Un pueblo siempre sumiso, convencido que la democracia era su gobierno, creado por ellos y para beneficio de ellos. Qué ilusos seguimos siendo.
Las discusiones por política no son de ahora, pues desde la antigüedad los letrados y otros que querían serlo, creyentes y defensores de la libertad de un pueblo con derechos, se enfrentaban en las plazas públicas argumentando las posiciones e ideologías que creían ser las mejores y las que deberían ser implementadas y acogidas por los demás, es decir, el pueblo.
Un pueblo siempre sumiso, convencido que la democracia era su gobierno, creado por ellos y para beneficio de ellos. Qué ilusos seguimos siendo.
A pesar del paso de los siglos, la ambición y la mala práctica en la política siguen imperantes en un pueblo, que mutilado en sus derechos a pesar de existir cientos de leyes que se ufanan de defenderlos, se ahoga en la miseria y en la impotencia ante el desdén de sus gobernantes.
La mítica frase expresada por Lincoln que define la democracia no ha sido otra cosa que un sofisma de distracción para seguir sumergiendo a ese pueblo en la agónica esperanza de un futuro mejor, al menos para sus próximas generaciones.
En un país bien gobernado debe inspirar vergüenza la pobreza. En un país mal gobernado debe inspirar vergüenza la riqueza. Unas frases de Confucio, que no hacen más que reiterar nuestra decadencia de gobierno. Y es desafortunadamente nuestra realidad.
Mientras escasee la sabiduría y la educación no sea prioridad en una democracia, tratarán de sobresalir y se destacarán los soberbios y orgullosos, quienes darán mal uso de los derechos que nos otorga la libertad de elegir y ser elegidos.
Qué impotente me siento como ciudadano al ver cómo mis derechos constantemente son vulnerados, pisoteados y violados. La falta de justicia y no solamente me refiero a la social, ayuda a engendrar un sentimiento que produce incertidumbre por lo que pasará mañana.
Quizás ya no me preocupo por mí. Hoy me preocupo por mis hijos y más por mis nietos. ¿Será que no hay esperanza para vivir mejor en mi país? ¿Qué es lo que entonces deberíamos hacer para que esto suceda?
Y mientras tanto vemos que la radicalización y la polarización en las actuales posturas políticas no ayudan en nada a la reconciliación de nuestro pueblo.
Parecemos las mismas decenas de tribus indígenas que encontraron los españoles a su llegada, peleándose entre ellos por el poder. Un poder efímero que no determina en nada la satisfacción siquiera del que lo ostenta.
Un poder, muchas veces, imaginario, que se crea con el síndrome de la ausencia del mismo, porque algunos se creen los mesías irremplazables para solucionar todo a todos. Qué ilusos seguimos siendo, reitero.
Si quiero opinar, debo expresar mi voluntad y después con derecho podré exigir, aplaudir o censurar. No podemos quedarnos en los “dime que te diré”, a acalorarnos entre las discusiones que no llevan a alguna parte y apoderarnos estúpidamente de la defensa de aquellos que ni siquiera piensan en la verdadera angustia del pueblo, porque de ser así, entonces estamos condenados a ser los idiotas útiles de aquellos autoproclamados caudillos auspiciados por la vehemente imbecilidad del pueblo que se vende en los comicios o que calla su crítica ante la falta de autoridad moral a pesar de la opresión de la conciencia que le exige honestidad consigo mismo.
Si bien es cierto que me ahoga en este momento la impotencia por lo que está sucediendo, también es cierto que solo en mis actos está la grandeza del espíritu que legaré a mi descendencia con la absoluta tranquilidad en mi mente y corazón de haber actuado con dignidad como aquel que seguirá soñando en un país macondiano, cargando una esperanza que será testigo del tiempo y que al final será el que diga que la historia seguirá repitiéndose a pesar de lo que deseemos.
POR JAIRO MEJÍA.
Un pueblo siempre sumiso, convencido que la democracia era su gobierno, creado por ellos y para beneficio de ellos. Qué ilusos seguimos siendo.
Las discusiones por política no son de ahora, pues desde la antigüedad los letrados y otros que querían serlo, creyentes y defensores de la libertad de un pueblo con derechos, se enfrentaban en las plazas públicas argumentando las posiciones e ideologías que creían ser las mejores y las que deberían ser implementadas y acogidas por los demás, es decir, el pueblo.
Un pueblo siempre sumiso, convencido que la democracia era su gobierno, creado por ellos y para beneficio de ellos. Qué ilusos seguimos siendo.
A pesar del paso de los siglos, la ambición y la mala práctica en la política siguen imperantes en un pueblo, que mutilado en sus derechos a pesar de existir cientos de leyes que se ufanan de defenderlos, se ahoga en la miseria y en la impotencia ante el desdén de sus gobernantes.
La mítica frase expresada por Lincoln que define la democracia no ha sido otra cosa que un sofisma de distracción para seguir sumergiendo a ese pueblo en la agónica esperanza de un futuro mejor, al menos para sus próximas generaciones.
En un país bien gobernado debe inspirar vergüenza la pobreza. En un país mal gobernado debe inspirar vergüenza la riqueza. Unas frases de Confucio, que no hacen más que reiterar nuestra decadencia de gobierno. Y es desafortunadamente nuestra realidad.
Mientras escasee la sabiduría y la educación no sea prioridad en una democracia, tratarán de sobresalir y se destacarán los soberbios y orgullosos, quienes darán mal uso de los derechos que nos otorga la libertad de elegir y ser elegidos.
Qué impotente me siento como ciudadano al ver cómo mis derechos constantemente son vulnerados, pisoteados y violados. La falta de justicia y no solamente me refiero a la social, ayuda a engendrar un sentimiento que produce incertidumbre por lo que pasará mañana.
Quizás ya no me preocupo por mí. Hoy me preocupo por mis hijos y más por mis nietos. ¿Será que no hay esperanza para vivir mejor en mi país? ¿Qué es lo que entonces deberíamos hacer para que esto suceda?
Y mientras tanto vemos que la radicalización y la polarización en las actuales posturas políticas no ayudan en nada a la reconciliación de nuestro pueblo.
Parecemos las mismas decenas de tribus indígenas que encontraron los españoles a su llegada, peleándose entre ellos por el poder. Un poder efímero que no determina en nada la satisfacción siquiera del que lo ostenta.
Un poder, muchas veces, imaginario, que se crea con el síndrome de la ausencia del mismo, porque algunos se creen los mesías irremplazables para solucionar todo a todos. Qué ilusos seguimos siendo, reitero.
Si quiero opinar, debo expresar mi voluntad y después con derecho podré exigir, aplaudir o censurar. No podemos quedarnos en los “dime que te diré”, a acalorarnos entre las discusiones que no llevan a alguna parte y apoderarnos estúpidamente de la defensa de aquellos que ni siquiera piensan en la verdadera angustia del pueblo, porque de ser así, entonces estamos condenados a ser los idiotas útiles de aquellos autoproclamados caudillos auspiciados por la vehemente imbecilidad del pueblo que se vende en los comicios o que calla su crítica ante la falta de autoridad moral a pesar de la opresión de la conciencia que le exige honestidad consigo mismo.
Si bien es cierto que me ahoga en este momento la impotencia por lo que está sucediendo, también es cierto que solo en mis actos está la grandeza del espíritu que legaré a mi descendencia con la absoluta tranquilidad en mi mente y corazón de haber actuado con dignidad como aquel que seguirá soñando en un país macondiano, cargando una esperanza que será testigo del tiempo y que al final será el que diga que la historia seguirá repitiéndose a pesar de lo que deseemos.
POR JAIRO MEJÍA.