Por: Valerio Mejía Araújo “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Salmo 139:7 Después de su salida de Egipto, Israel vivió como nómada en el desierto. Dios mismo los guiaba por el camino, de día en una columna de nube y de noche en una columna de fuego […]
Por: Valerio Mejía Araújo
“¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Salmo 139:7
Después de su salida de Egipto, Israel vivió como nómada en el desierto. Dios mismo los guiaba por el camino, de día en una columna de nube y de noche en una columna de fuego para alumbrarles. La presencia de Dios era tangible, Dios mismo caminaba con ellos, y cuando el campamento se asentaba, el Tabernáculo o la tienda donde Dios moraba la ubicaban justo en el centro del campamento. Esto hacía que lo cotidiano, las actividades normales de la vida fueran santificadas, la realidad era sagrada, porque Dios siempre estaba allí.
Pero luego que entraron a la tierra prometida y se asentaron y se volvieron sedentarios, construyeron un templo para que Dios habitara y de esa manera se perdió la sacralidad de lo cotidiano.
La palabra presente significa: aquí, cerca de, junto a, en, con y sobre. Y el prefijo omni da sentido de universalidad. Esto quiere decir que no hay lugar alguno en el cielo, en la tierra o en el infierno, donde los hombres se puedan esconder de su presencia. Dios está lejano y cercano al mismo tiempo, y en Él nos movemos, vivimos y somos.
Esta verdad de la omnipresencia divina, debe personalizar nuestra relación con Dios. Dios está presente cerca de nosotros, junto a nosotros y Dios nos ve y nos conoce de una manera total y absoluta.
Dios está libre en el universo, cercano a todo, junto a todos, y por medio de Jesucristo, accesible a todo corazón amante.
Querido amigo lector: esta verdad debe ser una fuente de profundo consuelo en el dolor, y de firme seguridad en todas las experiencias de la vida. Debemos ejercitar cada día la presencia de Dios, no como proyectando un objeto imaginario desde dentro de nuestra propia mente; sino reconociendo la presencia real de aquel quien todo lo llena.
Dios le encomendó a Josué que se esforzara y fuera valiente, que no temiera ni desmayara, porque Dios estaría con él en dondequiera que fuera.
La certeza de que Dios está siempre cerca de nosotros, presente en todas nuestras actividades, más cercano a nosotros que nuestros propios pensamientos, nos debería mantener en un estado de victoria constante.
Aun cuando en ocasiones pasemos por situaciones de dolor y fracaso, las lágrimas también tienen sus efectos terapéuticos, y hay algo de sabiduría en la pedagogía del sufrimiento. Incluso Jesús, aunque nunca se apartó del seno del padre, experimentó dolor y lágrimas.
Pero debo decir que el bálsamo sanador que destila de su presencia y que nos envuelve, cura todas nuestras dolencias. Y el conocimiento de que nunca estamos solos, calma el agitado mar de nuestra vida y le comunica paz a nuestra alma.
Que Dios está presente es algo que tanto las Escrituras como la razón declaran. Solamente nos queda a nosotros aprender a darnos cuenta de esto en nuestra realidad consciente para así poder sacralizar nuestra realidad y santificar la cotidianidad.
Por otro lado, su presencia manifiesta es el antídoto contra la soledad, el sentimiento de rechazo y el temor.
Fue tan dramática el ejercicio de la presencia de Dios en Enoc, que Dios lo llevó a estar Él. Abraham disfrutó tanto de su amistad y presencia que creyó en esperanza contra esperanza. Moisés valoró tanto su presencia que puesta en balanza, la prefirió a la tierra prometida. Elías, se presentaba como quien estaba en la presencia de Dios constantemente. David, la justipreció tanto que su primer acto de gobierno como rey, fue traer a Jerusalén el Arca, símbolo de su presencia. Los discípulos de Emaús, lograron descubrir la revelación de la resurrección, cuando decidieron mantener la presencia del amigo forastero junto a ellos.
En fin, el mensaje central es este: Aquel a quien las legiones angelicales sirven con reverencia en las regiones celestes, Dios mismo, está con nosotros y cada día quiere manifestarnos su presencia.
“Querido Dios, sabemos que estás presente entre nosotros, ayúdanos a experimentar el sentido de tu promesa: “En tu presencia hay plenitud de gozo”. Gracias. Amén”.
¡No te olvides de disfrutar cada día de su tierna presencia!
Abrazos y bendiciones de parte del Dios omnipresente.
[email protected]
Por: Valerio Mejía Araújo “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Salmo 139:7 Después de su salida de Egipto, Israel vivió como nómada en el desierto. Dios mismo los guiaba por el camino, de día en una columna de nube y de noche en una columna de fuego […]
Por: Valerio Mejía Araújo
“¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Salmo 139:7
Después de su salida de Egipto, Israel vivió como nómada en el desierto. Dios mismo los guiaba por el camino, de día en una columna de nube y de noche en una columna de fuego para alumbrarles. La presencia de Dios era tangible, Dios mismo caminaba con ellos, y cuando el campamento se asentaba, el Tabernáculo o la tienda donde Dios moraba la ubicaban justo en el centro del campamento. Esto hacía que lo cotidiano, las actividades normales de la vida fueran santificadas, la realidad era sagrada, porque Dios siempre estaba allí.
Pero luego que entraron a la tierra prometida y se asentaron y se volvieron sedentarios, construyeron un templo para que Dios habitara y de esa manera se perdió la sacralidad de lo cotidiano.
La palabra presente significa: aquí, cerca de, junto a, en, con y sobre. Y el prefijo omni da sentido de universalidad. Esto quiere decir que no hay lugar alguno en el cielo, en la tierra o en el infierno, donde los hombres se puedan esconder de su presencia. Dios está lejano y cercano al mismo tiempo, y en Él nos movemos, vivimos y somos.
Esta verdad de la omnipresencia divina, debe personalizar nuestra relación con Dios. Dios está presente cerca de nosotros, junto a nosotros y Dios nos ve y nos conoce de una manera total y absoluta.
Dios está libre en el universo, cercano a todo, junto a todos, y por medio de Jesucristo, accesible a todo corazón amante.
Querido amigo lector: esta verdad debe ser una fuente de profundo consuelo en el dolor, y de firme seguridad en todas las experiencias de la vida. Debemos ejercitar cada día la presencia de Dios, no como proyectando un objeto imaginario desde dentro de nuestra propia mente; sino reconociendo la presencia real de aquel quien todo lo llena.
Dios le encomendó a Josué que se esforzara y fuera valiente, que no temiera ni desmayara, porque Dios estaría con él en dondequiera que fuera.
La certeza de que Dios está siempre cerca de nosotros, presente en todas nuestras actividades, más cercano a nosotros que nuestros propios pensamientos, nos debería mantener en un estado de victoria constante.
Aun cuando en ocasiones pasemos por situaciones de dolor y fracaso, las lágrimas también tienen sus efectos terapéuticos, y hay algo de sabiduría en la pedagogía del sufrimiento. Incluso Jesús, aunque nunca se apartó del seno del padre, experimentó dolor y lágrimas.
Pero debo decir que el bálsamo sanador que destila de su presencia y que nos envuelve, cura todas nuestras dolencias. Y el conocimiento de que nunca estamos solos, calma el agitado mar de nuestra vida y le comunica paz a nuestra alma.
Que Dios está presente es algo que tanto las Escrituras como la razón declaran. Solamente nos queda a nosotros aprender a darnos cuenta de esto en nuestra realidad consciente para así poder sacralizar nuestra realidad y santificar la cotidianidad.
Por otro lado, su presencia manifiesta es el antídoto contra la soledad, el sentimiento de rechazo y el temor.
Fue tan dramática el ejercicio de la presencia de Dios en Enoc, que Dios lo llevó a estar Él. Abraham disfrutó tanto de su amistad y presencia que creyó en esperanza contra esperanza. Moisés valoró tanto su presencia que puesta en balanza, la prefirió a la tierra prometida. Elías, se presentaba como quien estaba en la presencia de Dios constantemente. David, la justipreció tanto que su primer acto de gobierno como rey, fue traer a Jerusalén el Arca, símbolo de su presencia. Los discípulos de Emaús, lograron descubrir la revelación de la resurrección, cuando decidieron mantener la presencia del amigo forastero junto a ellos.
En fin, el mensaje central es este: Aquel a quien las legiones angelicales sirven con reverencia en las regiones celestes, Dios mismo, está con nosotros y cada día quiere manifestarnos su presencia.
“Querido Dios, sabemos que estás presente entre nosotros, ayúdanos a experimentar el sentido de tu promesa: “En tu presencia hay plenitud de gozo”. Gracias. Amén”.
¡No te olvides de disfrutar cada día de su tierna presencia!
Abrazos y bendiciones de parte del Dios omnipresente.
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