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Columnista - 18 marzo, 2012

El Columnista

Cortísimo Metraje Por Jarol Ferreira Acosta “No tenía que comer y compró un ramo de violetas.” Aloysius Bertrand El tipo era un columnista. Gracias a su reputación como profesional lo era  desde antes de que las nuevas directivas del periódico remplazaran la anterior nómina, de unos años para acá. Si juntáramos el tiempo invertido en […]

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Cortísimo Metraje

Por Jarol Ferreira Acosta

“No tenía que comer y compró un ramo de violetas.”

Aloysius Bertrand

El tipo era un columnista. Gracias a su reputación como profesional lo era  desde antes de que las nuevas directivas del periódico remplazaran la anterior nómina, de unos años para acá. Si juntáramos el tiempo invertido en cada uno de sus artículos la sumatoria daría una vida. Gastaba horas, frente al monitor de su computador, despotricando contra el desorden público, la ineptitud del Estado, la hipocresía de la religión, el clima, los deportes, la sociedad y, por supuesto, la opinión de sus compañeros de oficio.

Ante la perplejidad de sus colegas se complacía digitando ofensas  camufladas bajo el ropaje de la denuncia cívica. Columnas turbias y amargas que al abrir el periódico saltaban como un uper cut, haciendo tambalear las conciencias de los que hojeaban (ojeaban) esta sección con la guardia baja. Llegaba la hora de escribir para su espacio semanal y el columnista, a través de su mira telescópica, empezaba a disparar:

– Nuestro Estado es un fracaso: no por ser ultra derechista disfrazado de social paternalista sino por su incompetencia incluso frente a lo que su fachada pretende, por chambón hasta en lo que su farsa propone. Demostrado está lo contrastante, eficientes y prósperos que resultan sus asuntos independientes frente a lo que evidencian sus compromisos con las administraciones públicas…

Los tres mil caracteres sugeridos por la dirección del diario se colmaban antes de lo previsto en el registro de su computador; por lo que normalmente se pasaba un par de párrafos, exigiendo una ñapita para el desarrollo pleno de su crítica. Es por el bien de la sociedad- creía. En sus delirios de grandeza el columnista solo escribía sobre cosas que consideraba como: las más importantes. Una por una rodaban las cabezas.
La sección de opinión del día de su publicación chillaba como muchacha quemada con plancha. O al menos eso era lo primero que se les ocurría a sus compañeros de página cuando, luego de leer sus propios textos, se aventuraban a degustar la publicación de su vecino.

Nada le gustaba: ni el frío ni el calor, ni el campo ni la ciudad; estar solo o acompañado, vivo o muerto, le daba igual. Hasta el día en el que, junto a su columna, apareció publicada la de un nuevo colaborador. El artículo emanaba melodías fáciles de digerir. El tema era como para ser coreado por jóvenes, una sinfonía atonal sobre la fragancia de la hierba esparcida al viento matinal. El columnista seguía escribiendo fiel a su estilo, mientras el recién llegado tarareaba a su teclado versos libres del campo, el pueblo y la ciudad; versos que, al hablar de cosas tan simples como la desnudez, tocaban las  fibras más íntimas de la gente.

Poco a poco los lectores del diario empezaron a leer las partituras de las rejuvenecedoras serenatas literarias que los invitaban a mirar el mundo desde una perspectiva que, ante la insoportable persistencia de la decadencia, hablaban de cosas efímeras y profundas, de amores comprometidos pero sin compromisos. Incluso los fanáticos del columnista, que prefirieron saber sobre nubes anticipando tormentas junto al querer que sobre las fluctuaciones del PIB. E igual que ellos finalmente terminó leyéndolas el columnista, que no podía evitar sonreír ante las ocurrencias del poeta.

Columnista
18 marzo, 2012

El Columnista

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Cortísimo Metraje Por Jarol Ferreira Acosta “No tenía que comer y compró un ramo de violetas.” Aloysius Bertrand El tipo era un columnista. Gracias a su reputación como profesional lo era  desde antes de que las nuevas directivas del periódico remplazaran la anterior nómina, de unos años para acá. Si juntáramos el tiempo invertido en […]


Cortísimo Metraje

Por Jarol Ferreira Acosta

“No tenía que comer y compró un ramo de violetas.”

Aloysius Bertrand

El tipo era un columnista. Gracias a su reputación como profesional lo era  desde antes de que las nuevas directivas del periódico remplazaran la anterior nómina, de unos años para acá. Si juntáramos el tiempo invertido en cada uno de sus artículos la sumatoria daría una vida. Gastaba horas, frente al monitor de su computador, despotricando contra el desorden público, la ineptitud del Estado, la hipocresía de la religión, el clima, los deportes, la sociedad y, por supuesto, la opinión de sus compañeros de oficio.

Ante la perplejidad de sus colegas se complacía digitando ofensas  camufladas bajo el ropaje de la denuncia cívica. Columnas turbias y amargas que al abrir el periódico saltaban como un uper cut, haciendo tambalear las conciencias de los que hojeaban (ojeaban) esta sección con la guardia baja. Llegaba la hora de escribir para su espacio semanal y el columnista, a través de su mira telescópica, empezaba a disparar:

– Nuestro Estado es un fracaso: no por ser ultra derechista disfrazado de social paternalista sino por su incompetencia incluso frente a lo que su fachada pretende, por chambón hasta en lo que su farsa propone. Demostrado está lo contrastante, eficientes y prósperos que resultan sus asuntos independientes frente a lo que evidencian sus compromisos con las administraciones públicas…

Los tres mil caracteres sugeridos por la dirección del diario se colmaban antes de lo previsto en el registro de su computador; por lo que normalmente se pasaba un par de párrafos, exigiendo una ñapita para el desarrollo pleno de su crítica. Es por el bien de la sociedad- creía. En sus delirios de grandeza el columnista solo escribía sobre cosas que consideraba como: las más importantes. Una por una rodaban las cabezas.
La sección de opinión del día de su publicación chillaba como muchacha quemada con plancha. O al menos eso era lo primero que se les ocurría a sus compañeros de página cuando, luego de leer sus propios textos, se aventuraban a degustar la publicación de su vecino.

Nada le gustaba: ni el frío ni el calor, ni el campo ni la ciudad; estar solo o acompañado, vivo o muerto, le daba igual. Hasta el día en el que, junto a su columna, apareció publicada la de un nuevo colaborador. El artículo emanaba melodías fáciles de digerir. El tema era como para ser coreado por jóvenes, una sinfonía atonal sobre la fragancia de la hierba esparcida al viento matinal. El columnista seguía escribiendo fiel a su estilo, mientras el recién llegado tarareaba a su teclado versos libres del campo, el pueblo y la ciudad; versos que, al hablar de cosas tan simples como la desnudez, tocaban las  fibras más íntimas de la gente.

Poco a poco los lectores del diario empezaron a leer las partituras de las rejuvenecedoras serenatas literarias que los invitaban a mirar el mundo desde una perspectiva que, ante la insoportable persistencia de la decadencia, hablaban de cosas efímeras y profundas, de amores comprometidos pero sin compromisos. Incluso los fanáticos del columnista, que prefirieron saber sobre nubes anticipando tormentas junto al querer que sobre las fluctuaciones del PIB. E igual que ellos finalmente terminó leyéndolas el columnista, que no podía evitar sonreír ante las ocurrencias del poeta.