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Columnista - 6 julio, 2012

A Silvia y Ángela

Por: HERNÁN ARAUJO ARIZA Aunque contento de estar aquí hoy, reunido con ustedes, para tributar un homenaje muy merecido; no deja de ser triste, saber que rendimos un homenaje póstumo a una persona que nos acostumbró a verlo siempre lleno de vida. Qué bueno habría sido poderle hacer éste, y muchos homenajes más, a Germán […]

Por: HERNÁN ARAUJO ARIZA

Aunque contento de estar aquí hoy, reunido con ustedes, para tributar un homenaje muy merecido; no deja de ser triste, saber que rendimos un homenaje póstumo a una persona que nos acostumbró a verlo siempre lleno de vida.

Qué bueno habría sido poderle hacer éste, y muchos homenajes más, a Germán Piedrahita Rojas en vida, para agradecerle por haber dejado su tierra desde hace mucho tiempo y por decidir quedarse en la nuestra; que también fue de él. Y que seguramente quiso tanto o más que el vallenato promedio.

Interesante hubiera sido agradecerle su insistencia terca en algo tan importante como la pintura, la escultura, la música (diferente a la de acordeón) y muchas otras manifestaciones culturales, en las que Germán siempre fue un experto; pero en las que además, dejó su rastro. Y en lo personal, cómo me hubiera gustado manifestarle en vida la admiración por el sentido crítico de sus columnas de opinión, ese que siempre imité.

Pero bueno, partió Germán y toca afrontarlo. Al fin y al cabo ¿quiénes somos para cuestionar los designios de Dios? Sólo resignación y fortaleza para sus familiares y amigos. Pero satisfacción para nosotros; sí, satisfacción por haberlo conocido, por saber que tuvo una vida ejemplar y sin tacha. Pero satisfacción sobre todo, por saber que tuvo una vida fecunda, y no sólo por Ángela, sino por la huella que dejó. Huella imborrable como la escultura que todos pueden apreciar en la carrera 14, frente al edificio de Comfacesar. Huella importante como la que dejó con el mural TIERRA DE DIOSES a la entrada de esta Corporación.
Por eso, sólo tenemos que sentir orgullo, satisfacción y felicidad de poder brindar este homenaje aunque sea póstumo. Era lo mínimo que el Concejo de Valledupar podía hacer por alguien como Germán, pese a no haber escapado esta Corporación a sus punzantes críticas como columnista.
Germán fue un ser pragmático, de los pocos que guardan coherencia entre lo predicado y lo aplicado, y eso es de admirar. Leyendo sus columnas de apología al uso de la bicicleta, podría uno pasar la página sin mayor efecto. Pero encontrárselo a la entrada o salida de muchos lugares que visitaba al día, precisamente acomodando su bicicleta, enseguida nos hacía devolver a aquel escrito. Entonces cobraba vigencia el cuento de la bicicleta. Y más porque en cuanto foro y conversatorio, ahí estaba él; parecía omnipresente pese – o gracias- a su medio de transporte.

Su enfermedad fue una lucha tenaz contra la muerte, de donde no salió con airoso, infortunadamente; pero donde se vieron sus mayores dotes de gladiador. Fue en esos momentos, donde se apagaba su vida de manera gradual, cuando más se encendió su pluma, cuando más punta tuvo su lápiz. Lo vimos en una de sus últimas columnas, titulada “¿HUMANOS?”, donde nos puso a pensar sobre paz. O en las reflexiones que hizo sobre la iglesia y nuestro comportamiento ante Dios, en la que tituló “Semana ¡SANTA!”.
La enfermedad fue la burla que le tocó vivir, como seguramente le toca a la mayoría que no tienen salud asegurada, los que no cuentan con el privilegio de las prepagadas; la gente que clasificamos comúnmente como pobres. Porque sí, Germán fue inteligente, estudioso, culto y hasta famoso; pero pobre. Sin embargo, hay que ver lo poco que le importaba saberse pobre. Al fin y al cabo su pobreza era material nada más.
Y haciendo el balance, tenemos que decir que indigna y que nos entristece profundamente, que Germán se haya ido por física negligencia del sistema de salud al que está sometido la mayoría. Surge entonces la idea de demandar; y deberíamos hacerlo todos, para que se haga justicia y no se vuelvan a presentar estos casos. Pero de poco nos servirá, si ya Germán no está con nosotros, y no estará más. Paz en su tumba.

Columnista
6 julio, 2012

A Silvia y Ángela

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Hernán Araujo Ariza

Por: HERNÁN ARAUJO ARIZA Aunque contento de estar aquí hoy, reunido con ustedes, para tributar un homenaje muy merecido; no deja de ser triste, saber que rendimos un homenaje póstumo a una persona que nos acostumbró a verlo siempre lleno de vida. Qué bueno habría sido poderle hacer éste, y muchos homenajes más, a Germán […]


Por: HERNÁN ARAUJO ARIZA

Aunque contento de estar aquí hoy, reunido con ustedes, para tributar un homenaje muy merecido; no deja de ser triste, saber que rendimos un homenaje póstumo a una persona que nos acostumbró a verlo siempre lleno de vida.

Qué bueno habría sido poderle hacer éste, y muchos homenajes más, a Germán Piedrahita Rojas en vida, para agradecerle por haber dejado su tierra desde hace mucho tiempo y por decidir quedarse en la nuestra; que también fue de él. Y que seguramente quiso tanto o más que el vallenato promedio.

Interesante hubiera sido agradecerle su insistencia terca en algo tan importante como la pintura, la escultura, la música (diferente a la de acordeón) y muchas otras manifestaciones culturales, en las que Germán siempre fue un experto; pero en las que además, dejó su rastro. Y en lo personal, cómo me hubiera gustado manifestarle en vida la admiración por el sentido crítico de sus columnas de opinión, ese que siempre imité.

Pero bueno, partió Germán y toca afrontarlo. Al fin y al cabo ¿quiénes somos para cuestionar los designios de Dios? Sólo resignación y fortaleza para sus familiares y amigos. Pero satisfacción para nosotros; sí, satisfacción por haberlo conocido, por saber que tuvo una vida ejemplar y sin tacha. Pero satisfacción sobre todo, por saber que tuvo una vida fecunda, y no sólo por Ángela, sino por la huella que dejó. Huella imborrable como la escultura que todos pueden apreciar en la carrera 14, frente al edificio de Comfacesar. Huella importante como la que dejó con el mural TIERRA DE DIOSES a la entrada de esta Corporación.
Por eso, sólo tenemos que sentir orgullo, satisfacción y felicidad de poder brindar este homenaje aunque sea póstumo. Era lo mínimo que el Concejo de Valledupar podía hacer por alguien como Germán, pese a no haber escapado esta Corporación a sus punzantes críticas como columnista.
Germán fue un ser pragmático, de los pocos que guardan coherencia entre lo predicado y lo aplicado, y eso es de admirar. Leyendo sus columnas de apología al uso de la bicicleta, podría uno pasar la página sin mayor efecto. Pero encontrárselo a la entrada o salida de muchos lugares que visitaba al día, precisamente acomodando su bicicleta, enseguida nos hacía devolver a aquel escrito. Entonces cobraba vigencia el cuento de la bicicleta. Y más porque en cuanto foro y conversatorio, ahí estaba él; parecía omnipresente pese – o gracias- a su medio de transporte.

Su enfermedad fue una lucha tenaz contra la muerte, de donde no salió con airoso, infortunadamente; pero donde se vieron sus mayores dotes de gladiador. Fue en esos momentos, donde se apagaba su vida de manera gradual, cuando más se encendió su pluma, cuando más punta tuvo su lápiz. Lo vimos en una de sus últimas columnas, titulada “¿HUMANOS?”, donde nos puso a pensar sobre paz. O en las reflexiones que hizo sobre la iglesia y nuestro comportamiento ante Dios, en la que tituló “Semana ¡SANTA!”.
La enfermedad fue la burla que le tocó vivir, como seguramente le toca a la mayoría que no tienen salud asegurada, los que no cuentan con el privilegio de las prepagadas; la gente que clasificamos comúnmente como pobres. Porque sí, Germán fue inteligente, estudioso, culto y hasta famoso; pero pobre. Sin embargo, hay que ver lo poco que le importaba saberse pobre. Al fin y al cabo su pobreza era material nada más.
Y haciendo el balance, tenemos que decir que indigna y que nos entristece profundamente, que Germán se haya ido por física negligencia del sistema de salud al que está sometido la mayoría. Surge entonces la idea de demandar; y deberíamos hacerlo todos, para que se haga justicia y no se vuelvan a presentar estos casos. Pero de poco nos servirá, si ya Germán no está con nosotros, y no estará más. Paz en su tumba.