Seguramente hay quienes defienden de unas cosas al alcalde de Valledupar, Mello Castro. Pero dudo mucho que puedan defenderlo del “desapego” que tiene para salvar a una ciudad que hoy está sumida en el desorden social, con una inseguridad alarmante, con desavenencias por todas partes y el descalabro del sector comercial. Digo desapego, porque pareciera […]
Seguramente hay quienes defienden de unas cosas al alcalde de Valledupar, Mello Castro. Pero dudo mucho que puedan defenderlo del “desapego” que tiene para salvar a una ciudad que hoy está sumida en el desorden social, con una inseguridad alarmante, con desavenencias por todas partes y el descalabro del sector comercial.
Digo desapego, porque pareciera que el alcalde no se va a desprender de su paciencia para retomar el rumbo de la ciudad, porque en año y medio, ¿cuáles son los resultados?
Valledupar está desacelerada, ya no tenemos una ciudad como la planearon Rodolfo Campo Soto, Aníbal Martínez Zuleta (+) y Elías Ochoa Daza. Este trio fue en su momento algo parecido a “los tres mosqueteros”.
A ese trio le dolía Valledupar y su gente. La encumbraba ‘Sorpresa Caribe’. Valledupar tenía dolientes, aún resuenan las palabras de la entonces gobernadora del Cesar, Paulina Mejía de Castro Monsalvo, reclamando por su ciudad, una anciana de honor. Hace unos días estuvieron por Valledupar varios amigos de Barranquilla, compañeros de estudios en la universidad y pasé pena y dolor de mi patria chica.
Sufrí esos tres días porque encontraron a la ciudad “patas arriba”. Afirmaron que, a cambio de casas bonitas al norte, varias obras son insulsas en donde se ve que han actuado con sevicia. Dijeron que teníamos un mercado público impuro, con andenes ocupados por todo mundo, menos por el transeúnte.
Se sorprendieron por el desorden calles arriba y el desasosiego calles abajo. En nada se parece al Valledupar de los versos de Gustavo Gutiérrez y los poemas del poeta y decimero Jose Atuesta Mindiola.
La ciudad no tiene orden, como lo pregonó en su campaña el alcalde. Aquí impera el desorden, porque no hay autoridad, porque nadie respeta las restricciones de tránsito. Los ciudadanos hacen lo que les da la gana.
Los motociclistas se ponen de “ruana” las prohibiciones. Van como bólidos por las calles, se suben a andenes, no respetan semáforos, parquean en cualquier parte sus motocicletas, no respetan al transeúnte ni muchos menos las señales de tránsito. En su mayoría ninguno tiene documentos en regla.
De otro lado, el caos de los taxistas. Muchos obstaculizan el tráfico a cada momento, parquean sus carros encima de cualquier andén, en mitad de una calle, a un metro del separador de una avenida, en fin, tienen en caos a la ciudad. La piratería está al orden del día.
Pero, también los dueños de carros particulares, especialmente los vehículos de alta gama. Parquean donde ‘les da la gana’, manejan sin precauciones y no respetan los espacios públicos. A cada momento se ven carros lujosos, dueños de una calle.
Ninguno respeta semáforos. Incluso, los motociclistas cuando llegan a los semáforos aceleran y “vuelan” en sus vehículos.
Todo lo anterior es responsabilidad del alcalde. Todo el desorden en la ciudad es galopante, no hay respeto por el espacio público. La ciudad está llena de burdeles –la gente sabe que el alcalde y la Policía saben dónde están-, pero hay indolencia para frenar esos sitios tan perjudiciales para Valledupar.
La cifra de accidentalidad es alarmante, por la falta de control. El espacio público es ocupado hoy por cientos de personas: unos que se rebuscan en la economía informal y otros que acaparan sitios públicos para vender sus productos.
En Valledupar impera el desorden. Uno ve cinco agentes del tránsito juntos en una equina, mientras que en la otra esquina hay trancones a tutiplén. Incluso, caminar por los andenes, en Valledupar, es cosa del pasado. Hasta la próxima semana.
Seguramente hay quienes defienden de unas cosas al alcalde de Valledupar, Mello Castro. Pero dudo mucho que puedan defenderlo del “desapego” que tiene para salvar a una ciudad que hoy está sumida en el desorden social, con una inseguridad alarmante, con desavenencias por todas partes y el descalabro del sector comercial. Digo desapego, porque pareciera […]
Seguramente hay quienes defienden de unas cosas al alcalde de Valledupar, Mello Castro. Pero dudo mucho que puedan defenderlo del “desapego” que tiene para salvar a una ciudad que hoy está sumida en el desorden social, con una inseguridad alarmante, con desavenencias por todas partes y el descalabro del sector comercial.
Digo desapego, porque pareciera que el alcalde no se va a desprender de su paciencia para retomar el rumbo de la ciudad, porque en año y medio, ¿cuáles son los resultados?
Valledupar está desacelerada, ya no tenemos una ciudad como la planearon Rodolfo Campo Soto, Aníbal Martínez Zuleta (+) y Elías Ochoa Daza. Este trio fue en su momento algo parecido a “los tres mosqueteros”.
A ese trio le dolía Valledupar y su gente. La encumbraba ‘Sorpresa Caribe’. Valledupar tenía dolientes, aún resuenan las palabras de la entonces gobernadora del Cesar, Paulina Mejía de Castro Monsalvo, reclamando por su ciudad, una anciana de honor. Hace unos días estuvieron por Valledupar varios amigos de Barranquilla, compañeros de estudios en la universidad y pasé pena y dolor de mi patria chica.
Sufrí esos tres días porque encontraron a la ciudad “patas arriba”. Afirmaron que, a cambio de casas bonitas al norte, varias obras son insulsas en donde se ve que han actuado con sevicia. Dijeron que teníamos un mercado público impuro, con andenes ocupados por todo mundo, menos por el transeúnte.
Se sorprendieron por el desorden calles arriba y el desasosiego calles abajo. En nada se parece al Valledupar de los versos de Gustavo Gutiérrez y los poemas del poeta y decimero Jose Atuesta Mindiola.
La ciudad no tiene orden, como lo pregonó en su campaña el alcalde. Aquí impera el desorden, porque no hay autoridad, porque nadie respeta las restricciones de tránsito. Los ciudadanos hacen lo que les da la gana.
Los motociclistas se ponen de “ruana” las prohibiciones. Van como bólidos por las calles, se suben a andenes, no respetan semáforos, parquean en cualquier parte sus motocicletas, no respetan al transeúnte ni muchos menos las señales de tránsito. En su mayoría ninguno tiene documentos en regla.
De otro lado, el caos de los taxistas. Muchos obstaculizan el tráfico a cada momento, parquean sus carros encima de cualquier andén, en mitad de una calle, a un metro del separador de una avenida, en fin, tienen en caos a la ciudad. La piratería está al orden del día.
Pero, también los dueños de carros particulares, especialmente los vehículos de alta gama. Parquean donde ‘les da la gana’, manejan sin precauciones y no respetan los espacios públicos. A cada momento se ven carros lujosos, dueños de una calle.
Ninguno respeta semáforos. Incluso, los motociclistas cuando llegan a los semáforos aceleran y “vuelan” en sus vehículos.
Todo lo anterior es responsabilidad del alcalde. Todo el desorden en la ciudad es galopante, no hay respeto por el espacio público. La ciudad está llena de burdeles –la gente sabe que el alcalde y la Policía saben dónde están-, pero hay indolencia para frenar esos sitios tan perjudiciales para Valledupar.
La cifra de accidentalidad es alarmante, por la falta de control. El espacio público es ocupado hoy por cientos de personas: unos que se rebuscan en la economía informal y otros que acaparan sitios públicos para vender sus productos.
En Valledupar impera el desorden. Uno ve cinco agentes del tránsito juntos en una equina, mientras que en la otra esquina hay trancones a tutiplén. Incluso, caminar por los andenes, en Valledupar, es cosa del pasado. Hasta la próxima semana.