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Columnista - 21 octubre, 2024

Yo también tuve 20 años

Yo también tuve 20 años, que hoy cargado de nietos ya próximos a esa edad no quisiera que caminos desviados los llevaran a esos territorios de la vida sin esfuerzos, en donde solo la riqueza sin el trabajo son los deseos de aquellos desamparados por la dignidad donde la educación del hogar estuvo ausente todo el tiempo.

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Y así como jugaba con el viento, jugaba con los amores, y con las normas, y con la mentira piadosa, y con los pecados veniales bajo el espíritu de la nobleza aprendida del hogar, pero como tuve una educación primaria informal marcada por la moral y las buenas costumbres, respetaba en el momento apropiado y las disculpas llovían en mis pensamientos bajo el auspicio de la dignidad. La juventud, a esa edad de los 20 años, es el lugar en el tiempo donde la felicidad se maximiza.

De la vida social y económica aprendí a convivir con el más humilde y a manejar la pobreza con altura, donde las necesidades influían, pero no eran determinantes en la toma de decisiones cuando de la mano de la sensibilidad por la vida comunitaria era prioridad para nuestras actuaciones como medio de protección para con el prójimo y sobre todo para con el más humilde entre los pobres.

“Yo conocí la pobreza y allá entre los pobres jamás lloré y hoy para qué quiero riqueza si voy por el mundo sin rumbo y sin fe”, hermoso verso de José Alfredo Jiménez, aplicable hoy a millares de jóvenes perdidos en la nada de sus deseos a pesar de que algunos han estado amarrados a la suerte del dinero,  pero bajo el dominio del placer sin control en sus procederes en donde prevalecieron como principios básicos para la vida solo los bienes materiales, y que, fácilmente han caído en el bajo mundo de las drogas, del mercado negro, de las bandas del crimen sin piedad como paradigma de una vida fácil donde el trabajo sano causa deshonra.

Yo también tuve 20 años, que hoy cargado de nietos ya próximos a esa edad no quisiera que caminos desviados los llevaran a esos territorios de la vida sin esfuerzos, en donde solo la riqueza sin el trabajo son los deseos de aquellos desamparados por la dignidad donde la educación del hogar estuvo ausente todo el tiempo.

La sociedad del mal está acabando con todo y con muchos, y los ejemplos de una clase social sin control son los acogidos, lo mismo que en el mundo político donde la dirigencia perdió todo horizonte por la soberbia del poder que cuando cae en manos de ignorantes y sin sentimientos de alguna clase, destruye y arrasa sin control alguno con todo lo que se le oponga.

Invito a la educación formal y a los educadores para que la ética siga muy adentro de los programas básicos en escuelas y colegios porque hoy en día los padres y tutores absorbidos por una carrera social y económica insostenible, por darle tanta rienda suelta al placer, ya que todos quieren vivir a la par del modernismo sin producir lo demandado para ello,  se olvidaron que en la edad juvenil la mente desprevenida da para todo, solo por haberse, dichos padres,  olvidado de que ellos también tuvieron 20 años.

Les recomiendo a ellos poner la atención en aquellos versos de una hermosa canción colombiana que dicen:

Yo también tuve 20 años

Y un corazón vagabundo…

Por eso desde la cima

De mis ardorosos años

Miro pasar hoy la vida…

Porque tuve la fortuna

De vivirla sin engaños

Hoy con el pasar de los años veo con orgullo como muchos de los hijos de mi pueblo, de mi familia y de mis amigos han triunfado en la vida y me dolería inmensamente que los que hoy frisan en los 20 años se hundan en las tinieblas de las desdichas y desgracias porque no les enseñaron a distinguir entre calidad de vida, nivel vida, vida fácil, vida de trabajo, distinguir con claridad entre el placer y el dolor y a grabar de memoria que, aquello que llamamos valores humanos bien aprendidos y practicados nos enseñan distinguir el bien del mal; entonces vale la pena recordarles a esos padres, que ellos también tuvieron veinte años, que se fueron y jamás volverán porque no dieron para sostener con la moral necesaria los hechos cotidianos del servicio humanitario, para que hoy no existiera tanta deshonestidad en la vida política, económica y social del medio en que vivimos,  que son las actividades básicas que bien manejadas nos llevarían a un mundo mejor.

Siempre se estará de moda cuando nos convencemos que, solo se vive una vez bajo el acoso del tiempo y del dominio de la voluntad para una correcta orientación proponer en forma oportuna a nuestros hijos, y no criar delfines sin la capacidad moral suficiente para sucedernos, sino para que aprendan a manejar la modestia y la justicia y esa gradiente del tiempo que en la plenitud de los años viejos con la prudencia y sabiduría logradas, se pueda volver a recuperar esa felicidad que se tuvo a los 20 años.

Es satisfactorio escribir y narrar sobre algo cuando se tienen conocimientos formales sobre un tema. Se plasman textos exactos sobre el asunto, que cualquiera ingiere al instante, y con las críticas de carácter constructivo, lo escrito sirva de algo.

Por: Fausto Cotes N.

Columnista
21 octubre, 2024

Yo también tuve 20 años

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Fausto Cotes

Yo también tuve 20 años, que hoy cargado de nietos ya próximos a esa edad no quisiera que caminos desviados los llevaran a esos territorios de la vida sin esfuerzos, en donde solo la riqueza sin el trabajo son los deseos de aquellos desamparados por la dignidad donde la educación del hogar estuvo ausente todo el tiempo.


Y así como jugaba con el viento, jugaba con los amores, y con las normas, y con la mentira piadosa, y con los pecados veniales bajo el espíritu de la nobleza aprendida del hogar, pero como tuve una educación primaria informal marcada por la moral y las buenas costumbres, respetaba en el momento apropiado y las disculpas llovían en mis pensamientos bajo el auspicio de la dignidad. La juventud, a esa edad de los 20 años, es el lugar en el tiempo donde la felicidad se maximiza.

De la vida social y económica aprendí a convivir con el más humilde y a manejar la pobreza con altura, donde las necesidades influían, pero no eran determinantes en la toma de decisiones cuando de la mano de la sensibilidad por la vida comunitaria era prioridad para nuestras actuaciones como medio de protección para con el prójimo y sobre todo para con el más humilde entre los pobres.

“Yo conocí la pobreza y allá entre los pobres jamás lloré y hoy para qué quiero riqueza si voy por el mundo sin rumbo y sin fe”, hermoso verso de José Alfredo Jiménez, aplicable hoy a millares de jóvenes perdidos en la nada de sus deseos a pesar de que algunos han estado amarrados a la suerte del dinero,  pero bajo el dominio del placer sin control en sus procederes en donde prevalecieron como principios básicos para la vida solo los bienes materiales, y que, fácilmente han caído en el bajo mundo de las drogas, del mercado negro, de las bandas del crimen sin piedad como paradigma de una vida fácil donde el trabajo sano causa deshonra.

Yo también tuve 20 años, que hoy cargado de nietos ya próximos a esa edad no quisiera que caminos desviados los llevaran a esos territorios de la vida sin esfuerzos, en donde solo la riqueza sin el trabajo son los deseos de aquellos desamparados por la dignidad donde la educación del hogar estuvo ausente todo el tiempo.

La sociedad del mal está acabando con todo y con muchos, y los ejemplos de una clase social sin control son los acogidos, lo mismo que en el mundo político donde la dirigencia perdió todo horizonte por la soberbia del poder que cuando cae en manos de ignorantes y sin sentimientos de alguna clase, destruye y arrasa sin control alguno con todo lo que se le oponga.

Invito a la educación formal y a los educadores para que la ética siga muy adentro de los programas básicos en escuelas y colegios porque hoy en día los padres y tutores absorbidos por una carrera social y económica insostenible, por darle tanta rienda suelta al placer, ya que todos quieren vivir a la par del modernismo sin producir lo demandado para ello,  se olvidaron que en la edad juvenil la mente desprevenida da para todo, solo por haberse, dichos padres,  olvidado de que ellos también tuvieron 20 años.

Les recomiendo a ellos poner la atención en aquellos versos de una hermosa canción colombiana que dicen:

Yo también tuve 20 años

Y un corazón vagabundo…

Por eso desde la cima

De mis ardorosos años

Miro pasar hoy la vida…

Porque tuve la fortuna

De vivirla sin engaños

Hoy con el pasar de los años veo con orgullo como muchos de los hijos de mi pueblo, de mi familia y de mis amigos han triunfado en la vida y me dolería inmensamente que los que hoy frisan en los 20 años se hundan en las tinieblas de las desdichas y desgracias porque no les enseñaron a distinguir entre calidad de vida, nivel vida, vida fácil, vida de trabajo, distinguir con claridad entre el placer y el dolor y a grabar de memoria que, aquello que llamamos valores humanos bien aprendidos y practicados nos enseñan distinguir el bien del mal; entonces vale la pena recordarles a esos padres, que ellos también tuvieron veinte años, que se fueron y jamás volverán porque no dieron para sostener con la moral necesaria los hechos cotidianos del servicio humanitario, para que hoy no existiera tanta deshonestidad en la vida política, económica y social del medio en que vivimos,  que son las actividades básicas que bien manejadas nos llevarían a un mundo mejor.

Siempre se estará de moda cuando nos convencemos que, solo se vive una vez bajo el acoso del tiempo y del dominio de la voluntad para una correcta orientación proponer en forma oportuna a nuestros hijos, y no criar delfines sin la capacidad moral suficiente para sucedernos, sino para que aprendan a manejar la modestia y la justicia y esa gradiente del tiempo que en la plenitud de los años viejos con la prudencia y sabiduría logradas, se pueda volver a recuperar esa felicidad que se tuvo a los 20 años.

Es satisfactorio escribir y narrar sobre algo cuando se tienen conocimientos formales sobre un tema. Se plasman textos exactos sobre el asunto, que cualquiera ingiere al instante, y con las críticas de carácter constructivo, lo escrito sirva de algo.

Por: Fausto Cotes N.