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Columnista - 3 octubre, 2024

Salud mental en los pasillos

“La muy llorona salió del salón de clases hecha un mar de lágrimas. Seguramente quería llamar la atención, como siempre”.  

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La muy llorona salió del salón de clases hecha un mar de lágrimas. Seguramente quería llamar la atención, como siempre”.  

Seis u ocho horas diarias de clase en las que el contacto con otros se prolonga por obligación. Cientos de adolescentes lidiando con sus miedos, padres ausentes y uno que otro profesor incomprensible que siempre busca la manera más efectiva de exigir y no de desarrollar habilidades innatas. Cuestionar el desempeño académico de nuestros estudiantes debería ser un ejercicio diario. ¿En qué se sostiene?, ¿qué lo impulsa?, ¿lo disfrutan?

Y sí, disfrutar es parte del proceso. Pero se ha reducido únicamente a los deportes, la música, comer en un buen restaurante, una película o un empalagoso beso. La educación en los adolescentes nunca ha encajado con el deleite. Hemos convertido el proceso en un ring, en el que gana quien golpea más duro con la mayor calificación. Obvio, la llorona nunca podrá ponerse el cinturón de campeona. Ella ha tenido que lidiar con otro tipo de luchas: la ausencia de sus padres en casa, el veneno que destilan sus compañeros o compañeras de clase al hablar de su cuerpo, no poder encajar con los estereotipos innecesarios de patéticas influencers en redes sociales, y, para completar “el drama”, el profesor o profesora que, por diferentes circunstancias, no logra ver lo que pasa por la cabeza de su estudiante. 

Sin salud mental es difícil que un estudiante almacene información, pueda asimilar, obtenga habilidades porque su pensamiento y su mente completa, igual que todo el sistema emocional, estaría enfocado en resolver una situación conflictiva en lugar de estar aprendiendo”, explica la doctora Guadalupe Morales Martínez, del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM. En medio de todas las revoluciones diarias, que en su mayoría vienen de casa, nace el conflicto entre lo que se puede abordar con respecto a la salud mental y hasta qué punto podemos intervenir en estos procesos. Las situaciones desencadenantes provienen en su mayoría del hogar: divorcios, violencia verbal o física, y falta de atención.  

Ni hablar de las luchas internas que deben asumir. Las cifras de suicidios de menores de edad en Colombia han aumentado en los últimos años. De acuerdo con un estudio realizado por la Defensoría del Pueblo, entre 2019 y 2023 se reportaron 51.373 intentos de suicidio en menores de 5 a 17 años, con un aumento del 59 % en 2020 entre niños y adolescentes. Es devastador ver cómo se minimizan las lágrimas y los silencios incómodos en los pasillos. Lo cierto es que hemos creado un sistema educativo que solo premia la resistencia física, una especie de darwinismo académico en el que solo sobreviven los que aprenden a aguantar el golpe, pero ¿quién cuida de los que no pueden ponerse de pie?

Mientras el resto del mundo espera que se conviertan en seres funcionales y productivos, algunos apenas sobreviven. La frase “problemas personales” no debería ser una excusa para que fracasen, sino una razón para priorizarlos.

Es necesario repensar la educación, como un espacio de humanidad en el que podamos transmitirles que la capacidad de ponerse en el lugar de otro es tan esencial como resolver un problema matemático. Nos toca redefinir el éxito, como ser capaces de sobreponerse al caos emocional y aprender a ser, antes que saber. Porque solo cuando las lágrimas dejen de ser un símbolo de debilidad, cuando aceptemos que el dolor también necesita un espacio en las aulas, podremos hablar de una educación verdaderamente inclusiva y compasiva. Hasta entonces, seguiremos creando pequeñas gladiadoras y gladiadores, para seguir peleando una batalla que nunca pidieron librar. 

Melissa Lambraño Jaimes

Docente, escritora y promotora de lectura y escritura.

Columnista
3 octubre, 2024

Salud mental en los pasillos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Melissa Lambraño

“La muy llorona salió del salón de clases hecha un mar de lágrimas. Seguramente quería llamar la atención, como siempre”.  


La muy llorona salió del salón de clases hecha un mar de lágrimas. Seguramente quería llamar la atención, como siempre”.  

Seis u ocho horas diarias de clase en las que el contacto con otros se prolonga por obligación. Cientos de adolescentes lidiando con sus miedos, padres ausentes y uno que otro profesor incomprensible que siempre busca la manera más efectiva de exigir y no de desarrollar habilidades innatas. Cuestionar el desempeño académico de nuestros estudiantes debería ser un ejercicio diario. ¿En qué se sostiene?, ¿qué lo impulsa?, ¿lo disfrutan?

Y sí, disfrutar es parte del proceso. Pero se ha reducido únicamente a los deportes, la música, comer en un buen restaurante, una película o un empalagoso beso. La educación en los adolescentes nunca ha encajado con el deleite. Hemos convertido el proceso en un ring, en el que gana quien golpea más duro con la mayor calificación. Obvio, la llorona nunca podrá ponerse el cinturón de campeona. Ella ha tenido que lidiar con otro tipo de luchas: la ausencia de sus padres en casa, el veneno que destilan sus compañeros o compañeras de clase al hablar de su cuerpo, no poder encajar con los estereotipos innecesarios de patéticas influencers en redes sociales, y, para completar “el drama”, el profesor o profesora que, por diferentes circunstancias, no logra ver lo que pasa por la cabeza de su estudiante. 

Sin salud mental es difícil que un estudiante almacene información, pueda asimilar, obtenga habilidades porque su pensamiento y su mente completa, igual que todo el sistema emocional, estaría enfocado en resolver una situación conflictiva en lugar de estar aprendiendo”, explica la doctora Guadalupe Morales Martínez, del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM. En medio de todas las revoluciones diarias, que en su mayoría vienen de casa, nace el conflicto entre lo que se puede abordar con respecto a la salud mental y hasta qué punto podemos intervenir en estos procesos. Las situaciones desencadenantes provienen en su mayoría del hogar: divorcios, violencia verbal o física, y falta de atención.  

Ni hablar de las luchas internas que deben asumir. Las cifras de suicidios de menores de edad en Colombia han aumentado en los últimos años. De acuerdo con un estudio realizado por la Defensoría del Pueblo, entre 2019 y 2023 se reportaron 51.373 intentos de suicidio en menores de 5 a 17 años, con un aumento del 59 % en 2020 entre niños y adolescentes. Es devastador ver cómo se minimizan las lágrimas y los silencios incómodos en los pasillos. Lo cierto es que hemos creado un sistema educativo que solo premia la resistencia física, una especie de darwinismo académico en el que solo sobreviven los que aprenden a aguantar el golpe, pero ¿quién cuida de los que no pueden ponerse de pie?

Mientras el resto del mundo espera que se conviertan en seres funcionales y productivos, algunos apenas sobreviven. La frase “problemas personales” no debería ser una excusa para que fracasen, sino una razón para priorizarlos.

Es necesario repensar la educación, como un espacio de humanidad en el que podamos transmitirles que la capacidad de ponerse en el lugar de otro es tan esencial como resolver un problema matemático. Nos toca redefinir el éxito, como ser capaces de sobreponerse al caos emocional y aprender a ser, antes que saber. Porque solo cuando las lágrimas dejen de ser un símbolo de debilidad, cuando aceptemos que el dolor también necesita un espacio en las aulas, podremos hablar de una educación verdaderamente inclusiva y compasiva. Hasta entonces, seguiremos creando pequeñas gladiadoras y gladiadores, para seguir peleando una batalla que nunca pidieron librar. 

Melissa Lambraño Jaimes

Docente, escritora y promotora de lectura y escritura.