Soy Gunnawia Matilde Chaparro, pertenezco al pueblo Arhuaco, nacida en un pequeño caserío llamado Karwa en la Sierra Nevada de Santa Marta. Tuve el privilegio de nacer entre descendientes de Mamos (máximas autoridades espirituales y políticas), linaje que ha mantenido los conocimientos ancestrales y tradiciones de nuestra cultura con vigor; gracias a esto mis padres pudieron transferir esa tradición a nosotros sus hijos.
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No obstante, en ese mundo sosegado y pacífico, un tiempo atrás aparecieron grupos armados tanto de las FARC como de las AUC; por nuestra tierra transitaban sin permanecer en ninguna parte, y claro señalaban a miembros de mi comunidad y campesinos como colaboradores de unos y de otros.
Esta situación no fue ajena a nuestra familia. Primero eran rumores, pero una madrugada llegaron a mi casa varios hombres armados y fui testigo de la violencia con que actúan estos grupos. Este hecho afectaría el vínculo que teníamos con la comunidad, puesto que fuimos desplazados hacia el municipio de Pueblo Bello (único municipio con asiento en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta).
La vida en Pueblo Bello era muy distinta, pero era la realidad que nos tocaba afrontar. Allí terminé el bachillerato y me familiaricé con el modelo que enseña la educación colombiana; es posible que la turbulencia ambientalista de esos momentos también constituya una parte importante de los criterios e inquietudes que albergo en materia de cambio climático y calentamiento global, como conceptos de un mundo bajo amenaza y de una civilización que enfrenta el peligro de su propio ingenio.
Por estas razones y muchas otras he querido compartir reflexiones a partir de los conocimientos de mis ancestros, pese a tener claro que estos conocimientos carecen de interés científico y que permanecen en las sombras de la marginación y la discriminación intelectual; sin embargo, creo con devoción que es necesario que la ciencia considere otras lógicas del conocimiento como válidos bajo los principios del respeto, y de ese modo, que los conocimientos que albergan los pueblos tribales y de tradiciones filosóficas basados en un estándar ambiental alto contribuyan al debate mundial sobre el ‘cambio climático’.
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Esta posibilidad me emociona de manera especial, por eso propongo que los conocimientos ancestrales sean considerados reservas filosóficas de la humanidad como reconocimiento al papel histórico desempeñado por estos grupos en la conservación de su entorno, en vez de etiquetarlos como sociedades pobres y vulnerables. De todos modos, es un tema que me parece complicado de presentar con altura y con sencillez sin caer en la misantropía, ni en la conservación de la naturaleza per se, por la confusión y de tantas mentes iluminadas y posicionadas en la escena mundial y además por la persistencia de tanta información que se contradice entre el optimismo y el cinismo.
Desde mi época de estudiante centré mi atención sobre la creciente movilización de sectores académicos, políticos, empresariales y comunidad internacional en relación con el cambio climático y el calentamiento global, tenía la impresión de que era el tema más importante para el mundo. Crecí bombardeada de noticias de voces que alarmaban sobre las amenazas a la vida en el planeta por la acción del hombre; incluso, las coyunturas del conflicto armado que ha vivido el país, para mí se empequeñecían frente a la dimensión de lo que se veía a nivel global; claro, a la medida de lo que alcanzaba a entender. Las lógicas de desarrollo y progreso como verdades únicas que brindará el bienestar humano, que reducirá la pobreza y otorgará condiciones dignas a todos, paradigmas y consignas que guían la estrategia de globalización gracias a las decisiones que tomaron los líderes del presente y del pasado para llegar a las puertas de una situación extremadamente peligrosa, no solo para la economía sino para la propia subsistencia humana en el planeta. Esas inquietudes me llevan ahora a compartir unas líneas de reflexión de mi pensamiento que otras personas como yo pudieran entender.
El hombre históricamente ha transformado el mundo en busca de mejorar las condiciones de vida para volverla más organizada, con persistencia ha ideado e intervenido en el orden de la naturaleza, y por supuesto ha alcanzado unos niveles de desarrollo considerados ideales, todo ello es producto de las facultades intelectuales y habilidades técnicas que perfeccionan constantemente, pero hay un defecto de comprensión de la realidad. El hombre puede crear leyes, dogmas, basados en la persecución de mejorar su calidad de vida, pero inevitablemente debe tener en cuenta todos los factores que intervienen en la generación de la vida para no alterarlas ni afectar sus principios.
La exigente situación amerita acciones de cambios más decididos, pero sobre todo acertados, cambios para optar por una base cultural, académica, tecnológica, científica y económica menos tóxicas para la salud del planeta. ¿Tan fácil como suena, pero la humanidad cómo va a renunciar al petróleo, al carbón y a otras fuentes de desarrollo que más contaminan el ambiente? ¿Cómo va a cambiar las bases de sus conocimientos que es la base de su visión de mundo y sus acciones? ¿Se ha identificado las vías de solución y nos encontramos en el cauce adecuado hacia el cambio?
Lamentablemente no. Todos los esfuerzos contrastan con la realidad, el aumento de la temperatura en la atmósfera no se detiene, los fenómenos climáticos que azotan a comunidades y ecosistemas ya empiezan a conocerse, la degradación medioambiental que amenaza de escasez en el suministro de agua y alimentos se ve venir con fuerza en muchas áreas de la tierra; en el extremo de las respuestas los sectores científicos y políticos parecen acercarse en la búsqueda de soluciones pero la otra realidad, que puede ser el punto de contradicción, es que las reglas que imponen las políticas internacionales sobre el crecimiento económico y reducción de la pobreza de los países es una carga abrumadora puesto que la lógica del crecimiento está basada en la explotación de la naturaleza.
Son hermanas la capacidad de daño a la naturaleza y la necesidad de mantener el ritmo de crecimiento que satisfaga la forma dominante de producción, circulación y consumo que garantizan la rentabilidad económica, el funcionamiento de los gobiernos y la reducción de la pobreza. En la medida en que cuidar la naturaleza no sea rentable no será la prioridad de ningún país ni de ningún inversionista, porque lo más perverso de la lógica económica es que lo que no es rentable no funciona, pero a ese pensamiento económico tendríamos que acuñarle el concepto de que nadie negocia sabiendo que va perdiendo, y al no cuidar la naturaleza perdemos todos.
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Parece sensato pensar que la vía es disminuir o eliminar las actividades humanas contaminantes del planeta, pero se privilegia la rentabilidad y los cálculos de ganancias no dan lugar a la madurez requerida para evitar la catástrofe de una amenaza real a todo el sistema de vida. En contraste, con absoluta responsabilidad puedo decir que una medida drástica donde la opción sea detener los motores de contaminación, de los cuales depende la economía de los países, arruinaría los logros de la “civilización”; las naciones entrarían en contradicción con todos sus patrones culturales, filosóficos, científicos, académicos hasta religiosos. En el otro extremo, basar las soluciones bajo los mismos paradigmas solo reproduciría los mismos problemas; tremenda situación; sin embargo, tenemos que sobrevivir y encontrar la viabilidad para estar bien y cuidar la naturaleza.
¿Por qué todos los esfuerzos bien intencionados no logran detener el calentamiento global y al contrario tienden al aumento? Puedo equivocarme, y permítanme equivocarme en esta afirmación: hay una crisis de identidad humana con su mundo, con su planeta, los componentes éticos, morales, religiosos, filosóficos y teóricos, culturales y académicos no están diseñados para ser responsables con la naturaleza, de ahí se deriva una visión de mundo incompatible con los principios naturales que rigen la vida y se omite desastrosamente el sentido de la responsabilidad que garantiza el mantenimiento del equilibrio que es la base que despliega la vida.
Para simplificar lo dicho, la lógica que guía la civilización y la modernidad está basada en la búsqueda del bienestar humano, que se traduce, a su vez, en el modo de vida que la política y la economía promueven, pero es precisamente ese modelo mental el que impone el ritmo acelerado y suicida hacia la autodestrucción. Lo que parecía funcional en épocas anteriores ya no será funcional para el futuro.
Quizás el tipo de concepciones, tan arraigadas en la conciencia colectiva, de lo que es el estilo de vida aprendido y vivido, difícilmente será cambiado de la noche a la mañana, porque implicaría cambios de conocimientos, religiosos y culturales; ninguna reforma se hace sin traumatismos y menos si no hay una autoridad entusiasta que la lidere, necesitamos cambios mentales y culturales más responsables y coherentes con los principios de la propia naturaleza. De todo eso algo nos han legado nuestros ancestros y me parece pertinentes empezar a exponerlos en la escena de los debates nacionales e internacionales.
Gunnawia Matilde Chaparro/EL PILÓN