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Columnista - 27 julio, 2011

Procedimientos Violentos

Desde mí cocina Por Silvia Betancourt Alliegro En la historia, que no se detiene ni entretiene en la descripción de colores de ciertos periodos coyunturales, sino que más bien se entretiene moldeando la condición humana,  y lo que a partir de ella se reitera en la historia; que se reedita bajo muchas formas, y lo […]

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Desde mí cocina
Por Silvia Betancourt Alliegro

En la historia, que no se detiene ni entretiene en la descripción de colores de ciertos periodos coyunturales, sino que más bien se entretiene moldeando la condición humana,  y lo que a partir de ella se reitera en la historia; que se reedita bajo muchas formas, y lo único que cambia es el vestuario;  está descrita paso a paso la adicción del hombre por la crueldad, el mal, la sangre del hermano derramada sobre el  planeta.
En el decálogo que rige a la humanidad cristiana existe un mandato: No matarás… y  se alimentan del cuerpo de Cristo, de su cadáver, y así sea simbólicamente, en el inconsciente colectivo quedará impresa la correspondiente costumbre antropófaga. Y en el momento menos esperado saldrá a relucir.
No resulta, por lo anterior, nada nuevo asumirnos como una cultura de la muerte, por cuanto toda cultura los es. Habría que asumir que esa actitud  está fundada en ello, porque son los procedimientos triunfantes, por tanto, legitiman la violencia.
En el caso de los sublevados ante un poder reinante, las huestes que ascienden por la ocupación de los espacios físicos,  lo efectúan traduciendo a su manera los métodos y estilos de vida de las aristocracias que reemplazan, porque los han observado con envidia durante mucha parte de su vida, así, cuando llegan al poder, se olvidan de unos ideales aprendidos de memoria de textos creados para personas ilustradas (por lo que se supone luchan, por la ilustración), y mientras tanto, los vencidos hablan de crisis moral y de las buenas costumbres, de comportamientos desviados y delincuenciales; que si se revisan a fondo, son los mismos que han utilizado todos los ‘libertadores’ de pueblos, que cuando logran el poder se comportan como clase social emergente: quieren posar bien atildados junto a la clase vencida, en fotografías que los medios llaman históricas.
Y la cuestión no para en el papel, tienen que hacer todo lo que los vencidos ejercían… y llega el despotismo, la injusticia, los crímenes atroces, la adquisición de bienes suntuarios por las buenas o por las malas.
Pero no se les ocurre sustraerse las bibliotecas de las casas allanadas, y mucho menos conseguir quién las haya leído, para que les dirija las lecturas. Por ello es que deben luchar, por el conocimiento, al que jamás las armas vencerán.
Es que se les sale el aborigen vencido con la cruz  y la espada. Y le añaden elementos sincréticos de naturaleza mítica primitiva: magia, hechicería;  hasta lograr una amalgama que es una síntesis dramática y violenta de casi todas las épocas históricas de la humanidad.
No pueden exigirles que ingresen pacíficamente, con pies y manos de seda, y métodos de tolerancia, a ese espacio que durante siglos han ocupado aristocracias señoriales de un dogmatismo y una intolerancia igualmente arrolladoras.

POSDATA: Mi espíritu se lamenta y gime ante la atrocidad del crimen perpetrado por un hombre contra una civilización disciplinada como la Noruega. No mencionaré su nombre, puesto que es lo que él quiere: ser tristemente célebre. Un enfermo mental más que derramó en mil quinientas páginas todo el veneno que le socava el ego.

[email protected]
Twitter: @yastao

Columnista
27 julio, 2011

Procedimientos Violentos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Silvia Betancourt Alliegro

Desde mí cocina Por Silvia Betancourt Alliegro En la historia, que no se detiene ni entretiene en la descripción de colores de ciertos periodos coyunturales, sino que más bien se entretiene moldeando la condición humana,  y lo que a partir de ella se reitera en la historia; que se reedita bajo muchas formas, y lo […]


Desde mí cocina
Por Silvia Betancourt Alliegro

En la historia, que no se detiene ni entretiene en la descripción de colores de ciertos periodos coyunturales, sino que más bien se entretiene moldeando la condición humana,  y lo que a partir de ella se reitera en la historia; que se reedita bajo muchas formas, y lo único que cambia es el vestuario;  está descrita paso a paso la adicción del hombre por la crueldad, el mal, la sangre del hermano derramada sobre el  planeta.
En el decálogo que rige a la humanidad cristiana existe un mandato: No matarás… y  se alimentan del cuerpo de Cristo, de su cadáver, y así sea simbólicamente, en el inconsciente colectivo quedará impresa la correspondiente costumbre antropófaga. Y en el momento menos esperado saldrá a relucir.
No resulta, por lo anterior, nada nuevo asumirnos como una cultura de la muerte, por cuanto toda cultura los es. Habría que asumir que esa actitud  está fundada en ello, porque son los procedimientos triunfantes, por tanto, legitiman la violencia.
En el caso de los sublevados ante un poder reinante, las huestes que ascienden por la ocupación de los espacios físicos,  lo efectúan traduciendo a su manera los métodos y estilos de vida de las aristocracias que reemplazan, porque los han observado con envidia durante mucha parte de su vida, así, cuando llegan al poder, se olvidan de unos ideales aprendidos de memoria de textos creados para personas ilustradas (por lo que se supone luchan, por la ilustración), y mientras tanto, los vencidos hablan de crisis moral y de las buenas costumbres, de comportamientos desviados y delincuenciales; que si se revisan a fondo, son los mismos que han utilizado todos los ‘libertadores’ de pueblos, que cuando logran el poder se comportan como clase social emergente: quieren posar bien atildados junto a la clase vencida, en fotografías que los medios llaman históricas.
Y la cuestión no para en el papel, tienen que hacer todo lo que los vencidos ejercían… y llega el despotismo, la injusticia, los crímenes atroces, la adquisición de bienes suntuarios por las buenas o por las malas.
Pero no se les ocurre sustraerse las bibliotecas de las casas allanadas, y mucho menos conseguir quién las haya leído, para que les dirija las lecturas. Por ello es que deben luchar, por el conocimiento, al que jamás las armas vencerán.
Es que se les sale el aborigen vencido con la cruz  y la espada. Y le añaden elementos sincréticos de naturaleza mítica primitiva: magia, hechicería;  hasta lograr una amalgama que es una síntesis dramática y violenta de casi todas las épocas históricas de la humanidad.
No pueden exigirles que ingresen pacíficamente, con pies y manos de seda, y métodos de tolerancia, a ese espacio que durante siglos han ocupado aristocracias señoriales de un dogmatismo y una intolerancia igualmente arrolladoras.

POSDATA: Mi espíritu se lamenta y gime ante la atrocidad del crimen perpetrado por un hombre contra una civilización disciplinada como la Noruega. No mencionaré su nombre, puesto que es lo que él quiere: ser tristemente célebre. Un enfermo mental más que derramó en mil quinientas páginas todo el veneno que le socava el ego.

[email protected]
Twitter: @yastao