Un árbol en la ciudad es más que una sombra que aprieta recuerdos y emociones en la agitada ceremonia de las calles.
La vida gira en torno a los árboles. Ellos son guardianes del cauce de los ríos, albergues protectores de los pájaros y monumentos en la policromía del paisaje. Cuando se habla de los árboles, por extensión se incluyen todas las especies vegetales, y su función fundamental es la fotosíntesis, proceso que se realiza con la ayuda de la energía del sol para transformar los minerales y el gas carbónico en alimentos. Los alimentos fabricados por la fotosíntesis hacen posible la vida de todos los seres del reino animal y, además, mediante este proceso los vegetales producen el oxígeno que necesitan los seres aeróbicos para la respiración.
Un árbol en la ciudad es más que una sombra que aprieta recuerdos y emociones en la agitada ceremonia de las calles. Es un escudo contra la contaminación de los ruidos y de los gases. El árbol es un aliado defensor del ambiente: siente, llora, canta; nos regala la frescura de su follaje, y sus flores deletrean los colores de la luz.
Afortunados quienes viven rodeados de árboles. Valledupar es una bella ciudad, tierra sagrada para los árboles de mangos, robles, olivos, y también para especies nativas como campanos, orejeros, corazonfinos y los cañaguates, que por sus flores de esplendente amarillo muchos confunden con el árbol de puy; pero aquel florece en enero, y éste en abril con las primeras lluvias.
En verano los árboles sobrellevan la sed, por eso enroscan sus hojas para disminuir la evaporación del agua que circula en su interior. En la ciudad, en ocasiones, los árboles son afectados por las manos inexpertas de los podadores, que los dejan sin ramas y sin hojas. Y en los cerros son calcinados por la inclemencia de las llamas; a veces por descuido del ser humano o por el efecto natural de las fuertes brisas, o la intensidad de calor: si los rayos del sol dan sobre la superficie de un vidrio de aumento, pueden ocasionar fuego; asimismo la fuerza del viento levanta una rama y esta lanza una piedra, que al caer sobre otra puede producir una chispa de candela. No siempre existen pirómanos, a veces son accidentes artificiales o naturales.
Es deber de las instituciones educativas y ambientalistas promover la cultura de protección y defensa de los árboles. Un árbol vive para darle vida a la vida; entibiado de luz, imponente brinda sus colores, y sus gemidos son lamentos cuando el filo tronante del metal le roba el derecho a morir de pie. Cada vez que muere un árbol se abren más caminos al desierto. En Valledupar hay muchos árboles enfermos, que están invadidos de comejenes o termitas. Es necesario que los vecinos sean vigías permanentes de la salud vegetal y gestionen con las entidades correspondientes la recuperación de los árboles enfermos.
José Atuesta Mindiola.
Un árbol en la ciudad es más que una sombra que aprieta recuerdos y emociones en la agitada ceremonia de las calles.
La vida gira en torno a los árboles. Ellos son guardianes del cauce de los ríos, albergues protectores de los pájaros y monumentos en la policromía del paisaje. Cuando se habla de los árboles, por extensión se incluyen todas las especies vegetales, y su función fundamental es la fotosíntesis, proceso que se realiza con la ayuda de la energía del sol para transformar los minerales y el gas carbónico en alimentos. Los alimentos fabricados por la fotosíntesis hacen posible la vida de todos los seres del reino animal y, además, mediante este proceso los vegetales producen el oxígeno que necesitan los seres aeróbicos para la respiración.
Un árbol en la ciudad es más que una sombra que aprieta recuerdos y emociones en la agitada ceremonia de las calles. Es un escudo contra la contaminación de los ruidos y de los gases. El árbol es un aliado defensor del ambiente: siente, llora, canta; nos regala la frescura de su follaje, y sus flores deletrean los colores de la luz.
Afortunados quienes viven rodeados de árboles. Valledupar es una bella ciudad, tierra sagrada para los árboles de mangos, robles, olivos, y también para especies nativas como campanos, orejeros, corazonfinos y los cañaguates, que por sus flores de esplendente amarillo muchos confunden con el árbol de puy; pero aquel florece en enero, y éste en abril con las primeras lluvias.
En verano los árboles sobrellevan la sed, por eso enroscan sus hojas para disminuir la evaporación del agua que circula en su interior. En la ciudad, en ocasiones, los árboles son afectados por las manos inexpertas de los podadores, que los dejan sin ramas y sin hojas. Y en los cerros son calcinados por la inclemencia de las llamas; a veces por descuido del ser humano o por el efecto natural de las fuertes brisas, o la intensidad de calor: si los rayos del sol dan sobre la superficie de un vidrio de aumento, pueden ocasionar fuego; asimismo la fuerza del viento levanta una rama y esta lanza una piedra, que al caer sobre otra puede producir una chispa de candela. No siempre existen pirómanos, a veces son accidentes artificiales o naturales.
Es deber de las instituciones educativas y ambientalistas promover la cultura de protección y defensa de los árboles. Un árbol vive para darle vida a la vida; entibiado de luz, imponente brinda sus colores, y sus gemidos son lamentos cuando el filo tronante del metal le roba el derecho a morir de pie. Cada vez que muere un árbol se abren más caminos al desierto. En Valledupar hay muchos árboles enfermos, que están invadidos de comejenes o termitas. Es necesario que los vecinos sean vigías permanentes de la salud vegetal y gestionen con las entidades correspondientes la recuperación de los árboles enfermos.
José Atuesta Mindiola.