Por: Indalecio Dangond Baquero En este mes de diciembre he querido apartarme de mis acostumbradas columnas de análisis económico y política nacional, para entrar en otros temas de actualidad. Les confieso que no soy perspicaz en este asunto de las separaciones, pero mi experiencia como padre divorciado me permite hacer una reflexión sobre este tema, […]
Por: Indalecio Dangond Baquero
En este mes de diciembre he querido apartarme de mis acostumbradas columnas de análisis económico y política nacional, para entrar en otros temas de actualidad.
Les confieso que no soy perspicaz en este asunto de las separaciones, pero mi experiencia como padre divorciado me permite hacer una reflexión sobre este tema, que muy pocas personas se atreven a tocar.
Comienzo por contarles, que me ha dejado sorprendido el enorme crecimiento de las separaciones en Colombia. Analizando las estadísticas de divorcio de la Superintendencia de Notariado y Registro, el año pasado 13.346 parejas se separaron, es decir, un promedio de 36 rupturas diarias, siendo diciembre el mes donde hay más separaciones.
La Región Caribe está entre las de mayor porcentaje de separaciones -cosa que he podido constatar en las diferentes reuniones sociales que he asistido, en diferentes ciudades-.
Los expertos en el tema atribuyen las causas principalmente a la infidelidad y al cambio de rol de la mujer, que hoy tiene menor disposición para tolerar lo que aguantaron sus madres y sus abuelas. Entre otras cosas, porque tienen mayor poder de decisión por su poder adquisitivo y educativo. Dicen que esta nueva generación tiene un promedio de duración en su matrimonio, de ocho años.
En toda separación de parejas debemos ser conscientes de dos cosas: La primera, es que la vida es como una autopista con dos vías en contrasentidos. Una vía son los triunfos, logros y momentos felices y la otra, son los momentos dolorosos de pérdidas. Perdemos la confianza cuando nos traicionan, perdemos la tranquilidad económica cuando quedamos sin empleo y perdemos la relación de pareja cuando nos separamos o nos divorciamos. Hay que aceptar que la vida es agridulce, que a veces hay que aprender a vivir con incertidumbre y que, muchas veces vamos a tener interrogantes a los que nunca les vamos a encontrar respuestas. Con el tiempo uno comienza a sentirse bien a ratos, habla del tema sin tabú, reorganizamos la nueva casa, las rutinas y los hijos acorde a nuestras nuevas circunstancias. Hasta hacemos planes para el año entrante y comenzamos a redefinir el vínculo con quien estuvimos casados. En pocas palabras, comenzamos a devolverle una sonrisa a la vida y a Dios, si creemos en él.
El segundo punto importante, es la responsabilidad paterna y materna que debemos tener después del divorcio, respecto a los asuntos concernientes al cuidado y desarrollo de nuestros hijos. Me sorprende sobremanera, los innumerables testimonios de madres separadas, que tienen que trabajar arduamente para sostener a sus hijos, porque sus ex esposos, ni siquiera cumplen, con la cuota de alimentación y la educación de sus hijos. Parece ser que una de las causas de este problema es la falta de cesación de los efectos civiles por mutuo acuerdo del matrimonio católico de las parejas separadas.
La experiencia nos muestra que al final del día siempre se nos aparecen nuevas ilusiones, metas y proyectos, que un tiempo atrás no éramos capaces de realizar.
Hay que aprovechar ese amor que nos dejan libre para abrir las nuevas puertas de la felicidad. Si pudiste con la tormenta y aprendiste a vivir de nuevo luego de la crisis, no debes sentirte prevenida por darte una nueva oportunidad en la vida.
Por: Indalecio Dangond Baquero En este mes de diciembre he querido apartarme de mis acostumbradas columnas de análisis económico y política nacional, para entrar en otros temas de actualidad. Les confieso que no soy perspicaz en este asunto de las separaciones, pero mi experiencia como padre divorciado me permite hacer una reflexión sobre este tema, […]
Por: Indalecio Dangond Baquero
En este mes de diciembre he querido apartarme de mis acostumbradas columnas de análisis económico y política nacional, para entrar en otros temas de actualidad.
Les confieso que no soy perspicaz en este asunto de las separaciones, pero mi experiencia como padre divorciado me permite hacer una reflexión sobre este tema, que muy pocas personas se atreven a tocar.
Comienzo por contarles, que me ha dejado sorprendido el enorme crecimiento de las separaciones en Colombia. Analizando las estadísticas de divorcio de la Superintendencia de Notariado y Registro, el año pasado 13.346 parejas se separaron, es decir, un promedio de 36 rupturas diarias, siendo diciembre el mes donde hay más separaciones.
La Región Caribe está entre las de mayor porcentaje de separaciones -cosa que he podido constatar en las diferentes reuniones sociales que he asistido, en diferentes ciudades-.
Los expertos en el tema atribuyen las causas principalmente a la infidelidad y al cambio de rol de la mujer, que hoy tiene menor disposición para tolerar lo que aguantaron sus madres y sus abuelas. Entre otras cosas, porque tienen mayor poder de decisión por su poder adquisitivo y educativo. Dicen que esta nueva generación tiene un promedio de duración en su matrimonio, de ocho años.
En toda separación de parejas debemos ser conscientes de dos cosas: La primera, es que la vida es como una autopista con dos vías en contrasentidos. Una vía son los triunfos, logros y momentos felices y la otra, son los momentos dolorosos de pérdidas. Perdemos la confianza cuando nos traicionan, perdemos la tranquilidad económica cuando quedamos sin empleo y perdemos la relación de pareja cuando nos separamos o nos divorciamos. Hay que aceptar que la vida es agridulce, que a veces hay que aprender a vivir con incertidumbre y que, muchas veces vamos a tener interrogantes a los que nunca les vamos a encontrar respuestas. Con el tiempo uno comienza a sentirse bien a ratos, habla del tema sin tabú, reorganizamos la nueva casa, las rutinas y los hijos acorde a nuestras nuevas circunstancias. Hasta hacemos planes para el año entrante y comenzamos a redefinir el vínculo con quien estuvimos casados. En pocas palabras, comenzamos a devolverle una sonrisa a la vida y a Dios, si creemos en él.
El segundo punto importante, es la responsabilidad paterna y materna que debemos tener después del divorcio, respecto a los asuntos concernientes al cuidado y desarrollo de nuestros hijos. Me sorprende sobremanera, los innumerables testimonios de madres separadas, que tienen que trabajar arduamente para sostener a sus hijos, porque sus ex esposos, ni siquiera cumplen, con la cuota de alimentación y la educación de sus hijos. Parece ser que una de las causas de este problema es la falta de cesación de los efectos civiles por mutuo acuerdo del matrimonio católico de las parejas separadas.
La experiencia nos muestra que al final del día siempre se nos aparecen nuevas ilusiones, metas y proyectos, que un tiempo atrás no éramos capaces de realizar.
Hay que aprovechar ese amor que nos dejan libre para abrir las nuevas puertas de la felicidad. Si pudiste con la tormenta y aprendiste a vivir de nuevo luego de la crisis, no debes sentirte prevenida por darte una nueva oportunidad en la vida.