El fenómeno religioso es una evidencia de los esfuerzos del hombre por explicar los acontecimientos y realidades que le sobrepasan; cuando el hombre primitivo no encontraba una explicación para el movimiento de las aguas del mar, por ejemplo, surgía la idea de un dios que vivía en las profundidades y cuya fuerza agitaba el océano. […]
El fenómeno religioso es una evidencia de los esfuerzos del hombre por explicar los acontecimientos y realidades que le sobrepasan; cuando el hombre primitivo no encontraba una explicación para el movimiento de las aguas del mar, por ejemplo, surgía la idea de un dios que vivía en las profundidades y cuya fuerza agitaba el océano. Así el ser humano se inventó los dioses, personajes con características físicas y morales tomadas de los humanos, aunque con un plus de fuerza, poderes, inmortalidad, etc.
En un determinado momento de la historia, sin embargo, un anciano politeísta (Abraham) sería depositario de una verdad que cambiaría el curso de la historia y las relaciones de muchos con la divinidad: No existían tantos dioses cuantos fenómenos inexplicables, existía sólo un Dios, creador de todo, eterno, fiel, amoroso y omnipotente; un Dios para quien los seres humanos no son simples juguetes animados, un Dios profundamente comprometido con la vida, un Dios que ama y que pide amar, un Dios que es amor.
Dios es amor. Estas tres palabras que han sido repetidas hasta la saciedad, pero que nunca serán meditadas lo suficiente, nos revelan la esencia de Dios. ¿Quién es Dios? ¿Acaso un todopoderoso solitario que en algún momento aburrido de su eterna existencia decidió crear un juego llamado humanidad? ¿Acaso el juez inmisericorde de nuestros actos? ¿Energía, fuerza o inteligencia cósmica? No. ¡Dios es Amor! Y ¿Qué es el amor? ¡El amor es Dios! No piense el lector que busco evasivas, comprenda más bien que hay realidades imposibles de abarcar en un concepto, realidades incomprensibles para la inteligencia pero inteligibles para el corazón.
Dios nos ama. ¿Qué más puede hacer el amor si no amar? Y el que es el Amor Eterno ¿podrá, acaso, hacer algo distinto que amar eternamente? En estos días dije a un grupo de niños algo que por poco me mete en problemas; a ellos, tan acostumbrados a que se les diga que deben ser buenos para que Dios los quiera, les dije que el amor de Dios no depende de nuestro comportamiento y que “si somos buenos Dios nos quiere y si somos malos también”. El Amor de Dios no es una recompensa a nuestras buenas obras, no es algo merecido, es simplemente un don, es la “locura” de un Dios que se hizo hombre y que, extendiendo sus brazos en la cruz, nos enseñó que nadie tiene amor más grande que quien es capaz de ofrendar la propia vida.
Dios nos pide amar. ¿Cómo podrá el ser humano responder a tan grande amor? ¡Amando! Quien de verdad se siente amado no hace otra cosa si no amar y, en medio de sus imperfecciones cotidianas, se ofrece a los demás. He aquí el mensaje del Evangelio que se proclama en la Misa de este día: el principal y primero de los mandamientos es este: “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Tengamos el valor de plantearnos hoy un par de preguntas cuyas respuestas nunca podrán ser contrarias y siempre tendrán que estar sustentadas por las obras: ¿Amo a Dios? ¿Amo al prójimo? Feliz domingo.
El fenómeno religioso es una evidencia de los esfuerzos del hombre por explicar los acontecimientos y realidades que le sobrepasan; cuando el hombre primitivo no encontraba una explicación para el movimiento de las aguas del mar, por ejemplo, surgía la idea de un dios que vivía en las profundidades y cuya fuerza agitaba el océano. […]
El fenómeno religioso es una evidencia de los esfuerzos del hombre por explicar los acontecimientos y realidades que le sobrepasan; cuando el hombre primitivo no encontraba una explicación para el movimiento de las aguas del mar, por ejemplo, surgía la idea de un dios que vivía en las profundidades y cuya fuerza agitaba el océano. Así el ser humano se inventó los dioses, personajes con características físicas y morales tomadas de los humanos, aunque con un plus de fuerza, poderes, inmortalidad, etc.
En un determinado momento de la historia, sin embargo, un anciano politeísta (Abraham) sería depositario de una verdad que cambiaría el curso de la historia y las relaciones de muchos con la divinidad: No existían tantos dioses cuantos fenómenos inexplicables, existía sólo un Dios, creador de todo, eterno, fiel, amoroso y omnipotente; un Dios para quien los seres humanos no son simples juguetes animados, un Dios profundamente comprometido con la vida, un Dios que ama y que pide amar, un Dios que es amor.
Dios es amor. Estas tres palabras que han sido repetidas hasta la saciedad, pero que nunca serán meditadas lo suficiente, nos revelan la esencia de Dios. ¿Quién es Dios? ¿Acaso un todopoderoso solitario que en algún momento aburrido de su eterna existencia decidió crear un juego llamado humanidad? ¿Acaso el juez inmisericorde de nuestros actos? ¿Energía, fuerza o inteligencia cósmica? No. ¡Dios es Amor! Y ¿Qué es el amor? ¡El amor es Dios! No piense el lector que busco evasivas, comprenda más bien que hay realidades imposibles de abarcar en un concepto, realidades incomprensibles para la inteligencia pero inteligibles para el corazón.
Dios nos ama. ¿Qué más puede hacer el amor si no amar? Y el que es el Amor Eterno ¿podrá, acaso, hacer algo distinto que amar eternamente? En estos días dije a un grupo de niños algo que por poco me mete en problemas; a ellos, tan acostumbrados a que se les diga que deben ser buenos para que Dios los quiera, les dije que el amor de Dios no depende de nuestro comportamiento y que “si somos buenos Dios nos quiere y si somos malos también”. El Amor de Dios no es una recompensa a nuestras buenas obras, no es algo merecido, es simplemente un don, es la “locura” de un Dios que se hizo hombre y que, extendiendo sus brazos en la cruz, nos enseñó que nadie tiene amor más grande que quien es capaz de ofrendar la propia vida.
Dios nos pide amar. ¿Cómo podrá el ser humano responder a tan grande amor? ¡Amando! Quien de verdad se siente amado no hace otra cosa si no amar y, en medio de sus imperfecciones cotidianas, se ofrece a los demás. He aquí el mensaje del Evangelio que se proclama en la Misa de este día: el principal y primero de los mandamientos es este: “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Tengamos el valor de plantearnos hoy un par de preguntas cuyas respuestas nunca podrán ser contrarias y siempre tendrán que estar sustentadas por las obras: ¿Amo a Dios? ¿Amo al prójimo? Feliz domingo.