Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 22 enero, 2021

Alguien escribió en Europa ‘Lo siento’ (II)

En esta columna le damos continuidad a algunos interesantes apartes del autor desconocido al que hicimos alusión en el escrito anterior. “Estamos a tiempo de entender que debemos desconectar nuestras pantallas y volver a encender nuestros cerebros. Como niños nos contaron historias, nos dijeron que éramos demasiado pequeños, que ya estábamos jodidos. Ahora vamos a […]

En esta columna le damos continuidad a algunos interesantes apartes del autor desconocido al que hicimos alusión en el escrito anterior.

“Estamos a tiempo de entender que debemos desconectar nuestras pantallas y volver a encender nuestros cerebros. Como niños nos contaron historias, nos dijeron que éramos demasiado pequeños, que ya estábamos jodidos. Ahora vamos a mostrarle cuánto hemos crecido. Les contamos a través de homenajes, peticiones, tweets, que el próximo mundo no debe retroceder hacia el mundo anterior.

Depende de nosotros construir el mundo que está por venir. ¿Cuándo empezamos? ¿Te atreves a tirarlo todo? Por supuesto, hay estados y su inacción, instituciones y sus cumbres multinacionales con los ojos cerrados. Pero hoy me gustaría sugerirte algo: ¿qué pasa si no lo esperamos? Vamos a necesitar coraje y audacia. Es más fácil gritar conspiración que poner nuestras manos en la tierra. Es mucho más fácil decir que su culpa, culpa de las otras personas.

Debemos atrevernos a hacernos la pregunta: ¿de qué nos sentiremos orgullosos como generación? ¿Estaremos orgullosos de la red 5G para descargar porno en una fracción de segundos? ¿De nuestros rasgados mapas del mundo, agotados por haber estado en México, la India, y Costa Rica? ¿Estaremos orgullosos de la máscara impermeable o de las gafas de realidad aumentada, cuando nos volvemos ciegos frente al que está delante de nosotros? ¿O estaremos orgullosos de pertenecer a esos que han logrado desafiar la historia? Confinados en cuarentena dentro de un sistema enfermo, por primera vez, hemos aprendido que no hacer nada ya era actuar.

Entonces, entendemos que nuestro vago, sofá-tazón (especie de sofá), es una validación tortuosa de este mundo. No decir nada es estar de acuerdo. No hacer nada, eso es no querer que las cosas cambien. Es una apuesta arriesgada poner nuestro destino en manos de un puñado de boomers (lo que digan otras personas, viejas o achacosos). ¡Necesitamos el calentamiento global! No, hay que controlarlo, hagamos que nuestro planeta sea grandioso de nuevo.

No dejemos que elijan por nosotros, por su ignorancia, su inacción, su nostalgia destructiva por un mundo agonizante. Al desconfinar nuestros cuerpos, debemos desconfinar nuestra pereza.

Nosotros, aquellos cuyo hogar no termina en una esquina de la calle, en una cama de hospital, nosotros los privilegiados, hemos desgastado las costuras del sofá, hemos descargado aplicaciones para abdominales concretos, hemos leído libros para vaciar nuestra mesita de noche, aprendimos a hacer pan y tocar la guitarra, con los tutoriales de YouTube, tomamos bebidas pixeladas en línea, finalmente hemos renunciado a los sujetadores, hemos aprendido a coser mascarillas.

Hemos sido héroes en pijamas, y salvamos vidas en zapatillas. Pero esta vez no se trata de quedarse en casa. Mañana tendremos que ser aún más valientes. Hay una nueva historia esperándonos ahí fuera, y créeme, hay trabajo por hacer. Vamos a tener que seguir adelante, salir a la calle, carteles en mano, ensuciarse las manos en nuestro curriculum escolar. Tendremos que ser inquietos, una generación consciente e indignada. Que somos bastantes con una conciencia ecológica, una etiqueta extraña para aquellos que aman la vida lo suficiente como para luchar por ella. ¡Salvemos el planeta, como sino fuéramos parte de todos! Somos seres vivos, al igual que los demás, somos parte de la naturaleza y si desaparece, nosotros desaparecemos con ella”.

Columnista
22 enero, 2021

Alguien escribió en Europa ‘Lo siento’ (II)

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Hernán Maestre Martínez

En esta columna le damos continuidad a algunos interesantes apartes del autor desconocido al que hicimos alusión en el escrito anterior. “Estamos a tiempo de entender que debemos desconectar nuestras pantallas y volver a encender nuestros cerebros. Como niños nos contaron historias, nos dijeron que éramos demasiado pequeños, que ya estábamos jodidos. Ahora vamos a […]


En esta columna le damos continuidad a algunos interesantes apartes del autor desconocido al que hicimos alusión en el escrito anterior.

“Estamos a tiempo de entender que debemos desconectar nuestras pantallas y volver a encender nuestros cerebros. Como niños nos contaron historias, nos dijeron que éramos demasiado pequeños, que ya estábamos jodidos. Ahora vamos a mostrarle cuánto hemos crecido. Les contamos a través de homenajes, peticiones, tweets, que el próximo mundo no debe retroceder hacia el mundo anterior.

Depende de nosotros construir el mundo que está por venir. ¿Cuándo empezamos? ¿Te atreves a tirarlo todo? Por supuesto, hay estados y su inacción, instituciones y sus cumbres multinacionales con los ojos cerrados. Pero hoy me gustaría sugerirte algo: ¿qué pasa si no lo esperamos? Vamos a necesitar coraje y audacia. Es más fácil gritar conspiración que poner nuestras manos en la tierra. Es mucho más fácil decir que su culpa, culpa de las otras personas.

Debemos atrevernos a hacernos la pregunta: ¿de qué nos sentiremos orgullosos como generación? ¿Estaremos orgullosos de la red 5G para descargar porno en una fracción de segundos? ¿De nuestros rasgados mapas del mundo, agotados por haber estado en México, la India, y Costa Rica? ¿Estaremos orgullosos de la máscara impermeable o de las gafas de realidad aumentada, cuando nos volvemos ciegos frente al que está delante de nosotros? ¿O estaremos orgullosos de pertenecer a esos que han logrado desafiar la historia? Confinados en cuarentena dentro de un sistema enfermo, por primera vez, hemos aprendido que no hacer nada ya era actuar.

Entonces, entendemos que nuestro vago, sofá-tazón (especie de sofá), es una validación tortuosa de este mundo. No decir nada es estar de acuerdo. No hacer nada, eso es no querer que las cosas cambien. Es una apuesta arriesgada poner nuestro destino en manos de un puñado de boomers (lo que digan otras personas, viejas o achacosos). ¡Necesitamos el calentamiento global! No, hay que controlarlo, hagamos que nuestro planeta sea grandioso de nuevo.

No dejemos que elijan por nosotros, por su ignorancia, su inacción, su nostalgia destructiva por un mundo agonizante. Al desconfinar nuestros cuerpos, debemos desconfinar nuestra pereza.

Nosotros, aquellos cuyo hogar no termina en una esquina de la calle, en una cama de hospital, nosotros los privilegiados, hemos desgastado las costuras del sofá, hemos descargado aplicaciones para abdominales concretos, hemos leído libros para vaciar nuestra mesita de noche, aprendimos a hacer pan y tocar la guitarra, con los tutoriales de YouTube, tomamos bebidas pixeladas en línea, finalmente hemos renunciado a los sujetadores, hemos aprendido a coser mascarillas.

Hemos sido héroes en pijamas, y salvamos vidas en zapatillas. Pero esta vez no se trata de quedarse en casa. Mañana tendremos que ser aún más valientes. Hay una nueva historia esperándonos ahí fuera, y créeme, hay trabajo por hacer. Vamos a tener que seguir adelante, salir a la calle, carteles en mano, ensuciarse las manos en nuestro curriculum escolar. Tendremos que ser inquietos, una generación consciente e indignada. Que somos bastantes con una conciencia ecológica, una etiqueta extraña para aquellos que aman la vida lo suficiente como para luchar por ella. ¡Salvemos el planeta, como sino fuéramos parte de todos! Somos seres vivos, al igual que los demás, somos parte de la naturaleza y si desaparece, nosotros desaparecemos con ella”.