“Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió… Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto” (Santiago 5:17-18)
“Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió… Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto” (Santiago 5:17-18)
A menudo participo en congresos y seminarios que me inspiran y renuevan con la visión y el entusiasmo de mis colegas evangelistas. Sin embargo, he notado que, en ocasiones, damos más importancia a la figura que al mensaje de Cristo. Le damos más importancia al mensajero que al mensaje. Parece que algunos creen que la personalidad del invitado es la que traerá cambios y restauración a los oyentes. A veces, la gente emocionada se agolpa alrededor del predicador, rompiendo su espacio personal y creando un ambiente de admiración que puede confundir y agobiar incluso a ellos, quienes han venido a servir.
Estas experiencias me llevan a reflexionar sobre cómo en nuestra cultura solemos elevar a figuras visibles, ya sean músicos, políticos o líderes religiosos, a posiciones de privilegio y admiración. Los vemos como si tuvieran algo que nosotros no poseemos, y a menudo desvalorizamos a los líderes cercanos. No me malinterpreten, creo que debemos mostrar respeto y honra a quien lo merece, sin importar si es alguien de fuera o un líder de nuestra comunidad. Pero, ¿de dónde surge esa necesidad de acercarnos a ellos, de querer saludarlos o tomarnos una foto con ellos? ¿Por qué ese afán de estar cerca de ellos y poder saludar o tocar?
En el fondo, sospecho que muchos de nosotros creemos que la grandeza de sus actos es un reflejo directo de su carácter. Nos asombramos ante sus ministerios y logros porque sentimos que son personas de otra categoría, con cualidades que pensamos que nos faltan. Sin embargo, el texto de Santiago nos anima a ver esto de otra manera.
Santiago toma el ejemplo de Elías para recordarnos el poder de la oración en la vida de una persona de fe. Elías oró y no llovió por tres años y seis meses; oró otra vez y la lluvia volvió. No sé cuál sea tu reacción ante este relato, pero muchos de nosotros tal vez pensamos: ¡ojalá yo tuviera ese poder! Pero, aquí está el corazón del mensaje: Santiago aclara que Elías era un hombre igual que nosotros. No tenía nada especial; se desanimaba como nosotros, se enojaba como nosotros, y a veces también le faltaba fe, como a nosotros. No obstante, oró y Dios le respondió.
¿A qué apunta Santiago? La grandeza de Elías no radicaba en él, sino en el Dios en quien había creído. Su grandeza no era suya, sino del Señor. Y este mismo Dios que operó en la vida de Elías también opera en nuestras vidas hoy. No hay razón para que ningún cristiano se sienta intimidado por los ejemplos de grandes hombres y mujeres de fe, porque el mismo Dios que estuvo con ellos también está con nosotros.
Agradezcamos a Dios por la vida de personas que son ejemplos de conducta y fe, pero que no nos intimiden sus logros. La grandeza de ellos depende del Señor que obra en sus vidas, y ese mismo Dios obra en nosotros también.
Tómate de la mano del Señor y atrévete a creer que Él también puede hacer grandes cosas en tu vida. ¡Adelante! Abrazos y bendiciones abundantes.
POR: VALERIO MEJÍA.
“Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió… Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto” (Santiago 5:17-18)
“Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió… Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto” (Santiago 5:17-18)
A menudo participo en congresos y seminarios que me inspiran y renuevan con la visión y el entusiasmo de mis colegas evangelistas. Sin embargo, he notado que, en ocasiones, damos más importancia a la figura que al mensaje de Cristo. Le damos más importancia al mensajero que al mensaje. Parece que algunos creen que la personalidad del invitado es la que traerá cambios y restauración a los oyentes. A veces, la gente emocionada se agolpa alrededor del predicador, rompiendo su espacio personal y creando un ambiente de admiración que puede confundir y agobiar incluso a ellos, quienes han venido a servir.
Estas experiencias me llevan a reflexionar sobre cómo en nuestra cultura solemos elevar a figuras visibles, ya sean músicos, políticos o líderes religiosos, a posiciones de privilegio y admiración. Los vemos como si tuvieran algo que nosotros no poseemos, y a menudo desvalorizamos a los líderes cercanos. No me malinterpreten, creo que debemos mostrar respeto y honra a quien lo merece, sin importar si es alguien de fuera o un líder de nuestra comunidad. Pero, ¿de dónde surge esa necesidad de acercarnos a ellos, de querer saludarlos o tomarnos una foto con ellos? ¿Por qué ese afán de estar cerca de ellos y poder saludar o tocar?
En el fondo, sospecho que muchos de nosotros creemos que la grandeza de sus actos es un reflejo directo de su carácter. Nos asombramos ante sus ministerios y logros porque sentimos que son personas de otra categoría, con cualidades que pensamos que nos faltan. Sin embargo, el texto de Santiago nos anima a ver esto de otra manera.
Santiago toma el ejemplo de Elías para recordarnos el poder de la oración en la vida de una persona de fe. Elías oró y no llovió por tres años y seis meses; oró otra vez y la lluvia volvió. No sé cuál sea tu reacción ante este relato, pero muchos de nosotros tal vez pensamos: ¡ojalá yo tuviera ese poder! Pero, aquí está el corazón del mensaje: Santiago aclara que Elías era un hombre igual que nosotros. No tenía nada especial; se desanimaba como nosotros, se enojaba como nosotros, y a veces también le faltaba fe, como a nosotros. No obstante, oró y Dios le respondió.
¿A qué apunta Santiago? La grandeza de Elías no radicaba en él, sino en el Dios en quien había creído. Su grandeza no era suya, sino del Señor. Y este mismo Dios que operó en la vida de Elías también opera en nuestras vidas hoy. No hay razón para que ningún cristiano se sienta intimidado por los ejemplos de grandes hombres y mujeres de fe, porque el mismo Dios que estuvo con ellos también está con nosotros.
Agradezcamos a Dios por la vida de personas que son ejemplos de conducta y fe, pero que no nos intimiden sus logros. La grandeza de ellos depende del Señor que obra en sus vidas, y ese mismo Dios obra en nosotros también.
Tómate de la mano del Señor y atrévete a creer que Él también puede hacer grandes cosas en tu vida. ¡Adelante! Abrazos y bendiciones abundantes.
POR: VALERIO MEJÍA.