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Columnista - 30 junio, 2024

Recordando al poeta Luis Alejandro Álvarez

En el estudio, fue autodidacta. A los diez años de edad ingresó al colegio donde aprendió del profesor Joaquín Mier la frase que lo impulsó: “El que quiere aprender, investiga”.

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Luis Alejandro Álvarez (29/01/1920 – 09/08/1997), en Chiriguaná percibe la primera aurora en la sonrisa de su madre Ana Joaquina Álvarez. Fue hijo único, y cuando contaba apenas seis años, muere su madre, quedando bajo la tutela de su tía Mercedes Álvarez. Gran parte de su niñez la vivió en la población de San Roque (Cesar).

En el estudio, fue autodidacta. A los diez años de edad ingresó al colegio donde aprendió del profesor Joaquín Mier la frase que lo impulsó: “El que quiere aprender, investiga”. En 1935 decidió retornar a sus estudios, volvió al colegio por su propia cuenta, pero solo pudo cursar medio año; desde entonces, con avidez, leía pedazos de periódicos o cualquier texto que cayera en sus manos. De los primeros poetas que navegaron por el río de la memoria: Rubén Darío, Manuel Pilares, José Santos Chocano y José Asunción Silva.

Desde muy joven, en sus labores del campo fue un hombre anfibio: pescador experto en el grito abierto de la atarraya en la ciénaga de Zapatosa y agricultor en las fértiles tierras de su región. Pero en sus horas de descanso era un lector incansable, sediento de conocimientos, y un excelente conversador; y en virtud de eso pudo ocupar destacados cargos en Chiriguaná: docente, personero municipal y alcalde encargado. En 1971, pensando en el futuro de sus hijos, se viene para Valledupar con su esposa Emérita Consorcia Martínez y sus doce hijos, y consigue trabajo en la Contraloría Departamental, entidad que lo jubiló.

Una vez, obtuvo la jubilación se dedicó de tiempo completo a la creación poética, actividad que había iniciado desde 1940. Su paisano y maestro Juan Mejía Gómez promovió a través del Club de Leones de Chiriguaná, un homenaje de exaltación a sus poemas, que sería trascendente para la publicación de sus libros: ‘Cascada de poemas’ (1985), ‘Despetalando versos’ (1990) y ‘Cometicas de papel’ (1995). Al principio quiso tener sus obras inéditas, pero los poetas Franco Nieves, Juan Silva Hernández, Santiago Mosquera y Jorge Artel lo convencieron de que publicara.

Uno de sus nietos, el arquitecto Erick Álvarez Amarís, mi alumno en el Instpecam (1985-1990), quien siempre se destacaba en los actos culturales declamando sus poemas, dice: “Mi abuelo no solo fue una figura de respeto y referente cultural para mí, sino también para toda nuestra familia. A los cinco años, gracias a mi abuelo, ya estaba inmerso en la poesía y la declamación. Escuchaba con atención los poemas que mi hermana mayor recitaba y me aprendía cada palabra con entusiasmo, para después declamarlos yo. Sus poemas, ‘Vuelo de guara’, ‘¿Cómo dormirán esta noche?’ ‘¿Qué se hizo el Puerto?’, se convirtieron en parte de mi infancia y de mi identidad cultural”.

‘Letra a letra’ es uno de sus poemas: «Letra a letra esculpí tu nombre/ en las paredes de mi corazón y quedó grabado tan profundamente/ que ni la muerte matará este amor/. Se irá conmigo hasta el sepulcro/ y ahí mi cuerpo tierra se hará, pero la parte donde está escrita/ ese pedazo no morirá».

Por José Atuesta Mindiola

Columnista
30 junio, 2024

Recordando al poeta Luis Alejandro Álvarez

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Atuesta Mindiola

En el estudio, fue autodidacta. A los diez años de edad ingresó al colegio donde aprendió del profesor Joaquín Mier la frase que lo impulsó: “El que quiere aprender, investiga”.


Luis Alejandro Álvarez (29/01/1920 – 09/08/1997), en Chiriguaná percibe la primera aurora en la sonrisa de su madre Ana Joaquina Álvarez. Fue hijo único, y cuando contaba apenas seis años, muere su madre, quedando bajo la tutela de su tía Mercedes Álvarez. Gran parte de su niñez la vivió en la población de San Roque (Cesar).

En el estudio, fue autodidacta. A los diez años de edad ingresó al colegio donde aprendió del profesor Joaquín Mier la frase que lo impulsó: “El que quiere aprender, investiga”. En 1935 decidió retornar a sus estudios, volvió al colegio por su propia cuenta, pero solo pudo cursar medio año; desde entonces, con avidez, leía pedazos de periódicos o cualquier texto que cayera en sus manos. De los primeros poetas que navegaron por el río de la memoria: Rubén Darío, Manuel Pilares, José Santos Chocano y José Asunción Silva.

Desde muy joven, en sus labores del campo fue un hombre anfibio: pescador experto en el grito abierto de la atarraya en la ciénaga de Zapatosa y agricultor en las fértiles tierras de su región. Pero en sus horas de descanso era un lector incansable, sediento de conocimientos, y un excelente conversador; y en virtud de eso pudo ocupar destacados cargos en Chiriguaná: docente, personero municipal y alcalde encargado. En 1971, pensando en el futuro de sus hijos, se viene para Valledupar con su esposa Emérita Consorcia Martínez y sus doce hijos, y consigue trabajo en la Contraloría Departamental, entidad que lo jubiló.

Una vez, obtuvo la jubilación se dedicó de tiempo completo a la creación poética, actividad que había iniciado desde 1940. Su paisano y maestro Juan Mejía Gómez promovió a través del Club de Leones de Chiriguaná, un homenaje de exaltación a sus poemas, que sería trascendente para la publicación de sus libros: ‘Cascada de poemas’ (1985), ‘Despetalando versos’ (1990) y ‘Cometicas de papel’ (1995). Al principio quiso tener sus obras inéditas, pero los poetas Franco Nieves, Juan Silva Hernández, Santiago Mosquera y Jorge Artel lo convencieron de que publicara.

Uno de sus nietos, el arquitecto Erick Álvarez Amarís, mi alumno en el Instpecam (1985-1990), quien siempre se destacaba en los actos culturales declamando sus poemas, dice: “Mi abuelo no solo fue una figura de respeto y referente cultural para mí, sino también para toda nuestra familia. A los cinco años, gracias a mi abuelo, ya estaba inmerso en la poesía y la declamación. Escuchaba con atención los poemas que mi hermana mayor recitaba y me aprendía cada palabra con entusiasmo, para después declamarlos yo. Sus poemas, ‘Vuelo de guara’, ‘¿Cómo dormirán esta noche?’ ‘¿Qué se hizo el Puerto?’, se convirtieron en parte de mi infancia y de mi identidad cultural”.

‘Letra a letra’ es uno de sus poemas: «Letra a letra esculpí tu nombre/ en las paredes de mi corazón y quedó grabado tan profundamente/ que ni la muerte matará este amor/. Se irá conmigo hasta el sepulcro/ y ahí mi cuerpo tierra se hará, pero la parte donde está escrita/ ese pedazo no morirá».

Por José Atuesta Mindiola