Es cierto que es la nuestra una ciudad gratamente arborizada, pero también lo es que el cambio climático nos trae cada año un verano peor de caliente. La única solución, la mejor y la más económica es sembrar más y más y más árboles. Nunca tantos serán suficientes ante lo que el mundo entero está padeciendo.
Hace más de diez años propuse en varias columnas en este mismo diario albergar un pequeño bosque de verde y silencio, ni siquiera un parque, en ese pequeño espacio rodeado de clínicas y hospitales en el que aún no terminan de construir el Centro de la Cultura Vallenata a pesar de que, de momento, ya le han metido más de ¡¡¡cincuenta millones de dólares!!! Una obra que convertirá la zona en un tremendo caos vehicular a la que ya habrá tiempo de conocer para poder constatar las razones de su elevadísimo costo en una ciudad con tantos problemas sociales a la que le bastaba un museo.
Estas últimas semanas he caminado en las mañanas indistintamente por playa Maravilla y por el recientemente inaugurado parque de la Vida, ese sí un acierto de Monsalvo, y cada vez confirmo más la necesidad que hay en la ciudad de estos espacios públicos de tamaño mediano que son urgentes porque, con la acelerada construcción de Valledupar, se están perdiendo lotes que en el futuro será imposible recuperar, tal cual podría pasar con el que antes ocupaba la electrificadora, junto a la DPA, o con parte del del IDEMA. Ambos piden a gritos, desde hace rato, que se destinen como pulmones municipales.
Es cierto que es la nuestra una ciudad gratamente arborizada, pero también lo es que el cambio climático nos trae cada año un verano peor de caliente. La única solución, la mejor y la más económica es sembrar más y más y más árboles. Nunca tantos serán suficientes ante lo que el mundo entero está padeciendo.
La autopista de Tanim, en China, es la más larga construida en un desierto. Son más de quinientos kilómetros asfaltados para unir intereses petroleros. Sin embargo, cada año la arena la devoraba. Los chinos, que le sacan años luces al resto de civilizaciones, construyeron entonces a su alrededor una impresionante muralla protectora, verde y ecológica, con millones de árboles y matorrales que un ejército de horticultores dedicados exclusivamente a ello riega por goteo.
En Valledupar tenemos el agua. E incluso tenemos más. La cultura campesina, por fortuna todavía tan cercana, nos enseñó el amor por la naturaleza, un legado que estamos obligados a preservar. El calor de hace unos pocos meses habría sido peor si a nuestra ciudad no la resguardara, como la muralla que bordea esa carretera, todo el verde de este hermoso y vasto valle. No se entiende por eso cómo hay avenidas que, como la del canal de Panamá, son solo concreto. Si otros hicieron un bosque en el desierto, ¿dónde olvidó los árboles quien la construyó?
Hay otras, en cambio, en las que se dejó un extenso y maravilloso bulevar rebosante de verde, como la Adalberto Ovalle o la que conecta las glorietas de La Popa y del obelisco, a las que hay ahora que incluirles flora y devolverles la fauna que el cemento ahuyentó, así como hicieron los monterianos en la ronda del Sinú, repleta de loros, guacamayas, iguanas, monos aulladores, ardillas, osos perezosos y toda una riqueza biodiversa. O como, en lugar de expulsarlos de lo que siempre ha sido de ellos, aprendieron en la India a convivir con los animales.
Si logramos conservar los árboles y el agua, y con ello un clima más saludable, lo que sin duda se convertirá en el verdadero lujo del futuro, haremos de este, a todas luces, un mejor vividero. Esa es justo la ciudad con la que debemos soñar.
Por: Alonso Sánchez Baute.
Es cierto que es la nuestra una ciudad gratamente arborizada, pero también lo es que el cambio climático nos trae cada año un verano peor de caliente. La única solución, la mejor y la más económica es sembrar más y más y más árboles. Nunca tantos serán suficientes ante lo que el mundo entero está padeciendo.
Hace más de diez años propuse en varias columnas en este mismo diario albergar un pequeño bosque de verde y silencio, ni siquiera un parque, en ese pequeño espacio rodeado de clínicas y hospitales en el que aún no terminan de construir el Centro de la Cultura Vallenata a pesar de que, de momento, ya le han metido más de ¡¡¡cincuenta millones de dólares!!! Una obra que convertirá la zona en un tremendo caos vehicular a la que ya habrá tiempo de conocer para poder constatar las razones de su elevadísimo costo en una ciudad con tantos problemas sociales a la que le bastaba un museo.
Estas últimas semanas he caminado en las mañanas indistintamente por playa Maravilla y por el recientemente inaugurado parque de la Vida, ese sí un acierto de Monsalvo, y cada vez confirmo más la necesidad que hay en la ciudad de estos espacios públicos de tamaño mediano que son urgentes porque, con la acelerada construcción de Valledupar, se están perdiendo lotes que en el futuro será imposible recuperar, tal cual podría pasar con el que antes ocupaba la electrificadora, junto a la DPA, o con parte del del IDEMA. Ambos piden a gritos, desde hace rato, que se destinen como pulmones municipales.
Es cierto que es la nuestra una ciudad gratamente arborizada, pero también lo es que el cambio climático nos trae cada año un verano peor de caliente. La única solución, la mejor y la más económica es sembrar más y más y más árboles. Nunca tantos serán suficientes ante lo que el mundo entero está padeciendo.
La autopista de Tanim, en China, es la más larga construida en un desierto. Son más de quinientos kilómetros asfaltados para unir intereses petroleros. Sin embargo, cada año la arena la devoraba. Los chinos, que le sacan años luces al resto de civilizaciones, construyeron entonces a su alrededor una impresionante muralla protectora, verde y ecológica, con millones de árboles y matorrales que un ejército de horticultores dedicados exclusivamente a ello riega por goteo.
En Valledupar tenemos el agua. E incluso tenemos más. La cultura campesina, por fortuna todavía tan cercana, nos enseñó el amor por la naturaleza, un legado que estamos obligados a preservar. El calor de hace unos pocos meses habría sido peor si a nuestra ciudad no la resguardara, como la muralla que bordea esa carretera, todo el verde de este hermoso y vasto valle. No se entiende por eso cómo hay avenidas que, como la del canal de Panamá, son solo concreto. Si otros hicieron un bosque en el desierto, ¿dónde olvidó los árboles quien la construyó?
Hay otras, en cambio, en las que se dejó un extenso y maravilloso bulevar rebosante de verde, como la Adalberto Ovalle o la que conecta las glorietas de La Popa y del obelisco, a las que hay ahora que incluirles flora y devolverles la fauna que el cemento ahuyentó, así como hicieron los monterianos en la ronda del Sinú, repleta de loros, guacamayas, iguanas, monos aulladores, ardillas, osos perezosos y toda una riqueza biodiversa. O como, en lugar de expulsarlos de lo que siempre ha sido de ellos, aprendieron en la India a convivir con los animales.
Si logramos conservar los árboles y el agua, y con ello un clima más saludable, lo que sin duda se convertirá en el verdadero lujo del futuro, haremos de este, a todas luces, un mejor vividero. Esa es justo la ciudad con la que debemos soñar.
Por: Alonso Sánchez Baute.