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Columnista - 14 noviembre, 2010

A propósito del Reinado de Cartagena

Por: Luis Rafael Nieto Pardo Defensor público No es mi intención aguarles la fiesta a mis coterráneos cartageneros, la cual, ya de por sí, se ha mantenido casi ahogada por culpa del fuerte invierno que azota a nuestro país y al mundo entero; y ojalá que su nefasta crudeza no sea el cruel pronóstico de […]

Por: Luis Rafael Nieto Pardo
Defensor público

No es mi intención aguarles la fiesta a mis coterráneos cartageneros, la cual, ya de por sí, se ha mantenido casi ahogada por culpa del fuerte invierno que azota a nuestro país y al mundo entero; y ojalá que su nefasta crudeza no sea el cruel pronóstico de nuevas tragedias para la humanidad, tal y como ya lo pregonan algunos agoreros, y sin embargo, y a pesar de todas las vicisitudes, tragedias y miserias humanas que ha traído la lluvia, y de manera concreta en el Sur de Bolívar y la Depresión Momposina, parece que no existiera el más mínimo sentimiento de consideración y solidaridad para con los damnificados que lograra hacerles entender a los gobernantes, organizadores, reinas y áulicos, etc. que en lugar de derrochar tanto dinero en el reinado, se suspendiera tal certamen y ese dinero se canalizara en ayudas para los damnificados del crudo invierno.
Ojalá tomen conciencia de la lección de humildad del “niño de Barranquilla”, quien sin tener siquiera un título de bachiller y enterado por el periodista Orlando Palma, de El Heraldo de Barranquilla, que tanto el gobierno departamental como el municipal le preparaban un gran recibimiento a su regreso a Barranquilla como el jugador más valioso de la Serie Mundial de Beisbol, este joven sencillo y humilde, de inmediato rechazó tal ofrecimiento y cortésmente pidió a cambio algo sencillo como una rueda de prensa, para que la gruesa suma de dinero que se pensaba invertir en ese merecido homenaje se gastara en ayudas para los más de cinco mil damnificados del invierno en el departamento del Atlántico.
El niño sólo atinó a contestar: “no quiero celebración ni desfile, no es por nada, pero hay gente que está necesitando ayuda.  Mejor que esa plata la destinen para ellos” y agregó: “no es justo por lo que está viviendo la gente, hay que ponerse en los zapatos de ellos, hay que ayudarlos y estoy dispuesto par ayudar”. Por Dios, que gran lección de humildad y de solidaridad, de verdad que produce envidia, pero de la buena, ¿no es cierto?

Pues bien, quizás les parezca un poco macabra mi peculiar manera de “aguarles la fiesta  a mis paisanos” (en sentido figurado).  Quiero contarles que, hurgando como siempre en el baúl de mis recuerdos y recortes, me encontré con que hace ochenta y cuatro años, a un cartagenero, morochito, alto y fuerte, de cabello rebelde, manos ásperas y pies grandes, de ojos grandes y saltones, tosco y casi analfabeto, lo traicionó el destino. En efecto, huyéndole al hambre y repleto de sueños se entregó a la aventura y un día se marchó de su Cartagena, pero al final del camino, en una madrugada de Chicago, lo esperó la muerte.  De su montón de ilusiones sólo quedó un cadáver bamboleándose en la macabra danza del patíbulo.  Fue el primer colombiano ejecutado en los EE. UU. Y a la vez el último prisionero de Illinois que murió colgado de una soga, porque pocos días después empezó a usarse la tétrica silla eléctrica.  Esto ocurrió en mitad del verano de 1.926, y allí, como única compañía antes de morir, el pobre mulato sólo tuvo al periodista bogotano Carlos Puyo Delgado (q.e.p.d.), quien estuvo presente en la antesala del cadalso.  Más tarde escribiría para El Tiempo de esa época: “…murió casi olvidado; su sentencia pasó desapercibida para los colombianos (como ahora los damnificados del invierno de la Depresión Momposina y del Sur del Bolívar para los cartageneros), pero al final, cuando ya no había nada que hacer, un puñado de compatriotas se interesaron por su suerte.  Ojalá que pasada la euforia y el guayabo de las festividades, vuelvan sus ojos a esos paisanos que hoy claman su ayuda.

Aprovecho la oportunidad para recordarles que Barranquilla alberga de nuevo al gran Juancho Piña Valderrama, quien mucho antes que Rentería, batió el jonrón de su vida (en sentido figurado), cuando con apenas 15 años sin cumplir, se convirtió en la voz líder de la gran orquesta de los Hermanos Martelo, que era junto con la de Lucho Bermúdez, la agrupación estrella de los grandes salones de baile de la capital como “el Paletará”, “Gun Club”, y otros;  pero además, el “niño de San Marcos” tiene en su haber más de diez “Congos de Oro” , y eso es mucho decir, para alguien que empezó en la música con su pequeña orquesta “los pequeños gigantes”, conformada con sus hermanos Carlos y Jorge (q.e.p.d.) y el gran momposino,  mi amigo Agustín “El Conde” Martínez.

Sinceras condolencias a la familia Piña Valderrama por la dolorosa partida reciente de Jorge, quien ya debe estar tocando diana en el cielo con su maravillosa trompeta.

Columnista
14 noviembre, 2010

A propósito del Reinado de Cartagena

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Rafael Nieto Pardo

Por: Luis Rafael Nieto Pardo Defensor público No es mi intención aguarles la fiesta a mis coterráneos cartageneros, la cual, ya de por sí, se ha mantenido casi ahogada por culpa del fuerte invierno que azota a nuestro país y al mundo entero; y ojalá que su nefasta crudeza no sea el cruel pronóstico de […]


Por: Luis Rafael Nieto Pardo
Defensor público

No es mi intención aguarles la fiesta a mis coterráneos cartageneros, la cual, ya de por sí, se ha mantenido casi ahogada por culpa del fuerte invierno que azota a nuestro país y al mundo entero; y ojalá que su nefasta crudeza no sea el cruel pronóstico de nuevas tragedias para la humanidad, tal y como ya lo pregonan algunos agoreros, y sin embargo, y a pesar de todas las vicisitudes, tragedias y miserias humanas que ha traído la lluvia, y de manera concreta en el Sur de Bolívar y la Depresión Momposina, parece que no existiera el más mínimo sentimiento de consideración y solidaridad para con los damnificados que lograra hacerles entender a los gobernantes, organizadores, reinas y áulicos, etc. que en lugar de derrochar tanto dinero en el reinado, se suspendiera tal certamen y ese dinero se canalizara en ayudas para los damnificados del crudo invierno.
Ojalá tomen conciencia de la lección de humildad del “niño de Barranquilla”, quien sin tener siquiera un título de bachiller y enterado por el periodista Orlando Palma, de El Heraldo de Barranquilla, que tanto el gobierno departamental como el municipal le preparaban un gran recibimiento a su regreso a Barranquilla como el jugador más valioso de la Serie Mundial de Beisbol, este joven sencillo y humilde, de inmediato rechazó tal ofrecimiento y cortésmente pidió a cambio algo sencillo como una rueda de prensa, para que la gruesa suma de dinero que se pensaba invertir en ese merecido homenaje se gastara en ayudas para los más de cinco mil damnificados del invierno en el departamento del Atlántico.
El niño sólo atinó a contestar: “no quiero celebración ni desfile, no es por nada, pero hay gente que está necesitando ayuda.  Mejor que esa plata la destinen para ellos” y agregó: “no es justo por lo que está viviendo la gente, hay que ponerse en los zapatos de ellos, hay que ayudarlos y estoy dispuesto par ayudar”. Por Dios, que gran lección de humildad y de solidaridad, de verdad que produce envidia, pero de la buena, ¿no es cierto?

Pues bien, quizás les parezca un poco macabra mi peculiar manera de “aguarles la fiesta  a mis paisanos” (en sentido figurado).  Quiero contarles que, hurgando como siempre en el baúl de mis recuerdos y recortes, me encontré con que hace ochenta y cuatro años, a un cartagenero, morochito, alto y fuerte, de cabello rebelde, manos ásperas y pies grandes, de ojos grandes y saltones, tosco y casi analfabeto, lo traicionó el destino. En efecto, huyéndole al hambre y repleto de sueños se entregó a la aventura y un día se marchó de su Cartagena, pero al final del camino, en una madrugada de Chicago, lo esperó la muerte.  De su montón de ilusiones sólo quedó un cadáver bamboleándose en la macabra danza del patíbulo.  Fue el primer colombiano ejecutado en los EE. UU. Y a la vez el último prisionero de Illinois que murió colgado de una soga, porque pocos días después empezó a usarse la tétrica silla eléctrica.  Esto ocurrió en mitad del verano de 1.926, y allí, como única compañía antes de morir, el pobre mulato sólo tuvo al periodista bogotano Carlos Puyo Delgado (q.e.p.d.), quien estuvo presente en la antesala del cadalso.  Más tarde escribiría para El Tiempo de esa época: “…murió casi olvidado; su sentencia pasó desapercibida para los colombianos (como ahora los damnificados del invierno de la Depresión Momposina y del Sur del Bolívar para los cartageneros), pero al final, cuando ya no había nada que hacer, un puñado de compatriotas se interesaron por su suerte.  Ojalá que pasada la euforia y el guayabo de las festividades, vuelvan sus ojos a esos paisanos que hoy claman su ayuda.

Aprovecho la oportunidad para recordarles que Barranquilla alberga de nuevo al gran Juancho Piña Valderrama, quien mucho antes que Rentería, batió el jonrón de su vida (en sentido figurado), cuando con apenas 15 años sin cumplir, se convirtió en la voz líder de la gran orquesta de los Hermanos Martelo, que era junto con la de Lucho Bermúdez, la agrupación estrella de los grandes salones de baile de la capital como “el Paletará”, “Gun Club”, y otros;  pero además, el “niño de San Marcos” tiene en su haber más de diez “Congos de Oro” , y eso es mucho decir, para alguien que empezó en la música con su pequeña orquesta “los pequeños gigantes”, conformada con sus hermanos Carlos y Jorge (q.e.p.d.) y el gran momposino,  mi amigo Agustín “El Conde” Martínez.

Sinceras condolencias a la familia Piña Valderrama por la dolorosa partida reciente de Jorge, quien ya debe estar tocando diana en el cielo con su maravillosa trompeta.