Por Valerio Mejía “Pedro al verlo, dijo a Jesús: Señor, ¿y este qué? Jesús le dijo: … ¿a ti qué? Sígueme tú”. Una de las lecciones más difíciles de aprender en la vida cristiana, surge de nuestra obstinada negativa a dejar de interferir en la vida de otras personas. Toma mucho tiempo comprender el peligro […]
Por Valerio Mejía
“Pedro al verlo, dijo a Jesús: Señor, ¿y este qué? Jesús le dijo: … ¿a ti qué? Sígueme tú”.
Una de las lecciones más difíciles de aprender en la vida cristiana, surge de nuestra obstinada negativa a dejar de interferir en la vida de otras personas. Toma mucho tiempo comprender el peligro de jugar a ser dioses aficionados; es decir, de interferir en el plan de Dios para los demás.
Algunas veces nuestro falso sentido de solidaridad nos hace intervenir, tratando de evitar el sufrimiento y queriendo con nuestros propios medios solucionar los conflictos y zanjar con la pesadumbre de las otras personas, cuando en la mayoría de ocasiones nuestra intervención obstaculiza el propósito redentor de Dios para la vida de esas personas.
Cuando ponemos nuestras manos directamente en los asuntos que Dios está tratando con alguien, para tratar de impedir las consecuencias naturales o divinas, entonces es cuando Dios nos dice: ¿A ti qué? ¡Saquemos nuestras manos, para que Dios pueda meter las suyas!
Creo que una de las razones del estancamiento espiritual, es cuando todo el tiempo somos conscientes de las otras personas y pretendemos intervenir en sus situaciones, entrometiéndonos en sus vidas, haciendo propuestas sin ningún derecho, aconsejando o direccionando sin ninguna razón.
El propósito central de nuestras vidas, debe continuar siendo el amor y el servicio. Y debemos hacerlo con el entendimiento claro de la dirección del Espíritu de Dios; de esa manera, su discreción y sabiduría se manifestarán libremente y podremos ser factores de bendición a otros.
La dirección y revelación de Dios en la práctica se manifiesta de manera extraña: El gran milagro de la Encarnación, le da paso a la vida común de un niño. El milagro de la Transfiguración, se desvanece en el valle del endemoniado. La gloria de la Resurrección, desciende hasta un desayuno de pescado en la playa. Somos propensos a buscar lo maravilloso en nuestras experiencias y confundimos las acciones heroicas con los héroes reales. Una cosa es apoyar y sostener a alguien para que supere una crisis y otra muy distinta es considerarnos indispensables en los propósitos eternos de Dios a favor de las otras personas.
Amados amigos lectores, es nuestro deber permitir que el poder de Dios fluya a través nuestro todo el tiempo: ayudando, apoyando, animando, consolando, levantando, pero necesitamos la omnipotencia del Dios encarnado obrando en nosotros para glorificarlo hasta en el trabajo más humilde. Necesitamos la unción del Espíritu para ser tan absoluta y humanamente suyos, de modo tal, que pasemos desapercibidos por completo para el mundo. La verdadera evidencia en la vida de un creyente no es el éxito, sino la fidelidad en el nivel humano de la vida. Establecemos como meta el éxito en la obra cristiana, pero el verdadero objetivo debe ser manifestar la gloria de Dios como personas, vivir una vida escondida con Cristo en Dios en nuestras circunstancias humanas cotidianas. Así que, nuestras relaciones humanas son las condiciones reales en las que la vida ideal de Dios se debe manifestar, seamos cautos y respetuosos considerando a los demás como superiores a nosotros mismos.
Amigos: perfeccionen, afirmen, fortalezcan y establezcan. Amen y sirvan a los demás con alegría. Somos llamados a levantar vidas, a construir vidas, no a derribar y destruir. Hago oración para que Dios use a cada lector en su propósito de bendecir la provincia de Padilla.
Saludos y muchas bendiciones…
Por Valerio Mejía “Pedro al verlo, dijo a Jesús: Señor, ¿y este qué? Jesús le dijo: … ¿a ti qué? Sígueme tú”. Una de las lecciones más difíciles de aprender en la vida cristiana, surge de nuestra obstinada negativa a dejar de interferir en la vida de otras personas. Toma mucho tiempo comprender el peligro […]
Por Valerio Mejía
“Pedro al verlo, dijo a Jesús: Señor, ¿y este qué? Jesús le dijo: … ¿a ti qué? Sígueme tú”.
Una de las lecciones más difíciles de aprender en la vida cristiana, surge de nuestra obstinada negativa a dejar de interferir en la vida de otras personas. Toma mucho tiempo comprender el peligro de jugar a ser dioses aficionados; es decir, de interferir en el plan de Dios para los demás.
Algunas veces nuestro falso sentido de solidaridad nos hace intervenir, tratando de evitar el sufrimiento y queriendo con nuestros propios medios solucionar los conflictos y zanjar con la pesadumbre de las otras personas, cuando en la mayoría de ocasiones nuestra intervención obstaculiza el propósito redentor de Dios para la vida de esas personas.
Cuando ponemos nuestras manos directamente en los asuntos que Dios está tratando con alguien, para tratar de impedir las consecuencias naturales o divinas, entonces es cuando Dios nos dice: ¿A ti qué? ¡Saquemos nuestras manos, para que Dios pueda meter las suyas!
Creo que una de las razones del estancamiento espiritual, es cuando todo el tiempo somos conscientes de las otras personas y pretendemos intervenir en sus situaciones, entrometiéndonos en sus vidas, haciendo propuestas sin ningún derecho, aconsejando o direccionando sin ninguna razón.
El propósito central de nuestras vidas, debe continuar siendo el amor y el servicio. Y debemos hacerlo con el entendimiento claro de la dirección del Espíritu de Dios; de esa manera, su discreción y sabiduría se manifestarán libremente y podremos ser factores de bendición a otros.
La dirección y revelación de Dios en la práctica se manifiesta de manera extraña: El gran milagro de la Encarnación, le da paso a la vida común de un niño. El milagro de la Transfiguración, se desvanece en el valle del endemoniado. La gloria de la Resurrección, desciende hasta un desayuno de pescado en la playa. Somos propensos a buscar lo maravilloso en nuestras experiencias y confundimos las acciones heroicas con los héroes reales. Una cosa es apoyar y sostener a alguien para que supere una crisis y otra muy distinta es considerarnos indispensables en los propósitos eternos de Dios a favor de las otras personas.
Amados amigos lectores, es nuestro deber permitir que el poder de Dios fluya a través nuestro todo el tiempo: ayudando, apoyando, animando, consolando, levantando, pero necesitamos la omnipotencia del Dios encarnado obrando en nosotros para glorificarlo hasta en el trabajo más humilde. Necesitamos la unción del Espíritu para ser tan absoluta y humanamente suyos, de modo tal, que pasemos desapercibidos por completo para el mundo. La verdadera evidencia en la vida de un creyente no es el éxito, sino la fidelidad en el nivel humano de la vida. Establecemos como meta el éxito en la obra cristiana, pero el verdadero objetivo debe ser manifestar la gloria de Dios como personas, vivir una vida escondida con Cristo en Dios en nuestras circunstancias humanas cotidianas. Así que, nuestras relaciones humanas son las condiciones reales en las que la vida ideal de Dios se debe manifestar, seamos cautos y respetuosos considerando a los demás como superiores a nosotros mismos.
Amigos: perfeccionen, afirmen, fortalezcan y establezcan. Amen y sirvan a los demás con alegría. Somos llamados a levantar vidas, a construir vidas, no a derribar y destruir. Hago oración para que Dios use a cada lector en su propósito de bendecir la provincia de Padilla.
Saludos y muchas bendiciones…