Mi madre es una mujer octogenaria, María del Rosario Vergara Reyes, a quien felicito por el día y mes de las madres: “hermosa madre me regaló Dios, una como la mía quizás la tuya señor”; ella vino a Valledupar en la plenitud de su juventud, procedente del sur de Bolívar, tierras gratas. Vino cuando Valledupar […]
Mi madre es una mujer octogenaria, María del Rosario Vergara Reyes, a quien felicito por el día y mes de las madres: “hermosa madre me regaló Dios, una como la mía quizás la tuya señor”; ella vino a Valledupar en la plenitud de su juventud, procedente del sur de Bolívar, tierras gratas. Vino cuando Valledupar era una aldea pequeña que pertenecía en esa época al Magdalena; corría la década de los años cincuenta y a pesar de la violencia cruda en diferentes zonas del país, era Valledupar un remanso de paz con un futuro promisorio. Los barrios más lejanos del centro, Cañaguate y Cerezo con unas cuantas casas de invasión era el barrio las tablitas, hoy primero de mayo; un poco más allá el barrio doce de octubre. Cuenta mi madre que Valledupar era un jardín, de cañaguates, trinitarias y cayenas. Un pueblo agradable con sonrisas y alegría, con cantos y acordeón, un río impetuoso y de aguas frías; con vecinos que parecían hermanos, y que además de parecerlos, se lo creían y sentían la hermandad. Mi familia, con muchos tíos y un poco más de primos se ha visto menguada, porque infortunadamente Valledupar comenzó a crecer y al crecer el pueblo se fueron alejando los hermanos y extinguiendo los parientes de crianza. Mi madre está absorta, por los cambios en el pueblo; el pueblo que la hizo vallenata y que ella ayudó a forjar. En medio de la oscuridad que le ha generado perder su vista, no ha perdido la lucidez de su mente; el raciocinio de la experiencia de años le permite decir que: “a Valledupar le cogí miedo. Porque se diluyó la hermandad, hoy los niños y jóvenes no respetan a los viejos. Hay una crisis moral dentro de la sociedad, los valores se perdieron y la vida perdió valor. Los robos y atracos a la orden del día, matan a la gente por un insignificante celular; me desvelo pensado en mis hijos cuando salen a la calle y eso me asusta”.
Hoy no hay tantos vallenatos como entonces y el foráneo no siente amor por esta tierra. Los que recién llegan no sienten al Valle; ahora como mi madre, al Valle le cogí miedo. Al interpretar el miedo de mi madre, después de considerar a Valledupar como el mejor vividero del mundo, lo que analizamos de este temor es lo que teme todo el mundo, ha llegado mucha gente que no tiene sentido de amor y pertenencia por la ciudad, la inseguridad es latente, hoy en cada rincón del valle hay miseria y los delincuentes, la prostitución y los desmanes sociales se ven en cada semáforo y en las principales vías y arterias importantes. La cara amable de otrora se ha convertido en una mueca absurda de desplante y dolor de ciudad. Hay cambios arquitectónicos, el río Guatapurí perdió su bravía fuerza y el cemento y el concreto desplazó las verdes praderas y calles de tierra y piedra. Aún estamos a tiempo de salvar nuestro pueblo y quien no quiera a Valledupar no merece estar aquí, así de sencillo. Ahhh, tiempos viejos. Sólo Eso.
Mi madre es una mujer octogenaria, María del Rosario Vergara Reyes, a quien felicito por el día y mes de las madres: “hermosa madre me regaló Dios, una como la mía quizás la tuya señor”; ella vino a Valledupar en la plenitud de su juventud, procedente del sur de Bolívar, tierras gratas. Vino cuando Valledupar […]
Mi madre es una mujer octogenaria, María del Rosario Vergara Reyes, a quien felicito por el día y mes de las madres: “hermosa madre me regaló Dios, una como la mía quizás la tuya señor”; ella vino a Valledupar en la plenitud de su juventud, procedente del sur de Bolívar, tierras gratas. Vino cuando Valledupar era una aldea pequeña que pertenecía en esa época al Magdalena; corría la década de los años cincuenta y a pesar de la violencia cruda en diferentes zonas del país, era Valledupar un remanso de paz con un futuro promisorio. Los barrios más lejanos del centro, Cañaguate y Cerezo con unas cuantas casas de invasión era el barrio las tablitas, hoy primero de mayo; un poco más allá el barrio doce de octubre. Cuenta mi madre que Valledupar era un jardín, de cañaguates, trinitarias y cayenas. Un pueblo agradable con sonrisas y alegría, con cantos y acordeón, un río impetuoso y de aguas frías; con vecinos que parecían hermanos, y que además de parecerlos, se lo creían y sentían la hermandad. Mi familia, con muchos tíos y un poco más de primos se ha visto menguada, porque infortunadamente Valledupar comenzó a crecer y al crecer el pueblo se fueron alejando los hermanos y extinguiendo los parientes de crianza. Mi madre está absorta, por los cambios en el pueblo; el pueblo que la hizo vallenata y que ella ayudó a forjar. En medio de la oscuridad que le ha generado perder su vista, no ha perdido la lucidez de su mente; el raciocinio de la experiencia de años le permite decir que: “a Valledupar le cogí miedo. Porque se diluyó la hermandad, hoy los niños y jóvenes no respetan a los viejos. Hay una crisis moral dentro de la sociedad, los valores se perdieron y la vida perdió valor. Los robos y atracos a la orden del día, matan a la gente por un insignificante celular; me desvelo pensado en mis hijos cuando salen a la calle y eso me asusta”.
Hoy no hay tantos vallenatos como entonces y el foráneo no siente amor por esta tierra. Los que recién llegan no sienten al Valle; ahora como mi madre, al Valle le cogí miedo. Al interpretar el miedo de mi madre, después de considerar a Valledupar como el mejor vividero del mundo, lo que analizamos de este temor es lo que teme todo el mundo, ha llegado mucha gente que no tiene sentido de amor y pertenencia por la ciudad, la inseguridad es latente, hoy en cada rincón del valle hay miseria y los delincuentes, la prostitución y los desmanes sociales se ven en cada semáforo y en las principales vías y arterias importantes. La cara amable de otrora se ha convertido en una mueca absurda de desplante y dolor de ciudad. Hay cambios arquitectónicos, el río Guatapurí perdió su bravía fuerza y el cemento y el concreto desplazó las verdes praderas y calles de tierra y piedra. Aún estamos a tiempo de salvar nuestro pueblo y quien no quiera a Valledupar no merece estar aquí, así de sencillo. Ahhh, tiempos viejos. Sólo Eso.