(Nota dirigida a mis amigos Arquitectos, Ingenieros, constructores, consultores y en especial los dedicados a estas nobles profesiones como Alfonso Monsalvo, Augusto Orozco, Martin Pimiento, Jorge Arregocés, Alfonso Vidal, Jaime Palmera, José A. Maya, Santander Beleño, Hnos. Orozco, Hnos. Ortiz y otros grandes de la arquitectura en esta región)
Por Fausto Cotes N.
(Nota dirigida a mis amigos Arquitectos, Ingenieros, constructores, consultores y en especial los dedicados a estas nobles profesiones como Alfonso Monsalvo, Augusto Orozco, Martin Pimiento, Jorge Arregocés, Alfonso Vidal, Jaime Palmera, José A. Maya, Santander Beleño, Hnos. Orozco, Hnos. Ortiz y otros grandes de la arquitectura en esta región)
Definitivamente el diseñador futurista tendrá que ver y manejar a la perfección ciertos criterios que se convertirán en relevantes en toda propuesta para el crecimiento ordenado de la ciudad y su calidad de vida.
Condiciones como seguridad, comodidad, economía y estética sin llegar a confundir esta con la belleza, la cual solo debe permanecer entre las prioridades donde se pueda, pero no ser la panacea, acompañadas con las necesidades materiales y espirituales de las personas, deberían ser la base de los diseños para las construcciones generales de este futuro inmediato e ineludiblemente compaginar con la naturaleza misma en donde las energías fósiles tendrán que desaparecer y ser reemplazadas por las naturales como el viento, el sol y el agua para la producción de la energía sana, base de la salud humana y del medio ambiente.
Las obras institucionales, centros del comercio, viviendas, etc., tendrán que tener por norma el contacto bio saludable con el medio en donde se desarrollen tal como sucedió en otros países no hace mucho tiempo atrás, cuyas especificaciones exigían y aún exigen en el caso de los hospitales, donde solo se permiten construcciones de un piso sino además, por lo menos aisladas, a una distancia considerable de la periferia de la ciudad de apoyo y tener contacto total con la naturaleza del entorno.
Las normas de urbanismo habrán de cambiar totalmente y el sistema ferroviario central sería la solución exacta para el transporte urbano lo cual abriría las puertas a más zonas verdes, andenes y al uso de la bicicleta eléctrica que reemplazaría totalmente el automóvil personal. Teniendo en cuenta que el avance de la tecnología crece cada día, el transporte aéreo para materiales y personas tomaría un gran auge que, con la cibernética y la inteligencia artificial, sumados con las nuevas clases de trabajos no presenciales, el placer de la nueva ciudad nos haría la vida más fácil, apacible y saludable.
Los carros, por la incomodidad que representan, desaparecerán del medio totalmente, los índices de enfermedades letales disminuirían considerablemente y estaríamos dando algunos pasos hacia la felicidad y convivencia social. Nos volveríamos a sentar en las puertas de las casas y tendríamos la vital satisfacción de visitar y charlar con nuestros vecinos antes de acostarnos, como solía hacerse en otros tiempos, sin tener que vivir pegados a un teléfono celular, que a pesar de ser un mal necesario, anula las satisfacciones del poder de la presencia real de la vida y que nos niega sentir el calor de las personas que amamos. En vez de tantos trajes negros volveríamos a la humildad que representan las ropas blancas o los colores claros, la vida volvería a la sencillez y las ideas obtusas del poder político y social se destruirían con la verdadera filosofía de la democracia.
El mundo nuevo dependerá del criterio del arquitecto futurista, quien tendrá menos en cuenta la belleza, pues tiene la natural que nos legaron con la flora y la fauna de la tierra y propenderá por la planeación con la naturaleza misma a su lado y con la percepción sociológica del hombre frente a el hombre.
En Florencia, Italia, en uno de sus parques y monumentos hay una placa cuya leyenda, de una gran enseñanza humanística que, como epitafio, haciendo honor a aquel genio, pintor y arquitecto, nativo de Urbino Italia, Rafael Sanzio, dice: “aquí yace Rafael, por el que en vida temió ser vencida la naturaleza, y al morir él, temió morir ella”.
Sí, gran enseñanza que invita amigos arquitectos, a rescatar la vida, creando ambientes saludables y habitables y olvidemos la mezquindad de las obras públicas sin sentido, como aquellas que propician las superficies duras de las vías urbanas que sólo hacen crearnos un nuevo problema, que no solo se genera este por los combustible fósiles y otros, como lo es el calentamiento global por el efecto invernadero, tema hoy en la cabeza de los pensadores de la ciencia y del bien común para preservar la vida de todos, la vida de nuestro mundo y porque no, la vida del universo entero ya que como pinta el panorama volveríamos, si acaso el odio del hombre contra sí mismo nos lo permita, a nuestras formas de vida primitiva, como las casas de bahareques, que entre otras cosas serían mucho más agradables y vivibles que los pequeños infiernos en donde se está metiendo a la gente humilde y que hoy llaman con especie de orgullo patriótico en el mundo político, con el calificativo de “vivienda popular”.
(Nota dirigida a mis amigos Arquitectos, Ingenieros, constructores, consultores y en especial los dedicados a estas nobles profesiones como Alfonso Monsalvo, Augusto Orozco, Martin Pimiento, Jorge Arregocés, Alfonso Vidal, Jaime Palmera, José A. Maya, Santander Beleño, Hnos. Orozco, Hnos. Ortiz y otros grandes de la arquitectura en esta región)
Por Fausto Cotes N.
(Nota dirigida a mis amigos Arquitectos, Ingenieros, constructores, consultores y en especial los dedicados a estas nobles profesiones como Alfonso Monsalvo, Augusto Orozco, Martin Pimiento, Jorge Arregocés, Alfonso Vidal, Jaime Palmera, José A. Maya, Santander Beleño, Hnos. Orozco, Hnos. Ortiz y otros grandes de la arquitectura en esta región)
Definitivamente el diseñador futurista tendrá que ver y manejar a la perfección ciertos criterios que se convertirán en relevantes en toda propuesta para el crecimiento ordenado de la ciudad y su calidad de vida.
Condiciones como seguridad, comodidad, economía y estética sin llegar a confundir esta con la belleza, la cual solo debe permanecer entre las prioridades donde se pueda, pero no ser la panacea, acompañadas con las necesidades materiales y espirituales de las personas, deberían ser la base de los diseños para las construcciones generales de este futuro inmediato e ineludiblemente compaginar con la naturaleza misma en donde las energías fósiles tendrán que desaparecer y ser reemplazadas por las naturales como el viento, el sol y el agua para la producción de la energía sana, base de la salud humana y del medio ambiente.
Las obras institucionales, centros del comercio, viviendas, etc., tendrán que tener por norma el contacto bio saludable con el medio en donde se desarrollen tal como sucedió en otros países no hace mucho tiempo atrás, cuyas especificaciones exigían y aún exigen en el caso de los hospitales, donde solo se permiten construcciones de un piso sino además, por lo menos aisladas, a una distancia considerable de la periferia de la ciudad de apoyo y tener contacto total con la naturaleza del entorno.
Las normas de urbanismo habrán de cambiar totalmente y el sistema ferroviario central sería la solución exacta para el transporte urbano lo cual abriría las puertas a más zonas verdes, andenes y al uso de la bicicleta eléctrica que reemplazaría totalmente el automóvil personal. Teniendo en cuenta que el avance de la tecnología crece cada día, el transporte aéreo para materiales y personas tomaría un gran auge que, con la cibernética y la inteligencia artificial, sumados con las nuevas clases de trabajos no presenciales, el placer de la nueva ciudad nos haría la vida más fácil, apacible y saludable.
Los carros, por la incomodidad que representan, desaparecerán del medio totalmente, los índices de enfermedades letales disminuirían considerablemente y estaríamos dando algunos pasos hacia la felicidad y convivencia social. Nos volveríamos a sentar en las puertas de las casas y tendríamos la vital satisfacción de visitar y charlar con nuestros vecinos antes de acostarnos, como solía hacerse en otros tiempos, sin tener que vivir pegados a un teléfono celular, que a pesar de ser un mal necesario, anula las satisfacciones del poder de la presencia real de la vida y que nos niega sentir el calor de las personas que amamos. En vez de tantos trajes negros volveríamos a la humildad que representan las ropas blancas o los colores claros, la vida volvería a la sencillez y las ideas obtusas del poder político y social se destruirían con la verdadera filosofía de la democracia.
El mundo nuevo dependerá del criterio del arquitecto futurista, quien tendrá menos en cuenta la belleza, pues tiene la natural que nos legaron con la flora y la fauna de la tierra y propenderá por la planeación con la naturaleza misma a su lado y con la percepción sociológica del hombre frente a el hombre.
En Florencia, Italia, en uno de sus parques y monumentos hay una placa cuya leyenda, de una gran enseñanza humanística que, como epitafio, haciendo honor a aquel genio, pintor y arquitecto, nativo de Urbino Italia, Rafael Sanzio, dice: “aquí yace Rafael, por el que en vida temió ser vencida la naturaleza, y al morir él, temió morir ella”.
Sí, gran enseñanza que invita amigos arquitectos, a rescatar la vida, creando ambientes saludables y habitables y olvidemos la mezquindad de las obras públicas sin sentido, como aquellas que propician las superficies duras de las vías urbanas que sólo hacen crearnos un nuevo problema, que no solo se genera este por los combustible fósiles y otros, como lo es el calentamiento global por el efecto invernadero, tema hoy en la cabeza de los pensadores de la ciencia y del bien común para preservar la vida de todos, la vida de nuestro mundo y porque no, la vida del universo entero ya que como pinta el panorama volveríamos, si acaso el odio del hombre contra sí mismo nos lo permita, a nuestras formas de vida primitiva, como las casas de bahareques, que entre otras cosas serían mucho más agradables y vivibles que los pequeños infiernos en donde se está metiendo a la gente humilde y que hoy llaman con especie de orgullo patriótico en el mundo político, con el calificativo de “vivienda popular”.