Por: Imelda Daza Cotes La desaparición forzada y el suicidio suelen ser fenómenos en extremo traumatizantes para los familiares y allegados de las víctimas, no sólo por la pérdida que encierran sino por el cúmulo de interrogantes que plantean y que casi nunca tienen una respuesta adecuada. Desde luego son eventos muy diferenciados para sus […]
Por: Imelda Daza Cotes
La desaparición forzada y el suicidio suelen ser fenómenos en extremo traumatizantes para los familiares y allegados de las víctimas, no sólo por la pérdida que encierran sino por el cúmulo de interrogantes que plantean y que casi nunca tienen una respuesta adecuada. Desde luego son eventos muy diferenciados para sus protagonistas, pero similares en cuanto tragedia para quienes deben manejar el duelo y precisamente por ser tan dolorosos y tan difíciles de superar deberían comprometer esfuerzos institucionales y sociales
El suicidio ha ocurrido siempre, pero tradicionalmente ha sido un tema tabú, algunas religiones no lo toleran, hay la tendencia a ocultarlo y a negar su ocurrencia. Algunas culturas orientales lo ven como una manera honrosa de escapar a situaciones humillantes o en extremo crueles. El primer país en Europa que decidió registrar los suicidios como tales fue Suecia y eso, junto a otros factores de poco peso, le valieron el calificativo de país de suicidas; en realidad no es así. Suecia ocupa el 15 lugar en Europa en muertes por suicidio. Pero, en todo caso, el suicidio es la primera causa de muerte no natural en este continente y la tercera causa de muerte después de la mortalidad cardiovascular y el cáncer
En el mundo, en general, el suicidio es la segunda causa de muerte violenta, en la población entre 10 y 24 años, después de los accidentes de tránsito. Más de un millón de personas mueren cada año por decisión propia. La Organización Mundial de la Salud considera el suicidio como una patología social y recomienda a las naciones prestar mayor atención a este fenómeno y adoptar medidas preventivas que lo eviten combatiendo sus síntomas sociales porque hay una correspondencia directa entre el suicidio y el tipo de sociedad en que actuamos. La decisión de autoeliminarse no siempre obedece a factores estrictamente personales. La sociedad como ente regulador de la vida en comunidad establece un orden que hace viable la convivencia armónica entre los seres humanos. Cuando esa sociedad está perturbada por crisis de cualquier tipo, esa cohesión social falla, se rompe la armonía y surge el caos y la violencia en todas sus formas, las relaciones ciudadanas se trastornan y asciende la curva de suicidios. Esto no explica todos los casos, pero sí abarca muchos de ellos y es lo que posiblemente puede aproximarnos a la comprensión del fenómeno en la región del Valle de Upar donde en los últimos tiempos el suicidio se ha disparado. Según este diario en Vallledupar se han suicidado 10 personas este año.
Con frecuencia se atribuye el suicidio a trastornos emocionales internos originados en el desamor, angustias económicas, carencia de empleo, soledad, pérdidas afectivas, depresión, desesperanza, baja autoestima, conflictos familiares, bajo rendimiento escolar, etc.
Todas estas pueden señalarse como causas inmediatas de la fatal decisión pero el origen habría que buscarlo en la sociedad misma. No quiere esto decir que en las sociedades prósperas no se dé el fenómeno suicida ni que la pobreza o la miseria sean necesariamente detonantes del mal, pero sí valdría la pena pensar que una sociedad consumista y violenta como la colombiana genera demasiadas ansiedades. Los jóvenes y los adultos cargan sobre sí mismos un insoportable fardo de necesidades creadas que cuando no es posible atender, surgen las frustraciones, el temor a ser discriminado, rechazado, mofado. Si a esto se suma la dosis diaria de muerte violenta e inseguridad ciudadana, la situación es crítica. No todos son capaces de manejar tanta presión social y caen en la tentación suicida para escapar a todo eso.
La frecuencia suicida en Valledupar y alrededores debería alarmar más porque afecta hasta a los niños. No hay que banalizar el mal. Quienes toman la fatal decisión de terminar con sus días de manera abrupta merecen nuestra conmiseración y comprensión y al mismo tiempo deberían convocar a la sociedad entera a la reflexión. El suicidio casi nunca es espontáneo ni impulsivo. Usualmente sigue un proceso durante el cual la víctima va elaborando esa decisión que finalmente lo liberará de todo lo que lo atormenta, lo confunde, lo agobia. Es ahí cuando las instituciones públicas, así como las organizaciones sociales podrían actuar para impedir la tragedia. Todo esto requiere de esfuerzos y de compromisos que hay que asumir. El costo social de cada suicida es enorme, más aún cuando se sabe que en comunidades pequeñas el suicidio es una pandemia, es decir, es contagioso. Hay que actuar y el gobierno no puede ser indiferente al problema.
Por: Imelda Daza Cotes La desaparición forzada y el suicidio suelen ser fenómenos en extremo traumatizantes para los familiares y allegados de las víctimas, no sólo por la pérdida que encierran sino por el cúmulo de interrogantes que plantean y que casi nunca tienen una respuesta adecuada. Desde luego son eventos muy diferenciados para sus […]
Por: Imelda Daza Cotes
La desaparición forzada y el suicidio suelen ser fenómenos en extremo traumatizantes para los familiares y allegados de las víctimas, no sólo por la pérdida que encierran sino por el cúmulo de interrogantes que plantean y que casi nunca tienen una respuesta adecuada. Desde luego son eventos muy diferenciados para sus protagonistas, pero similares en cuanto tragedia para quienes deben manejar el duelo y precisamente por ser tan dolorosos y tan difíciles de superar deberían comprometer esfuerzos institucionales y sociales
El suicidio ha ocurrido siempre, pero tradicionalmente ha sido un tema tabú, algunas religiones no lo toleran, hay la tendencia a ocultarlo y a negar su ocurrencia. Algunas culturas orientales lo ven como una manera honrosa de escapar a situaciones humillantes o en extremo crueles. El primer país en Europa que decidió registrar los suicidios como tales fue Suecia y eso, junto a otros factores de poco peso, le valieron el calificativo de país de suicidas; en realidad no es así. Suecia ocupa el 15 lugar en Europa en muertes por suicidio. Pero, en todo caso, el suicidio es la primera causa de muerte no natural en este continente y la tercera causa de muerte después de la mortalidad cardiovascular y el cáncer
En el mundo, en general, el suicidio es la segunda causa de muerte violenta, en la población entre 10 y 24 años, después de los accidentes de tránsito. Más de un millón de personas mueren cada año por decisión propia. La Organización Mundial de la Salud considera el suicidio como una patología social y recomienda a las naciones prestar mayor atención a este fenómeno y adoptar medidas preventivas que lo eviten combatiendo sus síntomas sociales porque hay una correspondencia directa entre el suicidio y el tipo de sociedad en que actuamos. La decisión de autoeliminarse no siempre obedece a factores estrictamente personales. La sociedad como ente regulador de la vida en comunidad establece un orden que hace viable la convivencia armónica entre los seres humanos. Cuando esa sociedad está perturbada por crisis de cualquier tipo, esa cohesión social falla, se rompe la armonía y surge el caos y la violencia en todas sus formas, las relaciones ciudadanas se trastornan y asciende la curva de suicidios. Esto no explica todos los casos, pero sí abarca muchos de ellos y es lo que posiblemente puede aproximarnos a la comprensión del fenómeno en la región del Valle de Upar donde en los últimos tiempos el suicidio se ha disparado. Según este diario en Vallledupar se han suicidado 10 personas este año.
Con frecuencia se atribuye el suicidio a trastornos emocionales internos originados en el desamor, angustias económicas, carencia de empleo, soledad, pérdidas afectivas, depresión, desesperanza, baja autoestima, conflictos familiares, bajo rendimiento escolar, etc.
Todas estas pueden señalarse como causas inmediatas de la fatal decisión pero el origen habría que buscarlo en la sociedad misma. No quiere esto decir que en las sociedades prósperas no se dé el fenómeno suicida ni que la pobreza o la miseria sean necesariamente detonantes del mal, pero sí valdría la pena pensar que una sociedad consumista y violenta como la colombiana genera demasiadas ansiedades. Los jóvenes y los adultos cargan sobre sí mismos un insoportable fardo de necesidades creadas que cuando no es posible atender, surgen las frustraciones, el temor a ser discriminado, rechazado, mofado. Si a esto se suma la dosis diaria de muerte violenta e inseguridad ciudadana, la situación es crítica. No todos son capaces de manejar tanta presión social y caen en la tentación suicida para escapar a todo eso.
La frecuencia suicida en Valledupar y alrededores debería alarmar más porque afecta hasta a los niños. No hay que banalizar el mal. Quienes toman la fatal decisión de terminar con sus días de manera abrupta merecen nuestra conmiseración y comprensión y al mismo tiempo deberían convocar a la sociedad entera a la reflexión. El suicidio casi nunca es espontáneo ni impulsivo. Usualmente sigue un proceso durante el cual la víctima va elaborando esa decisión que finalmente lo liberará de todo lo que lo atormenta, lo confunde, lo agobia. Es ahí cuando las instituciones públicas, así como las organizaciones sociales podrían actuar para impedir la tragedia. Todo esto requiere de esfuerzos y de compromisos que hay que asumir. El costo social de cada suicida es enorme, más aún cuando se sabe que en comunidades pequeñas el suicidio es una pandemia, es decir, es contagioso. Hay que actuar y el gobierno no puede ser indiferente al problema.