Por: Valerio Mejía Araujo “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” Salmos 51:17 La gran mayoría de personas e incluso de cosas que Dios usa para su gloria y su honra, son aquellas que han sido quebradas y quebrantadas con una mayor perfección y […]
Por: Valerio Mejía Araujo
“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado;
al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” Salmos 51:17
La gran mayoría de personas e incluso de cosas que Dios usa para su gloria y su honra, son aquellas que han sido quebradas y quebrantadas con una mayor perfección y con golpes más certeros. El quebrantamiento es esa humillación del corazón delante de Dios. Es el reconocimiento de su soberanía y voluntad en todo lo que soy, lo que tengo y lo que hago.
En el Antiguo Testamento, Dios aceptaba sacrificios de animales que quitaban temporalmente la culpa. Hoy, los sacrificios que Dios acepta son corazones contritos y quebrantados. Humillados delante de su presencia.
El quebrantamiento de las habilidades naturales y las fortalezas de Jacob en Peniel, fue lo que le dio gracia delante de su hermano Esaú y lo colocó en el punto donde Dios podía revestirlo de autoridad y usarlo posteriormente con poder espiritual.
El rompimiento de la dura roca en Horeb, por el golpe de la vara de Moisés, fue lo que hizo que brotara agua fresca y abundante para dar de beber a todo el pueblo en el desierto.
Cuando los trescientos escogidos soldados de Gedeón, rompieron sus cántaros, como figura de quebrantarse a sí mismos, fue cuando la luz oculta de las teas encendidas, brillaran para la consternación y vergüenza de sus adversarios.
Cuando la viuda pobre abrió su alacena y se encerró junto con sus hijos a derramar el aceite, fue cuando Dios lo multiplicó para que pagara sus deudas y le sobrara para su mantenimiento digno.
Cuando Ester, arriesgó su vida y rompió con el protocolo de la corte del gran rey Asuero, fue cuando Dios se movió a su favor y obtuvo el beneficio del rey para rescatar a los suyos del malvado plan de exterminio de Amán.
Cuando Jesús, tomó los cinco panes y los partió y los dio a sus discípulos para que los repartieran a la gente, fue cuando los panes se multiplicaron y hubo lo suficiente para alimentar a cinco mil varones, sin contar las mujeres ni los niños.
Cuando María, rompió su precioso frasco de alabastro, fue que el contenido se liberó y se esparció y llenó toda la casa, inundando el ambiente con el grato olor de su perfume.
Cuando Jesús, nuestro Señor, permitió que su cuerpo fuese quebrado, lacerado y roto por las espinas, los clavos y la lanza, entonces fue cuando su vida interior se derramó, para que todos aquellos que en él creen, no se pierdan más tengan vida eterna.
El principio que trato de compartir es este: Si el grano de trigo no es quebrantado y cae a la tierra y muere, no puede llevar fruto.
Amado amigo lector, Dios necesita tener personas y cosas quebrantadas para poder cumplir sus propósitos eternos. Vale la pena renunciar al orgullo y la altivez y acercarnos a Dios con un espíritu contrito y humillado.
Y todos aquellos lectores que han sido quebrantados en sus posesiones, en su obstinación, en sus ambiciones, en sus ideales, en su reputación, en sus afectos, e incluso en su salud. Todos aquellos que se han sentido despreciados o quebrantados por causa de las circunstancias, los amigos o la familia. Todos aquellos que parecen estar enteramente abandonados y sin ayuda humana suficiente, son los que se convierten en candidatos para que en su misericordia, Dios los tome y los use para su gloria.
Oremos juntos: “Querido Dios, gracias porque el quebrantamiento me hará fuerte en ti. Úsame para tu gloria y tu honra. Amén.”
Recuerda: Acerquémonos a Dios con un corazón humilde y seremos usados grandemente.
Te mando saludos cariñosos y la seguridad de nuestras oraciones.
[email protected]
Por: Valerio Mejía Araujo “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” Salmos 51:17 La gran mayoría de personas e incluso de cosas que Dios usa para su gloria y su honra, son aquellas que han sido quebradas y quebrantadas con una mayor perfección y […]
Por: Valerio Mejía Araujo
“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado;
al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” Salmos 51:17
La gran mayoría de personas e incluso de cosas que Dios usa para su gloria y su honra, son aquellas que han sido quebradas y quebrantadas con una mayor perfección y con golpes más certeros. El quebrantamiento es esa humillación del corazón delante de Dios. Es el reconocimiento de su soberanía y voluntad en todo lo que soy, lo que tengo y lo que hago.
En el Antiguo Testamento, Dios aceptaba sacrificios de animales que quitaban temporalmente la culpa. Hoy, los sacrificios que Dios acepta son corazones contritos y quebrantados. Humillados delante de su presencia.
El quebrantamiento de las habilidades naturales y las fortalezas de Jacob en Peniel, fue lo que le dio gracia delante de su hermano Esaú y lo colocó en el punto donde Dios podía revestirlo de autoridad y usarlo posteriormente con poder espiritual.
El rompimiento de la dura roca en Horeb, por el golpe de la vara de Moisés, fue lo que hizo que brotara agua fresca y abundante para dar de beber a todo el pueblo en el desierto.
Cuando los trescientos escogidos soldados de Gedeón, rompieron sus cántaros, como figura de quebrantarse a sí mismos, fue cuando la luz oculta de las teas encendidas, brillaran para la consternación y vergüenza de sus adversarios.
Cuando la viuda pobre abrió su alacena y se encerró junto con sus hijos a derramar el aceite, fue cuando Dios lo multiplicó para que pagara sus deudas y le sobrara para su mantenimiento digno.
Cuando Ester, arriesgó su vida y rompió con el protocolo de la corte del gran rey Asuero, fue cuando Dios se movió a su favor y obtuvo el beneficio del rey para rescatar a los suyos del malvado plan de exterminio de Amán.
Cuando Jesús, tomó los cinco panes y los partió y los dio a sus discípulos para que los repartieran a la gente, fue cuando los panes se multiplicaron y hubo lo suficiente para alimentar a cinco mil varones, sin contar las mujeres ni los niños.
Cuando María, rompió su precioso frasco de alabastro, fue que el contenido se liberó y se esparció y llenó toda la casa, inundando el ambiente con el grato olor de su perfume.
Cuando Jesús, nuestro Señor, permitió que su cuerpo fuese quebrado, lacerado y roto por las espinas, los clavos y la lanza, entonces fue cuando su vida interior se derramó, para que todos aquellos que en él creen, no se pierdan más tengan vida eterna.
El principio que trato de compartir es este: Si el grano de trigo no es quebrantado y cae a la tierra y muere, no puede llevar fruto.
Amado amigo lector, Dios necesita tener personas y cosas quebrantadas para poder cumplir sus propósitos eternos. Vale la pena renunciar al orgullo y la altivez y acercarnos a Dios con un espíritu contrito y humillado.
Y todos aquellos lectores que han sido quebrantados en sus posesiones, en su obstinación, en sus ambiciones, en sus ideales, en su reputación, en sus afectos, e incluso en su salud. Todos aquellos que se han sentido despreciados o quebrantados por causa de las circunstancias, los amigos o la familia. Todos aquellos que parecen estar enteramente abandonados y sin ayuda humana suficiente, son los que se convierten en candidatos para que en su misericordia, Dios los tome y los use para su gloria.
Oremos juntos: “Querido Dios, gracias porque el quebrantamiento me hará fuerte en ti. Úsame para tu gloria y tu honra. Amén.”
Recuerda: Acerquémonos a Dios con un corazón humilde y seremos usados grandemente.
Te mando saludos cariñosos y la seguridad de nuestras oraciones.
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