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Columnista - 2 marzo, 2020

Amar y proteger los ríos

Un río es una muralla que frena el trote del desierto. El río existe por un ciclo perfecto de la naturaleza, y en su nacimiento intervienen: el rocío emergente de los glaciares, el remanso de los páramos, el reposo ondulante de lagunas, las afluencias de riachuelos y el retorno de la lluvia. Y la lluvia […]

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Un río es una muralla que frena el trote del desierto. El río existe por un ciclo perfecto de la naturaleza, y en su nacimiento intervienen: el rocío emergente de los glaciares, el remanso de los páramos, el reposo ondulante de lagunas, las afluencias de riachuelos y el retorno de la lluvia. Y la lluvia está ligada a la presencia de los bosques y al viento que eleva a las nubes el polen que condensa el agua evaporada por el sol.

Un pueblo sin río es un pueblo triste. La calidad del agua determina la calidad de vida en el ser humano. El agua es vivificante y milagrosa; es vitalidad, higiene, recreación y fiesta. El ser humano es un amante del agua: inicia su vida en el río del vientre de la madre y después cuando descubre las bondades del agua se regocija en la hidrolatría: ofrenda la lluvia, la corriente vegetal de los ríos y el escarceo azul de los mares.

El ser humano tiene el compromiso vital de proteger los factores del equilibrio ambiental para conservar los ríos. Todas las personas tenemos que amar y cuidar los ríos. El río de los amores de Valledupar brota de la Sierra-Madre, su primera estancia es la laguna Curigua y en su recorrido se van sumando arroyos hasta convertirse en el gran río Guatapurí; pasa por el noreste de la ciudad y en un recodo las aguas se tornan profundas y forman el conocido balneario Hurtado. Ahí surge la leyenda de la sirena. Algunos viejos pescadores dicen haber escuchado en noches de luna llena, el cantar de la sirena.

El Guatapurí es frescura, catarsis y magia para inspiración de cantores vallenatos y para los enamorados. Lo han llamado padre tutelar del canto y el rey del Valle. Quien viene a Valledupar y se baña en sus aguas quiere quedarse, y es seguro que regresa. El río Guatapurí es patrimonio de la humanidad. El río necesita verdaderos guardianes para poder seguir en su misión natural de dar vida a la vida, y que la sinfonía del andar de sus aguas esté siempre protegida por la sombra vegetal y el romance cantarino de los pájaros. Todos estamos en la obligación de custodiar el río y mantenerlo como un auténtico sitio de recreación familiar.

Viejos habitantes de Valledupar sienten nostalgia por el inmenso caudal y el verdor de la floresta; hoy en épocas de verano hay partes donde el río pierde su andar entre las rocas y la ausencia de árboles sombríos. Un sabio indígena arhuaco, entristecido, pero con altiva esperanza, dijo al contemplar el río: “el agua no se acaba, se esconde. Un río nunca anda solo.

Hay un río macho y un río hembra. Siempre andan juntos, uno arriba que fluye en el follaje del viento y otro abajo, invisible a la música del aire. Si al macho lo desvían de su cauce, no podrán cantar victoria los usurpadores del agua. Llegará el momento que el río macho vuelva a su antiguo lecho a buscar al rio hembra. El designio es vivir unidos”.

Columnista
2 marzo, 2020

Amar y proteger los ríos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Atuesta Mindiola

Un río es una muralla que frena el trote del desierto. El río existe por un ciclo perfecto de la naturaleza, y en su nacimiento intervienen: el rocío emergente de los glaciares, el remanso de los páramos, el reposo ondulante de lagunas, las afluencias de riachuelos y el retorno de la lluvia. Y la lluvia […]


Un río es una muralla que frena el trote del desierto. El río existe por un ciclo perfecto de la naturaleza, y en su nacimiento intervienen: el rocío emergente de los glaciares, el remanso de los páramos, el reposo ondulante de lagunas, las afluencias de riachuelos y el retorno de la lluvia. Y la lluvia está ligada a la presencia de los bosques y al viento que eleva a las nubes el polen que condensa el agua evaporada por el sol.

Un pueblo sin río es un pueblo triste. La calidad del agua determina la calidad de vida en el ser humano. El agua es vivificante y milagrosa; es vitalidad, higiene, recreación y fiesta. El ser humano es un amante del agua: inicia su vida en el río del vientre de la madre y después cuando descubre las bondades del agua se regocija en la hidrolatría: ofrenda la lluvia, la corriente vegetal de los ríos y el escarceo azul de los mares.

El ser humano tiene el compromiso vital de proteger los factores del equilibrio ambiental para conservar los ríos. Todas las personas tenemos que amar y cuidar los ríos. El río de los amores de Valledupar brota de la Sierra-Madre, su primera estancia es la laguna Curigua y en su recorrido se van sumando arroyos hasta convertirse en el gran río Guatapurí; pasa por el noreste de la ciudad y en un recodo las aguas se tornan profundas y forman el conocido balneario Hurtado. Ahí surge la leyenda de la sirena. Algunos viejos pescadores dicen haber escuchado en noches de luna llena, el cantar de la sirena.

El Guatapurí es frescura, catarsis y magia para inspiración de cantores vallenatos y para los enamorados. Lo han llamado padre tutelar del canto y el rey del Valle. Quien viene a Valledupar y se baña en sus aguas quiere quedarse, y es seguro que regresa. El río Guatapurí es patrimonio de la humanidad. El río necesita verdaderos guardianes para poder seguir en su misión natural de dar vida a la vida, y que la sinfonía del andar de sus aguas esté siempre protegida por la sombra vegetal y el romance cantarino de los pájaros. Todos estamos en la obligación de custodiar el río y mantenerlo como un auténtico sitio de recreación familiar.

Viejos habitantes de Valledupar sienten nostalgia por el inmenso caudal y el verdor de la floresta; hoy en épocas de verano hay partes donde el río pierde su andar entre las rocas y la ausencia de árboles sombríos. Un sabio indígena arhuaco, entristecido, pero con altiva esperanza, dijo al contemplar el río: “el agua no se acaba, se esconde. Un río nunca anda solo.

Hay un río macho y un río hembra. Siempre andan juntos, uno arriba que fluye en el follaje del viento y otro abajo, invisible a la música del aire. Si al macho lo desvían de su cauce, no podrán cantar victoria los usurpadores del agua. Llegará el momento que el río macho vuelva a su antiguo lecho a buscar al rio hembra. El designio es vivir unidos”.