Pocos personajes en la historia republicana de nuestra patria han logrado despertar tantas pasiones y sentimientos encontrados entre uno y otro sector, hasta el punto que aún el país sigue dividido entre los que lo odian y los que lo aman, privilegio este del que no gozan los demás expresidentes que pasaron a la historia […]
Pocos personajes en la historia republicana de nuestra patria han logrado despertar tantas pasiones y sentimientos encontrados entre uno y otro sector, hasta el punto que aún el país sigue dividido entre los que lo odian y los que lo aman, privilegio este del que no gozan los demás expresidentes que pasaron a la historia sin lograr posesionarse en la mente del colectivo colombiano, ávido de nuevos liderazgos capaces de superar lo hecho por Álvaro Uribe en sus dos mandatos.
En un país en donde se olvidan con facilidad los logros, los aciertos y las ejecutorias de sus gobernantes, y en donde sus opositores, incapaces de superarlos, se dedican a alimentar los oídos y los rencores llenos de resentimientos incandescentes y perversos en sus seguidores para continuar generando el caos y la zozobra, pretendiendo con esto lograr de manera tramposa lo que no han sido capaces de conseguir en las urnas, es preciso recordar principalmente a los cesarenses, que cuando Uribe llegó al poder diversas regiones del país se encontraban secuestradas, con más de 350 municipios cuyos alcaldes gobernaban desde las capitales porque a sus pueblos no podían llegar; los inversionistas nacionales y extranjeros habían desaparecido; las carreteras eran un desastre, parecían caminos de herradura adornados con múltiples retenes de pesca milagrosa evitando que los connacionales pudieran vacacionar y disfrutar de la belleza de nuestra tierra. Recordamos también como la institucionalidad en toda su expresión le rendía pleitesía y sumisión a esos grupos dominantes; los empresarios del campo abandonaron sus fincas y las tierras se devaluaron de manera asombrosa, las fábricas cerraban sus puertas, los comerciantes trabajaban para pagar vacunas y a nivel internacional éramos vistos como un Estado fallido.
Los que tuvimos la oportunidad de salir del país éramos tratados como parias en los diferentes aeropuertos; recuerdo una ocasión que en el Aeropuerto Internacional de San José de Costa Rica, en tránsito para México, anunciaron por el altoparlante: “Pasajeros hagan una fila de este lado, y colombianos en este otro lado”. Seguido de un exhaustivo interrogatorio. Ni siquiera fuimos considerados pasajeros. Muchos protestamos pero no éramos más que unos: “Pinches colombianos en busca de un mejor futuro”. Así nos veían en diversas naciones de la geografía universal.
Con el advenimiento de Álvaro Uribe al poder se inició el proceso de recuperación de las libertades perdidas, se restableció la confianza inversionista, floreció el turismo que estaba marchito, los finqueros empezaron a volver al campo. Ahora dicen algunos antiuribistas recalcitrantes que esa era su obligación. Sí, pero nunca le exigieron a sus antecesores el cumplimiento de tales obligaciones. Quizás lo que no le perdonan a Uribe es no haberse retirado de la política y haberles dejado el camino despejado para su ascenso; tal vez no quieran ni verlo preso, solo que no les estorbe para poder conseguir sus objetivos con facilidad.
Pero una persona inquieta como él no podía estar destinado a ser un mueble viejo más, confinado en los anaqueles del olvido o posar en las cafeterías de las universidades pupis de Europa presumiendo dictarles clases a hijos de riquillos y millonarios como lo han hecho muchos en el pasado. No señor, están equivocados. Un hombre que arriesgó su vida y la sigue arriesgando por la construcción de una Colombia mejor, no merece tal fin. Tiene el deber y la obligación moral y política de seguir opinando y aportando a la construcción de una nación más igualitaria, prospera y llena de igualdad para que entre todos podamos vencer la inequidad social que nos mantiene enfrentados y sometidos a la miseria en muchos rincones de la patria.
Necesitamos una justicia imparcial y equitativa que juzgue con el mismo rasero a los de derecha pero también a los de centro y a los de izquierda sin sesgos ni revanchismos politiqueros, en donde se brinden todas las garantías procesales a los investigados y que ojalá en este caso como lo ha solicitado el mismo expresidente, se levante la reserva del sumario para que los colombianos que algo entendemos de Derecho, podamos tomar nuestras propias conclusiones.
Pocos personajes en la historia republicana de nuestra patria han logrado despertar tantas pasiones y sentimientos encontrados entre uno y otro sector, hasta el punto que aún el país sigue dividido entre los que lo odian y los que lo aman, privilegio este del que no gozan los demás expresidentes que pasaron a la historia […]
Pocos personajes en la historia republicana de nuestra patria han logrado despertar tantas pasiones y sentimientos encontrados entre uno y otro sector, hasta el punto que aún el país sigue dividido entre los que lo odian y los que lo aman, privilegio este del que no gozan los demás expresidentes que pasaron a la historia sin lograr posesionarse en la mente del colectivo colombiano, ávido de nuevos liderazgos capaces de superar lo hecho por Álvaro Uribe en sus dos mandatos.
En un país en donde se olvidan con facilidad los logros, los aciertos y las ejecutorias de sus gobernantes, y en donde sus opositores, incapaces de superarlos, se dedican a alimentar los oídos y los rencores llenos de resentimientos incandescentes y perversos en sus seguidores para continuar generando el caos y la zozobra, pretendiendo con esto lograr de manera tramposa lo que no han sido capaces de conseguir en las urnas, es preciso recordar principalmente a los cesarenses, que cuando Uribe llegó al poder diversas regiones del país se encontraban secuestradas, con más de 350 municipios cuyos alcaldes gobernaban desde las capitales porque a sus pueblos no podían llegar; los inversionistas nacionales y extranjeros habían desaparecido; las carreteras eran un desastre, parecían caminos de herradura adornados con múltiples retenes de pesca milagrosa evitando que los connacionales pudieran vacacionar y disfrutar de la belleza de nuestra tierra. Recordamos también como la institucionalidad en toda su expresión le rendía pleitesía y sumisión a esos grupos dominantes; los empresarios del campo abandonaron sus fincas y las tierras se devaluaron de manera asombrosa, las fábricas cerraban sus puertas, los comerciantes trabajaban para pagar vacunas y a nivel internacional éramos vistos como un Estado fallido.
Los que tuvimos la oportunidad de salir del país éramos tratados como parias en los diferentes aeropuertos; recuerdo una ocasión que en el Aeropuerto Internacional de San José de Costa Rica, en tránsito para México, anunciaron por el altoparlante: “Pasajeros hagan una fila de este lado, y colombianos en este otro lado”. Seguido de un exhaustivo interrogatorio. Ni siquiera fuimos considerados pasajeros. Muchos protestamos pero no éramos más que unos: “Pinches colombianos en busca de un mejor futuro”. Así nos veían en diversas naciones de la geografía universal.
Con el advenimiento de Álvaro Uribe al poder se inició el proceso de recuperación de las libertades perdidas, se restableció la confianza inversionista, floreció el turismo que estaba marchito, los finqueros empezaron a volver al campo. Ahora dicen algunos antiuribistas recalcitrantes que esa era su obligación. Sí, pero nunca le exigieron a sus antecesores el cumplimiento de tales obligaciones. Quizás lo que no le perdonan a Uribe es no haberse retirado de la política y haberles dejado el camino despejado para su ascenso; tal vez no quieran ni verlo preso, solo que no les estorbe para poder conseguir sus objetivos con facilidad.
Pero una persona inquieta como él no podía estar destinado a ser un mueble viejo más, confinado en los anaqueles del olvido o posar en las cafeterías de las universidades pupis de Europa presumiendo dictarles clases a hijos de riquillos y millonarios como lo han hecho muchos en el pasado. No señor, están equivocados. Un hombre que arriesgó su vida y la sigue arriesgando por la construcción de una Colombia mejor, no merece tal fin. Tiene el deber y la obligación moral y política de seguir opinando y aportando a la construcción de una nación más igualitaria, prospera y llena de igualdad para que entre todos podamos vencer la inequidad social que nos mantiene enfrentados y sometidos a la miseria en muchos rincones de la patria.
Necesitamos una justicia imparcial y equitativa que juzgue con el mismo rasero a los de derecha pero también a los de centro y a los de izquierda sin sesgos ni revanchismos politiqueros, en donde se brinden todas las garantías procesales a los investigados y que ojalá en este caso como lo ha solicitado el mismo expresidente, se levante la reserva del sumario para que los colombianos que algo entendemos de Derecho, podamos tomar nuestras propias conclusiones.