Bailar fue siempre parte de su esencia. Participó en distintos concursos y reinados del ámbito municipal y regional.
Contrario a lo que pudiera creerse sobre la articulación apagada de las palabras y las frases por parte de los seniles, la forma de pronunciar de esta centenaria mujer es enfática, estribillosa y gira en torno a una premisa sencilla: “no he cambiado; soy la misma todo el tiempo, para que sepan que mi aprecio nace del corazón”.
Isabel Felicia Acosta Mieles, ‘La felle”, nació el 17 de junio de 1918, en el municipio de Manaure, balcón turístico del Cesar. Comparte su nombre de pila con una tía que le dejó como patrimonio la casa donde vive, en el barrio Fray Joaquín, del municipio de La Paz, cuya estructura física se conserva casi primigenia.
Su madre fue Rosa Ernestina Mieles y su padre Rafael María Acosta, con quienes vivió escasos años. Su adolescencia transcurrió entre Villanueva, La Guajira y Manaure, Cesar, bajo la tutoría de familiares biológicos y políticos. Hacia el año 1935, a la edad de 17 años, se radica en el municipio de La Paz.
Residió con su tío Ángel Castilla y luego con Isabel María Mieles, la tía de quien heredó la casa. Tuvo seis hijos, entre los que se cuentan Blanca, Marlyn, Anderson, Yaninson y Henry. Desde la época de la primera juventud, supo las implicaciones de asumir la vida por cuenta propia. Lavar y planchar fue su oficio perenne y que, por lo demás, dignificó su existencia.
Bailar fue siempre parte de su esencia. Participó en distintos concursos y reinados del ámbito municipal y regional. En otrora, se gozaba en los carnavales y desafió una de las convenciones típicas de las carnestolendas del ayer: en tiempos del capuchón, prefería tener el rostro descubierto. Mandaba a hacer sus vestidos para esas festividades y se iba con sus amigas a ‘la tuna de carnaval’.
‘La felle’ se encontraba en ese típico salón de baile del municipio, en la verbena de aquel sábado de febrero de 1952, día infausto en que la policía conservadora propició otro de los tantos hechos luctuosos de la historia local.
Otro de los episodios memorables –aunque menos dramático– de su vida, fue cuando se encontraba lavando en el pozo del ‘Río Mocho’ que lleva su nombre y se topó con un grupo de hombres dueños de lo ajeno. Sin permitir siquiera que se aproximaran, gritó con vehemencia y alertó a la comarca sobre la presencia de los asaltantes, a quienes, con firmeza, profirió: “vayan a robarle a otro, mi ropa no me la roban”.
‘La felle’ suele decir que todo lo que tiene se lo agradece a Dios. Se siente orgullosa de haber mantenido su hogar lavando y planchando. En su mirar ya despunta el alba de la eternidad, pero seguirá acumulando días y horas en esta tierra, hasta que su Creador diga ¡basta!
Bailar fue siempre parte de su esencia. Participó en distintos concursos y reinados del ámbito municipal y regional.
Contrario a lo que pudiera creerse sobre la articulación apagada de las palabras y las frases por parte de los seniles, la forma de pronunciar de esta centenaria mujer es enfática, estribillosa y gira en torno a una premisa sencilla: “no he cambiado; soy la misma todo el tiempo, para que sepan que mi aprecio nace del corazón”.
Isabel Felicia Acosta Mieles, ‘La felle”, nació el 17 de junio de 1918, en el municipio de Manaure, balcón turístico del Cesar. Comparte su nombre de pila con una tía que le dejó como patrimonio la casa donde vive, en el barrio Fray Joaquín, del municipio de La Paz, cuya estructura física se conserva casi primigenia.
Su madre fue Rosa Ernestina Mieles y su padre Rafael María Acosta, con quienes vivió escasos años. Su adolescencia transcurrió entre Villanueva, La Guajira y Manaure, Cesar, bajo la tutoría de familiares biológicos y políticos. Hacia el año 1935, a la edad de 17 años, se radica en el municipio de La Paz.
Residió con su tío Ángel Castilla y luego con Isabel María Mieles, la tía de quien heredó la casa. Tuvo seis hijos, entre los que se cuentan Blanca, Marlyn, Anderson, Yaninson y Henry. Desde la época de la primera juventud, supo las implicaciones de asumir la vida por cuenta propia. Lavar y planchar fue su oficio perenne y que, por lo demás, dignificó su existencia.
Bailar fue siempre parte de su esencia. Participó en distintos concursos y reinados del ámbito municipal y regional. En otrora, se gozaba en los carnavales y desafió una de las convenciones típicas de las carnestolendas del ayer: en tiempos del capuchón, prefería tener el rostro descubierto. Mandaba a hacer sus vestidos para esas festividades y se iba con sus amigas a ‘la tuna de carnaval’.
‘La felle’ se encontraba en ese típico salón de baile del municipio, en la verbena de aquel sábado de febrero de 1952, día infausto en que la policía conservadora propició otro de los tantos hechos luctuosos de la historia local.
Otro de los episodios memorables –aunque menos dramático– de su vida, fue cuando se encontraba lavando en el pozo del ‘Río Mocho’ que lleva su nombre y se topó con un grupo de hombres dueños de lo ajeno. Sin permitir siquiera que se aproximaran, gritó con vehemencia y alertó a la comarca sobre la presencia de los asaltantes, a quienes, con firmeza, profirió: “vayan a robarle a otro, mi ropa no me la roban”.
‘La felle’ suele decir que todo lo que tiene se lo agradece a Dios. Se siente orgullosa de haber mantenido su hogar lavando y planchando. En su mirar ya despunta el alba de la eternidad, pero seguirá acumulando días y horas en esta tierra, hasta que su Creador diga ¡basta!