Por: Valerio Mejía “Deléitate asimismo en el Señor, y él te concederá las peticiones de tu corazón” Salmo 37:4 Depender del Señor es aprender a deleitarnos en él. No podemos motivarnos mentalmente diciéndonos a nosotros mismos: “me deleito en el Señor”. Esto no es a fuerza de voluntad, sino a fuerza de relación de amor […]
Por: Valerio Mejía
“Deléitate asimismo en el Señor, y él te concederá las peticiones de tu corazón” Salmo 37:4
Depender del Señor es aprender a deleitarnos en él. No podemos motivarnos mentalmente diciéndonos a nosotros mismos: “me deleito en el Señor”. Esto no es a fuerza de voluntad, sino a fuerza de relación de amor y de pacto. A fuerza de reconocimiento y sometimiento a su voluntad. A fuerza de reconocer que mi vida y mi destino están escondidos con Cristo en Dios.
La dependencia no es de “dientes para fuera”, o cuando todas las cosas estén marchando bien. La dependencia se demuestra cuando en el horizonte cercano no hay nada que me indique el cumplimiento de sus promesas o la respuesta a mis oraciones; pero en mi corazón existe la certeza de que él no puede fallar y es suficiente para suplir todo aquello que me haga falta en Cristo Jesús.
Este reconocimiento deberá traer a mi vida, paz interior genuina. No quiere decir que las situaciones difíciles no me molestarán, sino que sabré aprovechar las crisis y buscaré una nueva oportunidad en cada dificultad.
La dependencia es una forma de fe. Es como si de cara a la adversidad, dijéramos: “confío en Dios, creo que Dios es mayor que mi problema; creo que Dios tiene en sus manos esta molestia y que él puede trocar esto para mi bien”.
La dependencia nos ayuda a ver la vida desde la perspectiva de Dios. Nos ayuda a aprender lo mejor de cada situación, sin tener que pensar “¿por qué me pasa esto?” Creo que el secreto del éxito está en aprender a ver las cosas desde la perspectiva de los demás y descubrir por qué se sienten como se sienten. No conozco nada que tenga una mayor potencia para disminuir el conflicto en nuestras vidas que aprender a ubicarnos en la perspectiva de Dios y de los otros. La verdadera sabiduría, nace de aprender a ver la vida desde el punto de vista de Dios; es tener la perspectiva de Dios en una situación determinada.
Desde esa perspectiva, llega a tres conclusiones importantes: Yo soy humano, no soy Dios. No soy perfecto, y no tengo el control de la mayoría de cosas que encaro en la vida. Segundo, Tampoco hay nadie que sea perfecto. No debo sorprenderme o irritarme cuando la gente se equivoca o me defrauda. Y tercero, Dios tiene el control y puede usar las irritaciones y los problemas que llegan a mi vida para cumplir su propósito en mí.
Noé, tuvo que depender y deleitarse en el Señor durante ciento veinte años para que lloviera. Abraham, dependió veinticinco años para tener un hijo. Moisés, dependió cuarenta años en el desierto y luego otros cuarenta años guiando a los hijos de Israel a través del desierto hasta la tierra prometida. En los tiempos del Antiguo Testamento dependieron y se deleitaron esperando que llegara el Mesías. En el Nuevo Testamento, los discípulos se deleitaron y esperaron en el Aposento Alto por la venida del Espíritu Santo. La Biblia es el libro del deleite y la dependencia, porque la dependencia muestra la fe, y la fe agrada a Dios.
El tipo de dependencia más difícil es el esperar a Dios, cuando nosotros estamos afanados y de prisa y él no. Es difícil deleitarnos cuando estamos esperando por la respuesta a una oración, cuando esperamos un milagro financiero o de salud. Es difícil cuando nosotros estamos de afán y Dios no. Pero la dependencia siempre será una evidencia de fe.
Lázaro, era un buen amigo de Jesús. Enfermó de gravedad y le avisaron a Jesús; pero se demoró para salir para Betania, cuando llegó, su amigo había muerto. Su cuerpo ya estaba sellado en el sepulcro. ¡Jesús llegó tarde!
Sin embargo, Dios nunca llega tarde, caminó hasta el sepulcro y clamó: ¡Lázaro ven fuera!
El punto que quiero enfatizar aquí es que Dios nunca llega tarde. Siempre está a tiempo. El tiempo de Dios es perfecto. Tal vez, no coincida con el nuestro, pero nunca llega tarde. El quiere que dependamos y nos deleitemos en él. Dios anhela que nosotros confiemos y nos deleitemos en él por sobre todas las cosas.
“Querido Dios: Enséñanos a confiar y a deleitarnos en ti. En ti ponemos nuestra confianza. Amén”.
Recuerda: si te deleitas en el Señor, él te concederá las peticiones de tu corazón.
Abrazos cariñosos en Cristo.
Por: Valerio Mejía “Deléitate asimismo en el Señor, y él te concederá las peticiones de tu corazón” Salmo 37:4 Depender del Señor es aprender a deleitarnos en él. No podemos motivarnos mentalmente diciéndonos a nosotros mismos: “me deleito en el Señor”. Esto no es a fuerza de voluntad, sino a fuerza de relación de amor […]
Por: Valerio Mejía
“Deléitate asimismo en el Señor, y él te concederá las peticiones de tu corazón” Salmo 37:4
Depender del Señor es aprender a deleitarnos en él. No podemos motivarnos mentalmente diciéndonos a nosotros mismos: “me deleito en el Señor”. Esto no es a fuerza de voluntad, sino a fuerza de relación de amor y de pacto. A fuerza de reconocimiento y sometimiento a su voluntad. A fuerza de reconocer que mi vida y mi destino están escondidos con Cristo en Dios.
La dependencia no es de “dientes para fuera”, o cuando todas las cosas estén marchando bien. La dependencia se demuestra cuando en el horizonte cercano no hay nada que me indique el cumplimiento de sus promesas o la respuesta a mis oraciones; pero en mi corazón existe la certeza de que él no puede fallar y es suficiente para suplir todo aquello que me haga falta en Cristo Jesús.
Este reconocimiento deberá traer a mi vida, paz interior genuina. No quiere decir que las situaciones difíciles no me molestarán, sino que sabré aprovechar las crisis y buscaré una nueva oportunidad en cada dificultad.
La dependencia es una forma de fe. Es como si de cara a la adversidad, dijéramos: “confío en Dios, creo que Dios es mayor que mi problema; creo que Dios tiene en sus manos esta molestia y que él puede trocar esto para mi bien”.
La dependencia nos ayuda a ver la vida desde la perspectiva de Dios. Nos ayuda a aprender lo mejor de cada situación, sin tener que pensar “¿por qué me pasa esto?” Creo que el secreto del éxito está en aprender a ver las cosas desde la perspectiva de los demás y descubrir por qué se sienten como se sienten. No conozco nada que tenga una mayor potencia para disminuir el conflicto en nuestras vidas que aprender a ubicarnos en la perspectiva de Dios y de los otros. La verdadera sabiduría, nace de aprender a ver la vida desde el punto de vista de Dios; es tener la perspectiva de Dios en una situación determinada.
Desde esa perspectiva, llega a tres conclusiones importantes: Yo soy humano, no soy Dios. No soy perfecto, y no tengo el control de la mayoría de cosas que encaro en la vida. Segundo, Tampoco hay nadie que sea perfecto. No debo sorprenderme o irritarme cuando la gente se equivoca o me defrauda. Y tercero, Dios tiene el control y puede usar las irritaciones y los problemas que llegan a mi vida para cumplir su propósito en mí.
Noé, tuvo que depender y deleitarse en el Señor durante ciento veinte años para que lloviera. Abraham, dependió veinticinco años para tener un hijo. Moisés, dependió cuarenta años en el desierto y luego otros cuarenta años guiando a los hijos de Israel a través del desierto hasta la tierra prometida. En los tiempos del Antiguo Testamento dependieron y se deleitaron esperando que llegara el Mesías. En el Nuevo Testamento, los discípulos se deleitaron y esperaron en el Aposento Alto por la venida del Espíritu Santo. La Biblia es el libro del deleite y la dependencia, porque la dependencia muestra la fe, y la fe agrada a Dios.
El tipo de dependencia más difícil es el esperar a Dios, cuando nosotros estamos afanados y de prisa y él no. Es difícil deleitarnos cuando estamos esperando por la respuesta a una oración, cuando esperamos un milagro financiero o de salud. Es difícil cuando nosotros estamos de afán y Dios no. Pero la dependencia siempre será una evidencia de fe.
Lázaro, era un buen amigo de Jesús. Enfermó de gravedad y le avisaron a Jesús; pero se demoró para salir para Betania, cuando llegó, su amigo había muerto. Su cuerpo ya estaba sellado en el sepulcro. ¡Jesús llegó tarde!
Sin embargo, Dios nunca llega tarde, caminó hasta el sepulcro y clamó: ¡Lázaro ven fuera!
El punto que quiero enfatizar aquí es que Dios nunca llega tarde. Siempre está a tiempo. El tiempo de Dios es perfecto. Tal vez, no coincida con el nuestro, pero nunca llega tarde. El quiere que dependamos y nos deleitemos en él. Dios anhela que nosotros confiemos y nos deleitemos en él por sobre todas las cosas.
“Querido Dios: Enséñanos a confiar y a deleitarnos en ti. En ti ponemos nuestra confianza. Amén”.
Recuerda: si te deleitas en el Señor, él te concederá las peticiones de tu corazón.
Abrazos cariñosos en Cristo.