Con las liberaciones ayer del último grupo de diez policías y militares secuestrados por las FARC, se cierra un capítulo más en la historia de la larga novela de la violencia colombiana. Estas personas eran el fiel reflejo de un hecho repudiable, el secuestro, claro está, pero también de la debilidad coyuntural que padecieron las […]
Con las liberaciones ayer del último grupo de diez policías y militares secuestrados por las FARC, se cierra un capítulo más en la historia de la larga novela de la violencia colombiana. Estas personas eran el fiel reflejo de un hecho repudiable, el secuestro, claro está, pero también de la debilidad coyuntural que padecieron las Fuerzas Armadas en una época de la historia reciente del país de la cual hoy nadie quisiera acordarse.
El gobierno y el país, en general, deben agradecer por estas liberaciones a las personas y organizaciones que trabajaron por las mismas. En primer lugar, a la ex senadora Piedad Córdoba, que a riesgo de su propia tranquilidad, se la sigue jugando por los secuestrados de una manera sincera y – a veces- hasta incomprendida. Al grupo de Colombianos y colombianas por la paz, a la Cruz Roja Internacional, al gobierno de Brasil, entre otros, que ayudaron a ponerle punto final a la inenarrable tragedia que padecían una decenas de familias colombianas, víctimas de esos secuestros en un acto demencial de las FARC que buscaba era el canje de estos por algunos de sus líderes y cuadros presos en las cárceles del país. Pero, el secuestro duró tanto que muchos de estos presos salieron de las cárceles por múltiples razones, algunos por la pena cumplida y otros por su reincorporación a la vida civil.
Hechos como estos secuestros, ocurridos en zonas inhóspitas del país, en un momento de problemas serios del Ejército Nacional y de la Policía, ratifican que si vivimos un conflicto armado y que el Estado debe afrontarlo como tal y sin “dar papaya”, como se dice popularmente. Con seguridad mucho se aprendió, desde el punto de vista militar y político con estos hechos.
Hoy, luego del Plan Colombia de Pastrana, y de la Política de Seguridad Democrática de Uribe, el Ejército Nacional está mejor equipado y fortalecido, aunque como toda institución requiere más recursos y cambios. Pero la correlación de fuerzas es bien distinta a la de hace quince o diez años.
Hay que reconocer que este es un gesto positivo de las FARC, con el país y principalmente con los familiares, esposas, hijos y padres de estos jóvenes, que dejan allá en la selva un tiempo perdido, quizás irrecuperable, y que con imborrables huellas físicas y sicológicas, en cada uno de ellos, sus familiares y amigos.
No obstante, en una perspectiva histórica y política, estos secuestros fueron un fracaso militar y político para las FARC; ya que en estos últimos casos no se logró el buscado canje, pero si un gran desprestigio nacional e internacional que recortó, de manera sustancial, el margen de maniobra de esa organización.
Con buen tino, ayer el Presidente Santos, luego de manifestar el regocijo del país por el regreso a la libertad de estas personas, dijo que este hecho es un paso, y en la dirección correcta, pero que para hablar de paz con las FARC se requieren otras demostraciones, condiciones y garantías de parte de esa organización. Una de ellas liberar a los civiles que aún tiene secuestrados.
El Presidente agradeció los gestos de muchas organizaciones y gobiernos extranjeros por ayudar a la paz de Colombia, pero, en su concepto ese debe ser un tema sólo de los colombianos. Además, insistió en que su política es una sola combatir a los violentos con firmeza, contundencia y efectividad. Y a la par de esta política trabajar en la política de tierras, reparación de las víctimas y recuperación de las zonas de conflicto.
Ojalá, las FARC en un camino de sensatez y reflexión liberen a los otros secuestrados y logren, ahí sí, cambiar las condiciones para que el gobierno nacional y la sociedad civil puedan hablar de diálogo y concluir en una mesa de negociaciones, lo que no se ha podido terminar por medio de los fusiles.
Con las liberaciones ayer del último grupo de diez policías y militares secuestrados por las FARC, se cierra un capítulo más en la historia de la larga novela de la violencia colombiana. Estas personas eran el fiel reflejo de un hecho repudiable, el secuestro, claro está, pero también de la debilidad coyuntural que padecieron las […]
Con las liberaciones ayer del último grupo de diez policías y militares secuestrados por las FARC, se cierra un capítulo más en la historia de la larga novela de la violencia colombiana. Estas personas eran el fiel reflejo de un hecho repudiable, el secuestro, claro está, pero también de la debilidad coyuntural que padecieron las Fuerzas Armadas en una época de la historia reciente del país de la cual hoy nadie quisiera acordarse.
El gobierno y el país, en general, deben agradecer por estas liberaciones a las personas y organizaciones que trabajaron por las mismas. En primer lugar, a la ex senadora Piedad Córdoba, que a riesgo de su propia tranquilidad, se la sigue jugando por los secuestrados de una manera sincera y – a veces- hasta incomprendida. Al grupo de Colombianos y colombianas por la paz, a la Cruz Roja Internacional, al gobierno de Brasil, entre otros, que ayudaron a ponerle punto final a la inenarrable tragedia que padecían una decenas de familias colombianas, víctimas de esos secuestros en un acto demencial de las FARC que buscaba era el canje de estos por algunos de sus líderes y cuadros presos en las cárceles del país. Pero, el secuestro duró tanto que muchos de estos presos salieron de las cárceles por múltiples razones, algunos por la pena cumplida y otros por su reincorporación a la vida civil.
Hechos como estos secuestros, ocurridos en zonas inhóspitas del país, en un momento de problemas serios del Ejército Nacional y de la Policía, ratifican que si vivimos un conflicto armado y que el Estado debe afrontarlo como tal y sin “dar papaya”, como se dice popularmente. Con seguridad mucho se aprendió, desde el punto de vista militar y político con estos hechos.
Hoy, luego del Plan Colombia de Pastrana, y de la Política de Seguridad Democrática de Uribe, el Ejército Nacional está mejor equipado y fortalecido, aunque como toda institución requiere más recursos y cambios. Pero la correlación de fuerzas es bien distinta a la de hace quince o diez años.
Hay que reconocer que este es un gesto positivo de las FARC, con el país y principalmente con los familiares, esposas, hijos y padres de estos jóvenes, que dejan allá en la selva un tiempo perdido, quizás irrecuperable, y que con imborrables huellas físicas y sicológicas, en cada uno de ellos, sus familiares y amigos.
No obstante, en una perspectiva histórica y política, estos secuestros fueron un fracaso militar y político para las FARC; ya que en estos últimos casos no se logró el buscado canje, pero si un gran desprestigio nacional e internacional que recortó, de manera sustancial, el margen de maniobra de esa organización.
Con buen tino, ayer el Presidente Santos, luego de manifestar el regocijo del país por el regreso a la libertad de estas personas, dijo que este hecho es un paso, y en la dirección correcta, pero que para hablar de paz con las FARC se requieren otras demostraciones, condiciones y garantías de parte de esa organización. Una de ellas liberar a los civiles que aún tiene secuestrados.
El Presidente agradeció los gestos de muchas organizaciones y gobiernos extranjeros por ayudar a la paz de Colombia, pero, en su concepto ese debe ser un tema sólo de los colombianos. Además, insistió en que su política es una sola combatir a los violentos con firmeza, contundencia y efectividad. Y a la par de esta política trabajar en la política de tierras, reparación de las víctimas y recuperación de las zonas de conflicto.
Ojalá, las FARC en un camino de sensatez y reflexión liberen a los otros secuestrados y logren, ahí sí, cambiar las condiciones para que el gobierno nacional y la sociedad civil puedan hablar de diálogo y concluir en una mesa de negociaciones, lo que no se ha podido terminar por medio de los fusiles.