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Columnista - 20 julio, 2019

ALEJO Y LA TAMBORA

Para Alejandro Durán su niñez fue una niñez feliz, a pesar de haber tenido que trabajar desde muy pequeño en los oficios de la hacienda Las cabezas, pero a la hora de la diversión tenía para recrearse muchos más elementos que le sonreían, a diferencia de otros niños ya fuese en un ambiente rural o […]

Para Alejandro Durán su niñez fue una niñez feliz, a pesar de haber tenido que trabajar desde muy pequeño en los oficios de la hacienda Las cabezas, pero a la hora de la diversión tenía para recrearse muchos más elementos que le sonreían, a diferencia de otros niños ya fuese en un ambiente rural o citadino. Además de los juegos propios de la edad, el escuchar a sus mayores tocar el acordeón, cantar sus endechas, y embelesarse oyendo a su madre Juana Francisca liderando grupos de tamboreros como una grandiosa cantadora en eventos especiales de bullerengues y tamboras, esa forma de bailes cantaos propios de las zonas negroides, donde la piel morena trata de imponer los valores culturales que llegaron del continente negro.

Para él fueron una especie de rondas infantiles aquellos cantos como Bonita es la vida mía, Volá, volá pajarito, Mi compadre se cayó, la candela vida y muchos más que años más adelante cuando se fue a conquistar el mundo con su acordeón tuvo oportunidad de incorporarlas a su repertorio musical y llevarlas a la grabación, iniciando una especie de apertura hacia otros ritmos como prueba de su versatilidad.

Al observar las tamboras grabadas por Alejo nos percatamos que la base rítmica en ellas es diferente a la del son o el paseo y en análisis musical realizado por el musicólogo “Chane Meza” confirma que el ritmo presente en éstas es el del bullerengue, que en su formato original tiene dos tambores, macho y hembra, reemplazados por Alejo en su grabación por la caja de Pastor Arrieta y la tumbadora de Plutarco Julio. Y la guacharaca de José Tapias suplantando el guache original en el grupo de tamboras.
Su hermano Naferito en los inicios de su carrera también se interesó en la herencia musical materna y nos dejó grabados un par de espléndidas tamboras: Mi pañuelo y plánchame la ropa.

Muchos de estos bailes cantaos surgieron de la colectividad, pero la mayoría de los grabados por Alejo vieron su luz en la inspiración de Heriberto Pretel, un tamborero y cantador de la aldea Plataperdía cercana a Chimichagua que persiguiendo unas cadenas de ébano vivía rondando los linderos de El Paso.

Es posible que algunos juglares del ayer oriundos de la zona ribereña, del canal del dique o alguna ciénaga, como Abel Antonio Villa, Pacho Rada, Rafita Camacho, Enrique Díaz y otros más, tengan en su repertorio grabaciones de tamboras, pero es el mérito de haberles dado protagonismo el logrado por Alejandro Duran movido quizás por la fuerza negra de su raza en el África ancestral.

Lo cierto es que la personalidad musical de Alejo está más cerca de los tambores y la percusión que de las gaitas aborígenes. Y de los millos mestizos del gran caribe.

Años atrás los interesados del vallenato iniciaron un movimiento para que se le diera entrada a la tambora como el quinto aire en nuestro folclor vallenato, pero siendo ésta exclusivamente de origen africano, conserva su expresión primigenia con tambores, canto y palmoteo, diferente a la de los cuatro aires tradicionales que con gaitas, tambor y guacharaca esperaron la llegada del acordeón para iniciar otra etapa en la música que ya moldeada y estructurada, se conoce hoy como vallenata. La presencia de la tambora sigue vigente en importantes fiestas populares como el once de Noviembre en Cartagena y el carnaval que recogen toda esta tradición.

Sin embargo queda la ventana abierta a cualquier argumento o hipótesis que no sirva para enriquecer estas apreciaciones.

Columnista
20 julio, 2019

ALEJO Y LA TAMBORA

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Julio C. Oñate M.

Para Alejandro Durán su niñez fue una niñez feliz, a pesar de haber tenido que trabajar desde muy pequeño en los oficios de la hacienda Las cabezas, pero a la hora de la diversión tenía para recrearse muchos más elementos que le sonreían, a diferencia de otros niños ya fuese en un ambiente rural o […]


Para Alejandro Durán su niñez fue una niñez feliz, a pesar de haber tenido que trabajar desde muy pequeño en los oficios de la hacienda Las cabezas, pero a la hora de la diversión tenía para recrearse muchos más elementos que le sonreían, a diferencia de otros niños ya fuese en un ambiente rural o citadino. Además de los juegos propios de la edad, el escuchar a sus mayores tocar el acordeón, cantar sus endechas, y embelesarse oyendo a su madre Juana Francisca liderando grupos de tamboreros como una grandiosa cantadora en eventos especiales de bullerengues y tamboras, esa forma de bailes cantaos propios de las zonas negroides, donde la piel morena trata de imponer los valores culturales que llegaron del continente negro.

Para él fueron una especie de rondas infantiles aquellos cantos como Bonita es la vida mía, Volá, volá pajarito, Mi compadre se cayó, la candela vida y muchos más que años más adelante cuando se fue a conquistar el mundo con su acordeón tuvo oportunidad de incorporarlas a su repertorio musical y llevarlas a la grabación, iniciando una especie de apertura hacia otros ritmos como prueba de su versatilidad.

Al observar las tamboras grabadas por Alejo nos percatamos que la base rítmica en ellas es diferente a la del son o el paseo y en análisis musical realizado por el musicólogo “Chane Meza” confirma que el ritmo presente en éstas es el del bullerengue, que en su formato original tiene dos tambores, macho y hembra, reemplazados por Alejo en su grabación por la caja de Pastor Arrieta y la tumbadora de Plutarco Julio. Y la guacharaca de José Tapias suplantando el guache original en el grupo de tamboras.
Su hermano Naferito en los inicios de su carrera también se interesó en la herencia musical materna y nos dejó grabados un par de espléndidas tamboras: Mi pañuelo y plánchame la ropa.

Muchos de estos bailes cantaos surgieron de la colectividad, pero la mayoría de los grabados por Alejo vieron su luz en la inspiración de Heriberto Pretel, un tamborero y cantador de la aldea Plataperdía cercana a Chimichagua que persiguiendo unas cadenas de ébano vivía rondando los linderos de El Paso.

Es posible que algunos juglares del ayer oriundos de la zona ribereña, del canal del dique o alguna ciénaga, como Abel Antonio Villa, Pacho Rada, Rafita Camacho, Enrique Díaz y otros más, tengan en su repertorio grabaciones de tamboras, pero es el mérito de haberles dado protagonismo el logrado por Alejandro Duran movido quizás por la fuerza negra de su raza en el África ancestral.

Lo cierto es que la personalidad musical de Alejo está más cerca de los tambores y la percusión que de las gaitas aborígenes. Y de los millos mestizos del gran caribe.

Años atrás los interesados del vallenato iniciaron un movimiento para que se le diera entrada a la tambora como el quinto aire en nuestro folclor vallenato, pero siendo ésta exclusivamente de origen africano, conserva su expresión primigenia con tambores, canto y palmoteo, diferente a la de los cuatro aires tradicionales que con gaitas, tambor y guacharaca esperaron la llegada del acordeón para iniciar otra etapa en la música que ya moldeada y estructurada, se conoce hoy como vallenata. La presencia de la tambora sigue vigente en importantes fiestas populares como el once de Noviembre en Cartagena y el carnaval que recogen toda esta tradición.

Sin embargo queda la ventana abierta a cualquier argumento o hipótesis que no sirva para enriquecer estas apreciaciones.