Una pareja amante de la amistad, el periodismo, la literatura, el teatro, la música y la radio. Estas páginas de EL PILÓN fueron una tribuna para sus opiniones.
El pasado 15 de julio conmemoramos ocho años de la muerte de la escritora y columnista de EL PILÓN, Silvia Betancourt Alliegro, nativa de Medellín. Desde la infancia escolar despertó su sensibilidad por el arte; pero fue en Cali donde consolidó su afinidad por la literatura y el teatro, con la orientación del maestro Enrique Buenaventura.
En Cali conoce al pintor Germán Piedrahita Rojas, nacido en Ibagué; su afición al estudio lo hizo un ciudadano universal. En un suspiro del tiempo, el amor los capturó. Unidos en matrimonio, los caminos y las ilusiones los trajo a Valledupar (1984), lugar sagrado, impregnado de la fascinación del paisaje, cercano a la Sierra Nevada, donde posa la magia tutelar de un río que bendice la poesía del canto y la leyenda.
Aquí fueron reconocidos como asiduos habitantes de la Escuela de la Noche, donde bajo la lucidez de una lámpara los ojos recorren miles de kilómetros de palabras para ahondar en los senderos de la historia, la literatura y las artes. Una pareja amante de la amistad, el periodismo, la literatura, el teatro, la música y la radio. Estas páginas de EL PILÓN fueron una tribuna para sus opiniones.
«Desde mi cocina», era el nombre de la columna de Silvia, que publicó por muchos años en este diario; decía que el nombre salió de lo que había sido su vida, como esposa, madre y amiga: anfitriona de tertulias y debates, mientras cocía el arroz con coco o cualquier otra delicia desde su cocina. Publicó dos libros: ‘Peregrinos del Tiempo’ (poesía) y ‘Muchacha de Abril’ (biografía de la escritora Mary Daza Orozco). Adoptó el seudónimo “Yastao”, que en lengua de la etnia guambiana significa “Silvia”. (Resguardo mayor de esta etnia en el municipio de Silvia, departamento del Cauca).
En Germán Piedrahita convergían muchas virtudes. Empiezo por resaltar la grandeza de su sencillez y su formación humanista. Como los buenos educadores, nunca dejó de ser estudiante. Jamás hizo alarde de sus conocimientos artísticos y pedagógicos; pero cuando se le requería, ahí estaba con el rigor de la puntualidad y la disposición responsable para disertar sobre diversos temas. Por espacio de diez años cautivó una audiencia selecta con su programa dominical “Los grandes clásicos de la música”, por la emisora Radio Guatapurí. Su columna semanal en este diario era una de las preferidas por los lectores.
Silvia, la querida “Yastao”, poseedora de una belleza interior y exterior, amó esta tierra que le abrió sus brazos y vio nacer y crecer a su hija Ángela. Su sensibilidad por la estética de la vida le permitía valorar la poética de los cantos que enaltecen la dignidad de la mujer, por eso admiraba las canciones de Gustavo Gutiérrez.
Silvia pensaba vivir siempre en Valledupar, pero la muerte de su esposo Germán (14/06/2012) le cambió sus planes, le tocó retornar a Medellín, la ciudad de sus mocedades; para allá se marchó con su hija, a compartir con sus familiares y a buscar otras oportunidades, pero la abrazó la muerte el 15 de julio de 2016.
Por José Atuesta Mindiola
Una pareja amante de la amistad, el periodismo, la literatura, el teatro, la música y la radio. Estas páginas de EL PILÓN fueron una tribuna para sus opiniones.
El pasado 15 de julio conmemoramos ocho años de la muerte de la escritora y columnista de EL PILÓN, Silvia Betancourt Alliegro, nativa de Medellín. Desde la infancia escolar despertó su sensibilidad por el arte; pero fue en Cali donde consolidó su afinidad por la literatura y el teatro, con la orientación del maestro Enrique Buenaventura.
En Cali conoce al pintor Germán Piedrahita Rojas, nacido en Ibagué; su afición al estudio lo hizo un ciudadano universal. En un suspiro del tiempo, el amor los capturó. Unidos en matrimonio, los caminos y las ilusiones los trajo a Valledupar (1984), lugar sagrado, impregnado de la fascinación del paisaje, cercano a la Sierra Nevada, donde posa la magia tutelar de un río que bendice la poesía del canto y la leyenda.
Aquí fueron reconocidos como asiduos habitantes de la Escuela de la Noche, donde bajo la lucidez de una lámpara los ojos recorren miles de kilómetros de palabras para ahondar en los senderos de la historia, la literatura y las artes. Una pareja amante de la amistad, el periodismo, la literatura, el teatro, la música y la radio. Estas páginas de EL PILÓN fueron una tribuna para sus opiniones.
«Desde mi cocina», era el nombre de la columna de Silvia, que publicó por muchos años en este diario; decía que el nombre salió de lo que había sido su vida, como esposa, madre y amiga: anfitriona de tertulias y debates, mientras cocía el arroz con coco o cualquier otra delicia desde su cocina. Publicó dos libros: ‘Peregrinos del Tiempo’ (poesía) y ‘Muchacha de Abril’ (biografía de la escritora Mary Daza Orozco). Adoptó el seudónimo “Yastao”, que en lengua de la etnia guambiana significa “Silvia”. (Resguardo mayor de esta etnia en el municipio de Silvia, departamento del Cauca).
En Germán Piedrahita convergían muchas virtudes. Empiezo por resaltar la grandeza de su sencillez y su formación humanista. Como los buenos educadores, nunca dejó de ser estudiante. Jamás hizo alarde de sus conocimientos artísticos y pedagógicos; pero cuando se le requería, ahí estaba con el rigor de la puntualidad y la disposición responsable para disertar sobre diversos temas. Por espacio de diez años cautivó una audiencia selecta con su programa dominical “Los grandes clásicos de la música”, por la emisora Radio Guatapurí. Su columna semanal en este diario era una de las preferidas por los lectores.
Silvia, la querida “Yastao”, poseedora de una belleza interior y exterior, amó esta tierra que le abrió sus brazos y vio nacer y crecer a su hija Ángela. Su sensibilidad por la estética de la vida le permitía valorar la poética de los cantos que enaltecen la dignidad de la mujer, por eso admiraba las canciones de Gustavo Gutiérrez.
Silvia pensaba vivir siempre en Valledupar, pero la muerte de su esposo Germán (14/06/2012) le cambió sus planes, le tocó retornar a Medellín, la ciudad de sus mocedades; para allá se marchó con su hija, a compartir con sus familiares y a buscar otras oportunidades, pero la abrazó la muerte el 15 de julio de 2016.
Por José Atuesta Mindiola