Imaginemos que el país es una casa. En esa casa, el padre trabaja para traer el dinero, y la madre lo administra. Pero, ¿qué pasa si, en lugar de cuidar el dinero, la madre decide gastar cada vez más en cosas innecesarias y en dar regalos a los hijos sin que ellos hagan nada para merecerlos?
Imaginemos que el país es una casa. En esa casa, el padre trabaja para traer el dinero, y la madre lo administra. Pero, ¿qué pasa si, en lugar de cuidar el dinero, la madre decide gastar cada vez más en cosas innecesarias y en dar regalos a los hijos sin que ellos hagan nada para merecerlos?
Pronto, la madre empieza a subirle la carga al padre, a quien le toca trabajar cada vez más. Pero el gasto sigue creciendo, entonces la madre pide prestado a los vecinos, al prestamista del barrio para seguir sosteniendo sus gastos, en gran medida innecesarios, y los hijos se acostumbran a que les regalen todo, sin aprender a hacer nada por su cuenta. Además, la madre alimenta con los mejores filetes al perro guardián, y si alguien protesta, pues le suelta al perro, y así mantiene todo “bajo control”. Si el padre se cansa y decide irse para otra casa donde lo traten mejor, ¿cómo sobrevivirá esa casa?
Javier Milei, en Argentina, vio esta situación y propuso soluciones para que la “casa” volviera a ser un buen lugar. Javier cree que el padre necesita menos cargas y que los hijos deben ganarse las cosas con esfuerzo. Milei propone reducir drásticamente el gasto público, eliminar subsidios innecesarios y permitir que la gente y las empresas trabajen y prosperen sin tantas restricciones.
Su plan no es tan complicado y si hubiese voluntad política como, sería fácil de aplicar, el Estado debería estar al servicio del pueblo y no al revés, el gasto del gobierno debería ser el mínimo para garantizar su funcionamiento.
¿Cómo aplicarlo en Colombia? Aquí también el gobierno gasta más de lo necesario. Hay muchos ministerios que consumen recursos sin grandes resultados. Si reducimos el gasto público al mínimo y privatizamos empresas estatales, dejando solo lo estratégico en manos del Estado, podríamos usar mejor nuestros recursos.
Para mejorar la productividad, hay que invertir en capacitación y tecnología. Fortalecer instituciones como el SENA, que forma a trabajadores, y facilitar la importación de tecnología y maquinaria con menos impuestos permitiría a las empresas modernizarse. Ofrecer préstamos con tasas de interés bajas también ayudaría a que el sector privado pueda crecer.
¿Por qué bajar impuestos y eliminar subsidios? Imagina que en la “casa” se bajan la exigencia al padre y se eliminan los regalos innecesarios para los hijos. Esto significaría que todos tendrían que esforzarse más para obtener lo que quieren, pero el padre tendría más dinero para invertir en otros negocios y así generar más ingresos, lo cual a la larga mejorara las condiciones de todos en la casa.
Algunos temen que sin subsidios la gente sufra, pero lo que realmente se necesita es un entorno donde haya mejores empleos y donde las personas puedan ganarse su sustento con dignidad. En otros países, los trabajadores ganan más porque producen más. La idea no es bajar sueldos, sino aumentar la productividad, y así mejorar los salarios.
¿Cómo hacer prosperar nuestra “casa”? Para que nuestra “casa” prospere, el gobierno debe dejar de ser el protagonista y convertirse en un facilitador, un servidor. Su rol debe ser establecer reglas claras, asegurar estabilidad jurídica y ofrecer incentivos a la inversión, no controlarlo todo, limitando la libertad. Si logramos que la productividad crezca, con educación y tecnología, Colombia podría ser una potencia económica.
Necesitamos un líder que, como Milei, se atreva a decir que el gasto desmedido, los impuestos altos y la politiquería son la plaga de nuestro país. El verdadero cambio empieza cuando cada uno asume su responsabilidad y el gobierno crea un entorno donde las empresas y los trabajadores puedan crecer.
Mientras tanto, el padre de la “casa” seguirá trabajando arduamente, con la esperanza de que algún día las cosas cambien y los hijos aprendan a valerse por sí mismos. Porque al final, el bienestar de la “casa” depende de todos, pero empieza con el esfuerzo y la responsabilidad de cada uno. ¡Qué viva la libertad carajo!
Por: Hernán Restrepo.
Imaginemos que el país es una casa. En esa casa, el padre trabaja para traer el dinero, y la madre lo administra. Pero, ¿qué pasa si, en lugar de cuidar el dinero, la madre decide gastar cada vez más en cosas innecesarias y en dar regalos a los hijos sin que ellos hagan nada para merecerlos?
Imaginemos que el país es una casa. En esa casa, el padre trabaja para traer el dinero, y la madre lo administra. Pero, ¿qué pasa si, en lugar de cuidar el dinero, la madre decide gastar cada vez más en cosas innecesarias y en dar regalos a los hijos sin que ellos hagan nada para merecerlos?
Pronto, la madre empieza a subirle la carga al padre, a quien le toca trabajar cada vez más. Pero el gasto sigue creciendo, entonces la madre pide prestado a los vecinos, al prestamista del barrio para seguir sosteniendo sus gastos, en gran medida innecesarios, y los hijos se acostumbran a que les regalen todo, sin aprender a hacer nada por su cuenta. Además, la madre alimenta con los mejores filetes al perro guardián, y si alguien protesta, pues le suelta al perro, y así mantiene todo “bajo control”. Si el padre se cansa y decide irse para otra casa donde lo traten mejor, ¿cómo sobrevivirá esa casa?
Javier Milei, en Argentina, vio esta situación y propuso soluciones para que la “casa” volviera a ser un buen lugar. Javier cree que el padre necesita menos cargas y que los hijos deben ganarse las cosas con esfuerzo. Milei propone reducir drásticamente el gasto público, eliminar subsidios innecesarios y permitir que la gente y las empresas trabajen y prosperen sin tantas restricciones.
Su plan no es tan complicado y si hubiese voluntad política como, sería fácil de aplicar, el Estado debería estar al servicio del pueblo y no al revés, el gasto del gobierno debería ser el mínimo para garantizar su funcionamiento.
¿Cómo aplicarlo en Colombia? Aquí también el gobierno gasta más de lo necesario. Hay muchos ministerios que consumen recursos sin grandes resultados. Si reducimos el gasto público al mínimo y privatizamos empresas estatales, dejando solo lo estratégico en manos del Estado, podríamos usar mejor nuestros recursos.
Para mejorar la productividad, hay que invertir en capacitación y tecnología. Fortalecer instituciones como el SENA, que forma a trabajadores, y facilitar la importación de tecnología y maquinaria con menos impuestos permitiría a las empresas modernizarse. Ofrecer préstamos con tasas de interés bajas también ayudaría a que el sector privado pueda crecer.
¿Por qué bajar impuestos y eliminar subsidios? Imagina que en la “casa” se bajan la exigencia al padre y se eliminan los regalos innecesarios para los hijos. Esto significaría que todos tendrían que esforzarse más para obtener lo que quieren, pero el padre tendría más dinero para invertir en otros negocios y así generar más ingresos, lo cual a la larga mejorara las condiciones de todos en la casa.
Algunos temen que sin subsidios la gente sufra, pero lo que realmente se necesita es un entorno donde haya mejores empleos y donde las personas puedan ganarse su sustento con dignidad. En otros países, los trabajadores ganan más porque producen más. La idea no es bajar sueldos, sino aumentar la productividad, y así mejorar los salarios.
¿Cómo hacer prosperar nuestra “casa”? Para que nuestra “casa” prospere, el gobierno debe dejar de ser el protagonista y convertirse en un facilitador, un servidor. Su rol debe ser establecer reglas claras, asegurar estabilidad jurídica y ofrecer incentivos a la inversión, no controlarlo todo, limitando la libertad. Si logramos que la productividad crezca, con educación y tecnología, Colombia podría ser una potencia económica.
Necesitamos un líder que, como Milei, se atreva a decir que el gasto desmedido, los impuestos altos y la politiquería son la plaga de nuestro país. El verdadero cambio empieza cuando cada uno asume su responsabilidad y el gobierno crea un entorno donde las empresas y los trabajadores puedan crecer.
Mientras tanto, el padre de la “casa” seguirá trabajando arduamente, con la esperanza de que algún día las cosas cambien y los hijos aprendan a valerse por sí mismos. Porque al final, el bienestar de la “casa” depende de todos, pero empieza con el esfuerzo y la responsabilidad de cada uno. ¡Qué viva la libertad carajo!
Por: Hernán Restrepo.