Cada vez que muere uno de los líderes de las autodenominadas (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), en el país se diserta y especula sobre el futuro del conflicto armado, y las posibilidades de llegar a escenarios de una mayor confrontación militar o de una salida negociada al mismo. Y eso ha sucedido principalmente con la […]
Cada vez que muere uno de los líderes de las autodenominadas (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), en el país se diserta y especula sobre el futuro del conflicto armado, y las posibilidades de llegar a escenarios de una mayor confrontación militar o de una salida negociada al mismo.
Y eso ha sucedido principalmente con la muerte de alias Tirofijo, primero; y luego con la de Reyes, el Mono Jojoy y ahora con la de alias Alfonso Cano. La muerte de Cano y la sucesión Raúl Reyes, como es obvio, ha dado motivos para todo tipo de especulaciones, principalmente en los círculos militares y políticos, sobre el futuro del viejo conflicto que vive Colombia.
Y lo primero que hay que advertir a la hora de hacer el análisis de la sucesión, es que la muerte de Cano si bien representa un gran triunfo militar y político para el Gobierno del Presidente Santos, no puede hacernos olvidar que la seguridad tiene que seguir siendo uno de los objetivos uno “A” del país, no sólo por la aparición de las llamadas “bandas criminales”, sino también por la persistencia de esa organización terrorista, alimentada hoy con los dineros del narcotráfico y en cuyas manos todavía están muchos militares, policías y civiles en calidad de secuestrados.
La llegada de Cano al liderazgo de las FARC no representó, en la práctica, ningún cambio político en esa vetusta organización. Quienes llegaron a pensar en la posibilidad de una salida negociada en la era Cano, se quedaron con los crespos hechos por cuanto este siguió la misma línea guerrerista y arcaica que ha caracterizado a esa agrupación desde hace varios años.
De nada sirvió que Cano hubiera sido estudiante de antropología de la Universidad Nacional, hijo de maestros e intelectuales de clase media, y con muchos amigos en la izquierda democrática desde sus tiempos en la juventud comunista. Se impuso la visión y perspectiva militar al interior de las FARC, a pesar del auge político que en los últimos años ha tenido el Polo Democrático, movimiento político que ha señalado su rechazo a la violencia y de donde surgió Gustavo Petro, economista, ex congresista y actual Alcalde de Bogotá…
A pesar de que algunos piensan que es posible que se abran espacios de diálogo entre las FARC y el gobierno del Presidente Santos, por algunos gestos del Jefe del Estado; todo indica que el país no se puede hacer ilusiones y nada bueno puede esperar de la llegada de Rodrigo Londoño Echeverry, alias “Timochenco”, a la cúspide del movimiento.
Por el contrario, sus primeros mensajes hacen prever que se mantendrá el enfoque militarista en una organización que se resiste a leer los cambios en la economía y la política mundial y nacional. Lamentablemente, al interior de las FARC impera el interés el negocio del narcotráfico y quizás, lo que es más grave, es posible una mayor bandolerización de las mismas, ante la evidente falta de coordinación por el hostigamiento y las labores de inteligencia de las Fuerzas Militares.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, el Estado colombiano y la sociedad se deben preparar para insistir en la lucha militar contra las FARC, cada vez con una menor capacidad de perturbación, pero ahí; y obligando al país a destinar miles de millones para la guerra, recursos que bien se podrían invertir en educación, salud, vías y programa de apoyo al campesinado.
Sin embargo, como bien lo ratificó ayer el propio Santos desde Londres, la opción de la negociación no se descarta y depende, en buena parte, de la voluntad de las FARC de dar muestras de buena voluntad y querer buscar una salida, o de persistir en una lucha sin sentido desde las selvas de Colombia, como el canto de las aves del que habla la canción del maestro Escalona.
Cada vez que muere uno de los líderes de las autodenominadas (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), en el país se diserta y especula sobre el futuro del conflicto armado, y las posibilidades de llegar a escenarios de una mayor confrontación militar o de una salida negociada al mismo. Y eso ha sucedido principalmente con la […]
Cada vez que muere uno de los líderes de las autodenominadas (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), en el país se diserta y especula sobre el futuro del conflicto armado, y las posibilidades de llegar a escenarios de una mayor confrontación militar o de una salida negociada al mismo.
Y eso ha sucedido principalmente con la muerte de alias Tirofijo, primero; y luego con la de Reyes, el Mono Jojoy y ahora con la de alias Alfonso Cano. La muerte de Cano y la sucesión Raúl Reyes, como es obvio, ha dado motivos para todo tipo de especulaciones, principalmente en los círculos militares y políticos, sobre el futuro del viejo conflicto que vive Colombia.
Y lo primero que hay que advertir a la hora de hacer el análisis de la sucesión, es que la muerte de Cano si bien representa un gran triunfo militar y político para el Gobierno del Presidente Santos, no puede hacernos olvidar que la seguridad tiene que seguir siendo uno de los objetivos uno “A” del país, no sólo por la aparición de las llamadas “bandas criminales”, sino también por la persistencia de esa organización terrorista, alimentada hoy con los dineros del narcotráfico y en cuyas manos todavía están muchos militares, policías y civiles en calidad de secuestrados.
La llegada de Cano al liderazgo de las FARC no representó, en la práctica, ningún cambio político en esa vetusta organización. Quienes llegaron a pensar en la posibilidad de una salida negociada en la era Cano, se quedaron con los crespos hechos por cuanto este siguió la misma línea guerrerista y arcaica que ha caracterizado a esa agrupación desde hace varios años.
De nada sirvió que Cano hubiera sido estudiante de antropología de la Universidad Nacional, hijo de maestros e intelectuales de clase media, y con muchos amigos en la izquierda democrática desde sus tiempos en la juventud comunista. Se impuso la visión y perspectiva militar al interior de las FARC, a pesar del auge político que en los últimos años ha tenido el Polo Democrático, movimiento político que ha señalado su rechazo a la violencia y de donde surgió Gustavo Petro, economista, ex congresista y actual Alcalde de Bogotá…
A pesar de que algunos piensan que es posible que se abran espacios de diálogo entre las FARC y el gobierno del Presidente Santos, por algunos gestos del Jefe del Estado; todo indica que el país no se puede hacer ilusiones y nada bueno puede esperar de la llegada de Rodrigo Londoño Echeverry, alias “Timochenco”, a la cúspide del movimiento.
Por el contrario, sus primeros mensajes hacen prever que se mantendrá el enfoque militarista en una organización que se resiste a leer los cambios en la economía y la política mundial y nacional. Lamentablemente, al interior de las FARC impera el interés el negocio del narcotráfico y quizás, lo que es más grave, es posible una mayor bandolerización de las mismas, ante la evidente falta de coordinación por el hostigamiento y las labores de inteligencia de las Fuerzas Militares.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, el Estado colombiano y la sociedad se deben preparar para insistir en la lucha militar contra las FARC, cada vez con una menor capacidad de perturbación, pero ahí; y obligando al país a destinar miles de millones para la guerra, recursos que bien se podrían invertir en educación, salud, vías y programa de apoyo al campesinado.
Sin embargo, como bien lo ratificó ayer el propio Santos desde Londres, la opción de la negociación no se descarta y depende, en buena parte, de la voluntad de las FARC de dar muestras de buena voluntad y querer buscar una salida, o de persistir en una lucha sin sentido desde las selvas de Colombia, como el canto de las aves del que habla la canción del maestro Escalona.