MISCELÁNEA Por Luis Augusto González Pimienta La lengua española se enriquece todos los días con las expresiones populares, a pesar de los esfuerzos de lingüistas acartonados por impedirlo. Advierto que no estoy ni con los populistas ni con los conservaduristas. Ni con los muy muy, ni con los tan tan. Siempre he preferido el centro […]
MISCELÁNEA
Por Luis Augusto González Pimienta
La lengua española se enriquece todos los días con las expresiones populares, a pesar de los esfuerzos de lingüistas acartonados por impedirlo. Advierto que no estoy ni con los populistas ni con los conservaduristas. Ni con los muy muy, ni con los tan tan. Siempre he preferido el centro a los extremos. Mis amigos podrán corroborarlo.
Las palabras castizas son empleadas en diversos sentidos. Son las llamadas acepciones o diferentes usos que se le pueden dar a un mismo vocablo. En muchas ocasiones se utilizan incorrectamente y es ahí donde los academicistas hacen feria. En cambio el lenguaje popular es inequívoco. En la jerga popular se emplea un término para indicar algo o identificar a alguien, sin lugar a confusiones. De allí que rápidamente haga carrera y se inserte en todas las esferas haciendo refunfuñar a los catedráticos de la lengua.
Para evidenciar lo dicho nada mejor que las voces mamón y “tramacúa”. La primera existe en el diccionario. La segunda no. Si bien entre mamón y tramacúa no existe analogía filosófica o etimológica, tienen en común, en nuestro medio, que sirven para distinguir centros de reclusión. El uno antiguo y el otro contemporáneo. Aquél en los tiempos de don Tino González, a mediados del siglo XX; éste, en los días que corren.
Los vallenatos raizales recuerdan perfectamente la cárcel del Mamón, situada en la esquina de la calle San Cayetano con el callejón de Fransisco (con s, como aparece en la placa distintiva) Suárez, justo donde hoy funciona la Casa de la Cultura. Era un reclusorio alto, muy alto, que visto desde fuera impresionaba por la severidad de su construcción que se antojaba inexpugnable. Al Mamón iban a parar sindicados y condenados. Pequeños infractores y avezados delincuentes, bajo la estrecha vigilancia de unos pocos guardianes. Los detenidos se dedicaban a labores artesanales, especializándose en la elaboración de guaireñas o cotizas.
La Tramacúa es la penitenciaría de Valledupar. Una cárcel de mediana y alta seguridad, que recibe a quienes purgan una larga condena por la comisión de delitos graves. Situada en las afueras de la ciudad, está dotada de los últimos adelantos de la tecnología en materia de penales. A diferencia del derribado Mamón, la penitenciaría no se presume inviolable; se sabe inviolable. Deriva su nombre de lo monumental de la obra. De su gigantismo. En ese sentido el término tramacúa viene a ser sinónimo ‘cipotúa’, otro provincianismo que define lo enorme, lo descomunal.
Como testimonio indeleble del desdén burocrático, entre las dos prisiones hallamos la fea e insegura Cárcel Judicial del barrio Dangond, que al decir de algunos fue erigida copiando los planos de otra del interior del país, probablemente la de Tunja. Quizá por eso, lo inextricable de la edificación, que le hace el quite a un frío inexistente en nuestro suelo.
Las fugas no eran comunes en el Mamón. Tampoco lo serán en la Tramacúa, aunque ya se dio el primer caso. Las del Mamón generalmente terminaban con la recaptura del evadido; las de la Tramacúa todavía no se sabe.
Sin duda se asemejan en su aspecto imponente y sombrío; en su propósito de resocialización; en la variedad de esperanzas e ilusiones encerradas.
La historia del Mamón terminó y cayó en el plano anecdótico. La de la Tramacúa apenas se está escribiendo.
MISCELÁNEA Por Luis Augusto González Pimienta La lengua española se enriquece todos los días con las expresiones populares, a pesar de los esfuerzos de lingüistas acartonados por impedirlo. Advierto que no estoy ni con los populistas ni con los conservaduristas. Ni con los muy muy, ni con los tan tan. Siempre he preferido el centro […]
MISCELÁNEA
Por Luis Augusto González Pimienta
La lengua española se enriquece todos los días con las expresiones populares, a pesar de los esfuerzos de lingüistas acartonados por impedirlo. Advierto que no estoy ni con los populistas ni con los conservaduristas. Ni con los muy muy, ni con los tan tan. Siempre he preferido el centro a los extremos. Mis amigos podrán corroborarlo.
Las palabras castizas son empleadas en diversos sentidos. Son las llamadas acepciones o diferentes usos que se le pueden dar a un mismo vocablo. En muchas ocasiones se utilizan incorrectamente y es ahí donde los academicistas hacen feria. En cambio el lenguaje popular es inequívoco. En la jerga popular se emplea un término para indicar algo o identificar a alguien, sin lugar a confusiones. De allí que rápidamente haga carrera y se inserte en todas las esferas haciendo refunfuñar a los catedráticos de la lengua.
Para evidenciar lo dicho nada mejor que las voces mamón y “tramacúa”. La primera existe en el diccionario. La segunda no. Si bien entre mamón y tramacúa no existe analogía filosófica o etimológica, tienen en común, en nuestro medio, que sirven para distinguir centros de reclusión. El uno antiguo y el otro contemporáneo. Aquél en los tiempos de don Tino González, a mediados del siglo XX; éste, en los días que corren.
Los vallenatos raizales recuerdan perfectamente la cárcel del Mamón, situada en la esquina de la calle San Cayetano con el callejón de Fransisco (con s, como aparece en la placa distintiva) Suárez, justo donde hoy funciona la Casa de la Cultura. Era un reclusorio alto, muy alto, que visto desde fuera impresionaba por la severidad de su construcción que se antojaba inexpugnable. Al Mamón iban a parar sindicados y condenados. Pequeños infractores y avezados delincuentes, bajo la estrecha vigilancia de unos pocos guardianes. Los detenidos se dedicaban a labores artesanales, especializándose en la elaboración de guaireñas o cotizas.
La Tramacúa es la penitenciaría de Valledupar. Una cárcel de mediana y alta seguridad, que recibe a quienes purgan una larga condena por la comisión de delitos graves. Situada en las afueras de la ciudad, está dotada de los últimos adelantos de la tecnología en materia de penales. A diferencia del derribado Mamón, la penitenciaría no se presume inviolable; se sabe inviolable. Deriva su nombre de lo monumental de la obra. De su gigantismo. En ese sentido el término tramacúa viene a ser sinónimo ‘cipotúa’, otro provincianismo que define lo enorme, lo descomunal.
Como testimonio indeleble del desdén burocrático, entre las dos prisiones hallamos la fea e insegura Cárcel Judicial del barrio Dangond, que al decir de algunos fue erigida copiando los planos de otra del interior del país, probablemente la de Tunja. Quizá por eso, lo inextricable de la edificación, que le hace el quite a un frío inexistente en nuestro suelo.
Las fugas no eran comunes en el Mamón. Tampoco lo serán en la Tramacúa, aunque ya se dio el primer caso. Las del Mamón generalmente terminaban con la recaptura del evadido; las de la Tramacúa todavía no se sabe.
Sin duda se asemejan en su aspecto imponente y sombrío; en su propósito de resocialización; en la variedad de esperanzas e ilusiones encerradas.
La historia del Mamón terminó y cayó en el plano anecdótico. La de la Tramacúa apenas se está escribiendo.