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Columnista - 20 noviembre, 2014

A propósito de un secuestro

A pesar de que no estoy de acuerdo con la reimplantación del oligarca centralismo Santos, soy un convencido de que cualquier esfuerzo por conseguir la paz será inferior al privilegio que gozaremos los colombianos, si algún día logramos convivir sin matarnos unos a otros. Soy amigo del perdón, de la verdad como restauración de la […]

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A pesar de que no estoy de acuerdo con la reimplantación del oligarca centralismo Santos, soy un convencido de que cualquier esfuerzo por conseguir la paz será inferior al privilegio que gozaremos los colombianos, si algún día logramos convivir sin matarnos unos a otros. Soy amigo del perdón, de la verdad como restauración de la memoria histórica y no como prueba judicial, de la reparación social para las víctimas y del prudente grado de impunidad implícito en cualquier capitulación.
Por eso me cuido de caer en la generalizada perturbación conceptual que confunde la penalización de los efectos con el cuestionamiento de las causas. Evocando la corrupción, la omisión estatal y la inequidad obrero patronal que obligó a empuñar las armas a un grupo de campesinos sin fundamentación política, quienes al tiempo que alcanzaban la estructuración ideológica, también cometían los excesos de un irregular ejército que sin norma ni cuartel forzó la creación de las autodefensas, cuerpo armado que superó la crueldad con que la guerrilla se encargaba de temas tan íntimos como la infidelidad de pareja o tan minuciosos como la distribución sucesorial de bienes. Esa es la historia reciente de nuestro país.
Infortunadamente el país la olvida y hoy en nombre de la paz asiste al enfrentamiento de tendencias ideológicas, cada uno promoviendo su supremacía a expensas de la lapidación del contrario, jamás contemplando la sincera reconciliación. El gobierno afronta el tema limitado por el protagonismo mediático facilitador de potenciales reconocimientos internacionales, las Farc con sus actos siguen dando motivos para convencernos que son los verdaderos enemigos de la paz y la opinión defensora de la insurgencia o heraldos de la derecha siguen trenzados en un pugilato de desinformación, pensando más en desacreditar al adversario que en el bienestar de los que creen en ellos.
Mientras tanto la Unidad Nacional se indigesta en su ‘lonchera de mermelada’, fabricando argumentos para que las víctimas parezcan ‘autovictimarios’; algunos izquierdistas como Piedad Córdoba piden tregua bilateral, tal vez aspirando reiniciar su anacrónica ‘labor humanitaria’ despreciada por Santos y a su vez la oposición sigue apostándole al naufragio del proceso, sumergiendo la esperanza de paz en el océano de la hermenéutica jurídica, de paso descalificando el poder destructivo de una guerrilla que no pudieron acabar en ocho años de cruento enfrentamiento. Todos olvidan que la Paz es un bien nacional por el que debemos luchar sin pretender sacar réditos políticos particulares.
Ojalá el secuestro del brigadier general Rubén Darío Alzate despierte la sensibilidad de la sociedad civil y así como un millón de voces se pronunciaron contra las Farc el cuatro de febrero del año 2008, esta vez utilicemos la fuerza de las redes sociales en una gran convocatoria que condene el secuestro como forma de lucha, exija la inmediata libertad de los secuestrados y reactivación en serio de los diálogos, independientes a la vanidad presidencial, a la mezquindad opositora y complicidad clientelista de los que con sus ancestrales actos nos tienen hoy en La Habana conversando.
[email protected]
@antoniomariaA

Columnista
20 noviembre, 2014

A propósito de un secuestro

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Antonio María Araujo

A pesar de que no estoy de acuerdo con la reimplantación del oligarca centralismo Santos, soy un convencido de que cualquier esfuerzo por conseguir la paz será inferior al privilegio que gozaremos los colombianos, si algún día logramos convivir sin matarnos unos a otros. Soy amigo del perdón, de la verdad como restauración de la […]


A pesar de que no estoy de acuerdo con la reimplantación del oligarca centralismo Santos, soy un convencido de que cualquier esfuerzo por conseguir la paz será inferior al privilegio que gozaremos los colombianos, si algún día logramos convivir sin matarnos unos a otros. Soy amigo del perdón, de la verdad como restauración de la memoria histórica y no como prueba judicial, de la reparación social para las víctimas y del prudente grado de impunidad implícito en cualquier capitulación.
Por eso me cuido de caer en la generalizada perturbación conceptual que confunde la penalización de los efectos con el cuestionamiento de las causas. Evocando la corrupción, la omisión estatal y la inequidad obrero patronal que obligó a empuñar las armas a un grupo de campesinos sin fundamentación política, quienes al tiempo que alcanzaban la estructuración ideológica, también cometían los excesos de un irregular ejército que sin norma ni cuartel forzó la creación de las autodefensas, cuerpo armado que superó la crueldad con que la guerrilla se encargaba de temas tan íntimos como la infidelidad de pareja o tan minuciosos como la distribución sucesorial de bienes. Esa es la historia reciente de nuestro país.
Infortunadamente el país la olvida y hoy en nombre de la paz asiste al enfrentamiento de tendencias ideológicas, cada uno promoviendo su supremacía a expensas de la lapidación del contrario, jamás contemplando la sincera reconciliación. El gobierno afronta el tema limitado por el protagonismo mediático facilitador de potenciales reconocimientos internacionales, las Farc con sus actos siguen dando motivos para convencernos que son los verdaderos enemigos de la paz y la opinión defensora de la insurgencia o heraldos de la derecha siguen trenzados en un pugilato de desinformación, pensando más en desacreditar al adversario que en el bienestar de los que creen en ellos.
Mientras tanto la Unidad Nacional se indigesta en su ‘lonchera de mermelada’, fabricando argumentos para que las víctimas parezcan ‘autovictimarios’; algunos izquierdistas como Piedad Córdoba piden tregua bilateral, tal vez aspirando reiniciar su anacrónica ‘labor humanitaria’ despreciada por Santos y a su vez la oposición sigue apostándole al naufragio del proceso, sumergiendo la esperanza de paz en el océano de la hermenéutica jurídica, de paso descalificando el poder destructivo de una guerrilla que no pudieron acabar en ocho años de cruento enfrentamiento. Todos olvidan que la Paz es un bien nacional por el que debemos luchar sin pretender sacar réditos políticos particulares.
Ojalá el secuestro del brigadier general Rubén Darío Alzate despierte la sensibilidad de la sociedad civil y así como un millón de voces se pronunciaron contra las Farc el cuatro de febrero del año 2008, esta vez utilicemos la fuerza de las redes sociales en una gran convocatoria que condene el secuestro como forma de lucha, exija la inmediata libertad de los secuestrados y reactivación en serio de los diálogos, independientes a la vanidad presidencial, a la mezquindad opositora y complicidad clientelista de los que con sus ancestrales actos nos tienen hoy en La Habana conversando.
[email protected]
@antoniomariaA