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Columnista - 22 mayo, 2024

¿Amamos odiar?

Aunque parezca paradójica la pregunta, parece más que eso. Y es que no se puede tapar el sol con las manos de lo que está sucediendo en nuestra sociedad, viviendo en un mundo colmado de mentiras y medias verdades, en donde un grupo se hace las víctimas convirtiendo al otro grupo en victimarios, alternando lógicamente […]

Aunque parezca paradójica la pregunta, parece más que eso. Y es que no se puede tapar el sol con las manos de lo que está sucediendo en nuestra sociedad, viviendo en un mundo colmado de mentiras y medias verdades, en donde un grupo se hace las víctimas convirtiendo al otro grupo en victimarios, alternando lógicamente el pensamiento de unos por otros.

El odio, como se define, es la pasión y el sentimiento más bajo y ruin que puede carcomer como un cáncer el alma humana, destruyendo amistades, grupos y hasta familias por completo, naciendo de la ignorancia de no tratar ni siquiera de comprender y escuchar el argumento del otro, porque no, porque nosotros somos los dueños y poseedores de la verdad absoluta, dejando a los otros como los mentirosos, los menesterosos de la decencia y la probidad, los corruptos y bandidos, a los cuales debemos exterminar.

Somos una sociedad que nos está destruyendo el odio; pues odiamos a nuestros gobernantes, a los que siguen a los gobernantes; odiamos a los profesores porque los asociamos a una determinada corriente o línea política, odiamos al limpia vidrios de los carros en las esquinas del semáforo, odiamos al pobre limosnero que se acerca a nosotros y al que rechazamos como si su cercanía nos ensuciara de miseria de alguna manera. Odiamos al vendedor que se sube al bus a ofrecer algún dulce y que con su trillado y lánguido discurso nos interrumpe la vista del video compartido en las redes por el influencer del momento.

Odiamos al que no se viste como nosotros o al que ríe a carcajadas tildándolo de maleducado, odiamos al que nos apresura con el pito del auto cuando nos distraemos manejando. Odiamos a los cantantes que entonan canciones que atacan a personas que admiramos porque los demás los admiran, porque ni siquiera en realidad sabemos quiénes son. Odiamos al que le va bien, porque creemos que no se merece el aplauso, pero al fin y al cabo, odiamos a quienes los aplauden también. Odiamos a quienes no apoyan nuestras ideas, pues son con seguridad del otro bando, pero odiamos igual a quienes las apoyan porque supuestamente existe una envidia “de la buena”. Mentira, la envidia es una sola y no se distingue entre buena o mala. Odiamos hasta el bebé que estalla en llanto en pleno vuelo sin compadecernos de su intranquilidad y mucho menos la de la madre.

Salimos y hacemos nuestras cosas mirando de reojo a muchos pensando, como lo decía, que somos los dueños absolutos de la verdad y lo mejor, y el resto, solo están ahí para derrumbarnos. En alguna ocasión leí que el mayor generador de odio es el odio mismo, y el odio nace de la ignorancia, que es el más atrevido que cualquier pecado capital. Un tumor que se agiganta extendiéndose hacia todo y hacia todos, derrumbando en días lo que se tarda en décadas o siglos en construir.

Muchos se atreven a decir que tienen miedo de lo que pueda suceder en nuestro país y lo que debemos analizar es que ese miedo por el futuro propio se cambia aquí en una especie de xenofobia criolla o nacionalista, pues nuestras actitudes y comportamientos hostiles van hacia nuestros propios paisanos, nuestros propios integrantes del vecindario o del núcleo familiar, estamos llegando a sentir desprecio y discriminar, agrediendo, incluso, física o verbalmente a los que no piensan como nosotros y por ello terminamos odiándonos nosotros mismos. Estamos viviendo en una sociedad de miedo y de odio promoviéndose mutuamente.

¿Por qué entonces en vez de odiar no proponemos alternativas de reconciliación? ¿Por qué entonces en vez de atacar a mi hermano, le toco el hombro y lo ayudo a seguir por el camino que considero correcto? ¿Por qué entonces en vez de odiar el llanto del bebé en el próximo vuelo o viaje, no me retrotraigo y viajamos al pasado recordando nuestro propio llanto provocado por los miedos o el de nuestros hijos que nos hicieron padres? ¿Por qué entonces en vez de odiarnos a nosotros mismos, no recordamos mejor las palabras del más joven de los evangelistas? ¿Será posible que el tumor del odio pueda más que una profilaxis aun a tiempo del espíritu humano?

Soplemos sobre la niebla espesa que no deja ver lo hermoso que es el mundo y admiremos la maravilla de poder vivir en paz.

Columnista
22 mayo, 2024

¿Amamos odiar?

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jairo Mejía Cuello

Aunque parezca paradójica la pregunta, parece más que eso. Y es que no se puede tapar el sol con las manos de lo que está sucediendo en nuestra sociedad, viviendo en un mundo colmado de mentiras y medias verdades, en donde un grupo se hace las víctimas convirtiendo al otro grupo en victimarios, alternando lógicamente […]


Aunque parezca paradójica la pregunta, parece más que eso. Y es que no se puede tapar el sol con las manos de lo que está sucediendo en nuestra sociedad, viviendo en un mundo colmado de mentiras y medias verdades, en donde un grupo se hace las víctimas convirtiendo al otro grupo en victimarios, alternando lógicamente el pensamiento de unos por otros.

El odio, como se define, es la pasión y el sentimiento más bajo y ruin que puede carcomer como un cáncer el alma humana, destruyendo amistades, grupos y hasta familias por completo, naciendo de la ignorancia de no tratar ni siquiera de comprender y escuchar el argumento del otro, porque no, porque nosotros somos los dueños y poseedores de la verdad absoluta, dejando a los otros como los mentirosos, los menesterosos de la decencia y la probidad, los corruptos y bandidos, a los cuales debemos exterminar.

Somos una sociedad que nos está destruyendo el odio; pues odiamos a nuestros gobernantes, a los que siguen a los gobernantes; odiamos a los profesores porque los asociamos a una determinada corriente o línea política, odiamos al limpia vidrios de los carros en las esquinas del semáforo, odiamos al pobre limosnero que se acerca a nosotros y al que rechazamos como si su cercanía nos ensuciara de miseria de alguna manera. Odiamos al vendedor que se sube al bus a ofrecer algún dulce y que con su trillado y lánguido discurso nos interrumpe la vista del video compartido en las redes por el influencer del momento.

Odiamos al que no se viste como nosotros o al que ríe a carcajadas tildándolo de maleducado, odiamos al que nos apresura con el pito del auto cuando nos distraemos manejando. Odiamos a los cantantes que entonan canciones que atacan a personas que admiramos porque los demás los admiran, porque ni siquiera en realidad sabemos quiénes son. Odiamos al que le va bien, porque creemos que no se merece el aplauso, pero al fin y al cabo, odiamos a quienes los aplauden también. Odiamos a quienes no apoyan nuestras ideas, pues son con seguridad del otro bando, pero odiamos igual a quienes las apoyan porque supuestamente existe una envidia “de la buena”. Mentira, la envidia es una sola y no se distingue entre buena o mala. Odiamos hasta el bebé que estalla en llanto en pleno vuelo sin compadecernos de su intranquilidad y mucho menos la de la madre.

Salimos y hacemos nuestras cosas mirando de reojo a muchos pensando, como lo decía, que somos los dueños absolutos de la verdad y lo mejor, y el resto, solo están ahí para derrumbarnos. En alguna ocasión leí que el mayor generador de odio es el odio mismo, y el odio nace de la ignorancia, que es el más atrevido que cualquier pecado capital. Un tumor que se agiganta extendiéndose hacia todo y hacia todos, derrumbando en días lo que se tarda en décadas o siglos en construir.

Muchos se atreven a decir que tienen miedo de lo que pueda suceder en nuestro país y lo que debemos analizar es que ese miedo por el futuro propio se cambia aquí en una especie de xenofobia criolla o nacionalista, pues nuestras actitudes y comportamientos hostiles van hacia nuestros propios paisanos, nuestros propios integrantes del vecindario o del núcleo familiar, estamos llegando a sentir desprecio y discriminar, agrediendo, incluso, física o verbalmente a los que no piensan como nosotros y por ello terminamos odiándonos nosotros mismos. Estamos viviendo en una sociedad de miedo y de odio promoviéndose mutuamente.

¿Por qué entonces en vez de odiar no proponemos alternativas de reconciliación? ¿Por qué entonces en vez de atacar a mi hermano, le toco el hombro y lo ayudo a seguir por el camino que considero correcto? ¿Por qué entonces en vez de odiar el llanto del bebé en el próximo vuelo o viaje, no me retrotraigo y viajamos al pasado recordando nuestro propio llanto provocado por los miedos o el de nuestros hijos que nos hicieron padres? ¿Por qué entonces en vez de odiarnos a nosotros mismos, no recordamos mejor las palabras del más joven de los evangelistas? ¿Será posible que el tumor del odio pueda más que una profilaxis aun a tiempo del espíritu humano?

Soplemos sobre la niebla espesa que no deja ver lo hermoso que es el mundo y admiremos la maravilla de poder vivir en paz.