otras obras más del mismo autor como Actos de Fe y La historia de Oliver.
En la sala de cine hubo una emoción generalizada, muchas mujeres llorosas y hombres conmovidos, eran los años setenta en los que el romance, por no decir romanticismo, todavía se usaba. Ahora se considera cursi.
Pues bien, el impacto que me dejó la película fue la belleza de los diálogos, y una frase inderogable: ‘Amor es nunca tener que pedir perdón’. Se convirtió en tema para periodistas, críticos y especialmente para las inolvidables tarjeticas, ‘credenciales’, que se cruzaban entre adolescentes enamorados.
Aunque la idea de las tarjeticas fue anterior a la película, creadas por la neozelandesa Kim Casali que las ideó para su novio Roberto, hoy todavía se venden y hay libros muy bellos con los inolvidables personajes. En El Tiempo de Bogotá, se publicaron diariamente, por varios años, las románticas viñetas. Kim Casali murió relativamente joven, pero dejó un legado de inspiración para los que siguen dibujando lo que es el amor en frases que no se acaban y que tienen que ver con la cotidianidad.
Ahora, cuando está de moda pedir perdón, exigir perdón, rogar perdón, negar perdón, perdón y olvido, perdón sin olvido, se vuelve a esgrimir el arma poderosa del amor para sustentar un acto que lleva implícito el arrepentimiento, un ‘no volver a ofender, a delinquir, a maltratar’.
Volvamos a la película, la crítica estuvo de acuerdo en que es mejor que el libro, la interpretación de los protagonistas es tan creíble que enseñan una forma de amar en pareja, en que cada personaje no esconde sus sentimientos, los pone de manifiesto sin melosería, ni cursilería, todo lo contrario es una historia poco común, dos jóvenes que tienen que hacer frente a muchas dificultades para vivir su amor.
En estos momentos de desasosiego, de ansiedades, es bueno darnos un ratico para solazarnos viendo, en casa y con la familia, la vieja película, a la que no le pasan los años; tiene el poder fresco de la juventud de hacernos soñar, de creer, de esperar. La recomiendo y que ‘Amor es nunca tener que pedir perdón’, sea un mantra que constantemente repitamos.