Sin pretender ser psicólogo o sociólogo pretendo desde una fila como observador hablar sobre unos temas que veo crecer a diario y que me causan preocupación. El Hikikomori y el suicidio, fenómenos hoy más presentes que antes especialmente entre nuestros jóvenes y adolescentes e incluso niños.
Sin pretender ser psicólogo o sociólogo pretendo desde una fila como observador hablar sobre unos temas que veo crecer a diario y que me causan preocupación. El Hikikomori y el suicidio, fenómenos hoy más presentes que antes especialmente entre nuestros jóvenes y adolescentes e incluso niños.
Quizás muchos jamás habían oído hablar sobre el Hikikomori y por ende desconocen de lo que se trata, sin embargo, es una conducta más común de lo que pensamos. Se describe como un fenómeno psicopatológico y sociológico en el que las personas se retiran completamente de la sociedad durante algún tiempo y se recluyen en el hogar con el objetivo de evitar cualquier compromiso social como la educación, el empleo y las amistades.
A pesar que este síndrome se conoce en el Japón desde la década de los setenta del siglo XX, solo hace poco leí un artículo al respecto y me llamó poderosamente la atención ya que vi a mi alrededor que muchos conocidos estaban atravesando por tales circunstancias pero solo me limité a comentarlo con alguno u otro y nada más y dicho término desapareció de mi mente tan rápido como llegó. Pero hoy, vuelve a activarse en mi cerebro con más preocupación que el día que leí por primera vez sobre el mismo y aunque ya no soy padre de adolescentes, soy abuelo, y amigo de quienes sí tienen hijos pequeños y jóvenes.
Tal vez el término proviene de una cultura que no es occidental y consideramos que la crisis de salud mental de los jóvenes japoneses es muy distinta a la de los nuestros pero no es así, dicho síndrome hace tiempo traspasó las fronteras niponas y no puede considerarse algo cultural. Nos hemos preguntado, quizás, ¿por qué algunos jóvenes de hoy desean estar solos? ¿Por qué sienten apatía hacia el mundo exterior unido al temor a salir de su entorno protegido? ¿No será que nuestra sociedad, la que cada vez está más interconectada mediante las TICS, está siendo muy complaciente? ¿Le prestamos atención a la adicción silenciosa a los videojuegos y a las nuevas tecnologías?
Paradójicamente lo que hoy nos une más, las plataformas y las redes sociales, cada vez nos aíslan más en nuestro contacto interpersonal, tanto fuera como dentro de nuestras casas, sin embargo, no solo estos factores pueden influir en el comportamiento de los jóvenes y adolescentes sin dejar a un lado a los niños.
No solo los adultos observamos día a día una sociedad en decadencia que se corroe, casi putrefacta ante la ignominia de muchos, aunque no lo creamos nuestros jóvenes también observan y muchos adoptan una postura de resistencia pasiva hacia la sociedad, la cual podríamos denominar en primera instancia como un suicidio social mediante el cual el individuo se resiste pasivamente (y exitosamente según su bizarro criterio) a ser incluido en una sociedad de la que no desea ser parte por diferentes motivos, permiten que reine la falta de entusiasmo por formar parte de la misma. Además, los conflictos familiares, el ‘bullying’, el excesivo nivel de exigencia en el ámbito académico, la inestabilidad laboral reinante entre la juventud y el imparable impacto de internet ahogan cada día más a muchos jóvenes ocasionando conflictos internos que dejan arraigar con el tiempo y que al final son ellos los que terminan dominándolos.
Ahora bien, si los expertos en Japón se muestran preocupados ante el aumento de casos dentro de los jóvenes y con toda la experiencia y ventaja que nos llevan tanto científica como cultural expresan con inquietud la dificultad para el tratamiento de dicho síndrome, nosotros deberíamos preocuparnos más y empezar a adoptar medidas para evitar que el mismo se incruste en nuestro seno familiar o en el de algún conocido; que implementemos estrategias profilácticas y no esperar para su tratamiento o esperar sentados con duelo y tristeza lo que nos toca pasar.
Tampoco debemos dejar a un lado las preocupaciones de nuestros hijos, interactuemos con ellos, tal vez, somos su tabla de salvación y con su silencio desde hace tiempo la están pidiendo a gritos y lo peor, muchas veces nos hacemos los sordos ante su clamor.
Jairo Mejía
Sin pretender ser psicólogo o sociólogo pretendo desde una fila como observador hablar sobre unos temas que veo crecer a diario y que me causan preocupación. El Hikikomori y el suicidio, fenómenos hoy más presentes que antes especialmente entre nuestros jóvenes y adolescentes e incluso niños.
Sin pretender ser psicólogo o sociólogo pretendo desde una fila como observador hablar sobre unos temas que veo crecer a diario y que me causan preocupación. El Hikikomori y el suicidio, fenómenos hoy más presentes que antes especialmente entre nuestros jóvenes y adolescentes e incluso niños.
Quizás muchos jamás habían oído hablar sobre el Hikikomori y por ende desconocen de lo que se trata, sin embargo, es una conducta más común de lo que pensamos. Se describe como un fenómeno psicopatológico y sociológico en el que las personas se retiran completamente de la sociedad durante algún tiempo y se recluyen en el hogar con el objetivo de evitar cualquier compromiso social como la educación, el empleo y las amistades.
A pesar que este síndrome se conoce en el Japón desde la década de los setenta del siglo XX, solo hace poco leí un artículo al respecto y me llamó poderosamente la atención ya que vi a mi alrededor que muchos conocidos estaban atravesando por tales circunstancias pero solo me limité a comentarlo con alguno u otro y nada más y dicho término desapareció de mi mente tan rápido como llegó. Pero hoy, vuelve a activarse en mi cerebro con más preocupación que el día que leí por primera vez sobre el mismo y aunque ya no soy padre de adolescentes, soy abuelo, y amigo de quienes sí tienen hijos pequeños y jóvenes.
Tal vez el término proviene de una cultura que no es occidental y consideramos que la crisis de salud mental de los jóvenes japoneses es muy distinta a la de los nuestros pero no es así, dicho síndrome hace tiempo traspasó las fronteras niponas y no puede considerarse algo cultural. Nos hemos preguntado, quizás, ¿por qué algunos jóvenes de hoy desean estar solos? ¿Por qué sienten apatía hacia el mundo exterior unido al temor a salir de su entorno protegido? ¿No será que nuestra sociedad, la que cada vez está más interconectada mediante las TICS, está siendo muy complaciente? ¿Le prestamos atención a la adicción silenciosa a los videojuegos y a las nuevas tecnologías?
Paradójicamente lo que hoy nos une más, las plataformas y las redes sociales, cada vez nos aíslan más en nuestro contacto interpersonal, tanto fuera como dentro de nuestras casas, sin embargo, no solo estos factores pueden influir en el comportamiento de los jóvenes y adolescentes sin dejar a un lado a los niños.
No solo los adultos observamos día a día una sociedad en decadencia que se corroe, casi putrefacta ante la ignominia de muchos, aunque no lo creamos nuestros jóvenes también observan y muchos adoptan una postura de resistencia pasiva hacia la sociedad, la cual podríamos denominar en primera instancia como un suicidio social mediante el cual el individuo se resiste pasivamente (y exitosamente según su bizarro criterio) a ser incluido en una sociedad de la que no desea ser parte por diferentes motivos, permiten que reine la falta de entusiasmo por formar parte de la misma. Además, los conflictos familiares, el ‘bullying’, el excesivo nivel de exigencia en el ámbito académico, la inestabilidad laboral reinante entre la juventud y el imparable impacto de internet ahogan cada día más a muchos jóvenes ocasionando conflictos internos que dejan arraigar con el tiempo y que al final son ellos los que terminan dominándolos.
Ahora bien, si los expertos en Japón se muestran preocupados ante el aumento de casos dentro de los jóvenes y con toda la experiencia y ventaja que nos llevan tanto científica como cultural expresan con inquietud la dificultad para el tratamiento de dicho síndrome, nosotros deberíamos preocuparnos más y empezar a adoptar medidas para evitar que el mismo se incruste en nuestro seno familiar o en el de algún conocido; que implementemos estrategias profilácticas y no esperar para su tratamiento o esperar sentados con duelo y tristeza lo que nos toca pasar.
Tampoco debemos dejar a un lado las preocupaciones de nuestros hijos, interactuemos con ellos, tal vez, somos su tabla de salvación y con su silencio desde hace tiempo la están pidiendo a gritos y lo peor, muchas veces nos hacemos los sordos ante su clamor.
Jairo Mejía