Había planeado escribir esta columna periodística para halagar a mis consejeros periodísticos Tíochiro y Tíonan, dos valerosos personajes de la vida social, cultural, académica y contertulios de este país colombiano, quienes durante 688 columnas (con esta de hoy) publicadas en EL PILÓN me han acompañado con sus justas recomendaciones.
Por Aquilino Cotes Zuleta
Había planeado escribir esta columna periodística para halagar a mis consejeros periodísticos Tíochiro y Tíonan, dos valerosos personajes de la vida social, cultural, académica y contertulios de este país colombiano, quienes durante 688 columnas (con esta de hoy) publicadas en EL PILÓN me han acompañado con sus justas recomendaciones.
Sus consejos han sido prácticos y geniales, unas veces han atinado y en otras los márgenes de error han sido ínfimos. Pero cambié de opinión a última hora por una charla telefónica que tuve con el pariente Fausto Cotes Nuñez sobre su columna de ayer –en este mismo medio- denominada “Mientras haya hambre la paz no existirá”.
Hambre y paz, tienen características intrínsecas, ya lo dijo Fausto Cotes: “Nadie piensa en progreso con un estómago vacío”.
David Beasley director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos (ONU) lo explica así: “El camino hacia la paz empieza por la alimentación. Una tóxica mezcla entre conflictos, inestabilidad regional y los efectos del cambio climático está frenando los avances que hemos conseguido de cara a la erradicación del hambre en todo el mundo. A menos que nos comprometamos a retomar el buen camino, varios millones de personas más pasarán hambre y los lugares a los que llaman hogar serán todavía más peligrosos”.
Entonces, podríamos identificar varias facetas del hambre: los cordones de miseria en el Pacífico colombiano el Chocó, las zonas costeras del Valle del Cauca y Nariño. Son regiones que, junto a muchas de La Guajira, en el Cesar, Bolívar, Magdalena, Córdoba y Sucre padecen de hambre. Hay datos que enrostran la gravedad del problema.
A cada momento vemos campesinos y obreros en éxodos, huyéndole a los paramilitares, a los guerrilleros y a los otros grupos armados que han hecho con sus guerras los negocios para lucrarse de mucho dinero. De aquí emergen numerosas familias en busca de territorios para vivir, para apaciguar el hambre.
Mientras tanto, el Estado está ahí ofreciendo, haciendo trámites, localizando dinero, dizque montando estrategias económicas. Pero la realidad de esas comunidades es la misma: nunca les cumplen. Los gobiernos de derecha no lo hicieron y ahora tampoco el de izquierda. Un Estado que promueva el cambio, pero que demora sus políticas públicas en detrimento de la gente.
Esa hambre de las comunidades colombianas no es la misma que la del proletariado, la del universitario, del ciudadano común y corriente ni del trabajador que recibe un salario mensual de un millón y debe pagar $300 mil de arriendo, $80 mil de luz, $25 mil de agua, $30 mil de gas domiciliario, $100 mil en pasajes de buses, mas colegio, más celular, alimentación, medicamentos, etc. Al final, paga $500 mil más que lo que recibe. Esta gente también se queda con hambre. Pero hay un Estado retardatario.
No es lo mismo para quienes ganan mensualmente $10, $20, $30, $40 millones y reciben muchos otros emolumentos. Funcionarios que tienen a su disposición carros, casas, guardaespaldas y otros dividendos. Aquí no hay hambre. Organizaciones mundiales como la ONU predica, pero no practica, cuando afirma que “más de dos tercios de la población mundial está a merced de una mayor desigualdad de los ingresos y de la riqueza, lo que está socavando considerablemente las perspectivas de desarrollo sostenible”.
Lo otro es que no se compadece con los lucros de los banqueros y empresarios cuando revelan ganancias mensuales de miles de millones de pesos (dólares). Y cada año las revistas más importantes del mundo registran orgullosas los 5 o 10 ciudadanos más multimillonarios. Pero, las cifras de pobreza son de muchos millones de familias (Hasta la próxima semana).
[email protected] @tiochiro.
Había planeado escribir esta columna periodística para halagar a mis consejeros periodísticos Tíochiro y Tíonan, dos valerosos personajes de la vida social, cultural, académica y contertulios de este país colombiano, quienes durante 688 columnas (con esta de hoy) publicadas en EL PILÓN me han acompañado con sus justas recomendaciones.
Por Aquilino Cotes Zuleta
Había planeado escribir esta columna periodística para halagar a mis consejeros periodísticos Tíochiro y Tíonan, dos valerosos personajes de la vida social, cultural, académica y contertulios de este país colombiano, quienes durante 688 columnas (con esta de hoy) publicadas en EL PILÓN me han acompañado con sus justas recomendaciones.
Sus consejos han sido prácticos y geniales, unas veces han atinado y en otras los márgenes de error han sido ínfimos. Pero cambié de opinión a última hora por una charla telefónica que tuve con el pariente Fausto Cotes Nuñez sobre su columna de ayer –en este mismo medio- denominada “Mientras haya hambre la paz no existirá”.
Hambre y paz, tienen características intrínsecas, ya lo dijo Fausto Cotes: “Nadie piensa en progreso con un estómago vacío”.
David Beasley director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos (ONU) lo explica así: “El camino hacia la paz empieza por la alimentación. Una tóxica mezcla entre conflictos, inestabilidad regional y los efectos del cambio climático está frenando los avances que hemos conseguido de cara a la erradicación del hambre en todo el mundo. A menos que nos comprometamos a retomar el buen camino, varios millones de personas más pasarán hambre y los lugares a los que llaman hogar serán todavía más peligrosos”.
Entonces, podríamos identificar varias facetas del hambre: los cordones de miseria en el Pacífico colombiano el Chocó, las zonas costeras del Valle del Cauca y Nariño. Son regiones que, junto a muchas de La Guajira, en el Cesar, Bolívar, Magdalena, Córdoba y Sucre padecen de hambre. Hay datos que enrostran la gravedad del problema.
A cada momento vemos campesinos y obreros en éxodos, huyéndole a los paramilitares, a los guerrilleros y a los otros grupos armados que han hecho con sus guerras los negocios para lucrarse de mucho dinero. De aquí emergen numerosas familias en busca de territorios para vivir, para apaciguar el hambre.
Mientras tanto, el Estado está ahí ofreciendo, haciendo trámites, localizando dinero, dizque montando estrategias económicas. Pero la realidad de esas comunidades es la misma: nunca les cumplen. Los gobiernos de derecha no lo hicieron y ahora tampoco el de izquierda. Un Estado que promueva el cambio, pero que demora sus políticas públicas en detrimento de la gente.
Esa hambre de las comunidades colombianas no es la misma que la del proletariado, la del universitario, del ciudadano común y corriente ni del trabajador que recibe un salario mensual de un millón y debe pagar $300 mil de arriendo, $80 mil de luz, $25 mil de agua, $30 mil de gas domiciliario, $100 mil en pasajes de buses, mas colegio, más celular, alimentación, medicamentos, etc. Al final, paga $500 mil más que lo que recibe. Esta gente también se queda con hambre. Pero hay un Estado retardatario.
No es lo mismo para quienes ganan mensualmente $10, $20, $30, $40 millones y reciben muchos otros emolumentos. Funcionarios que tienen a su disposición carros, casas, guardaespaldas y otros dividendos. Aquí no hay hambre. Organizaciones mundiales como la ONU predica, pero no practica, cuando afirma que “más de dos tercios de la población mundial está a merced de una mayor desigualdad de los ingresos y de la riqueza, lo que está socavando considerablemente las perspectivas de desarrollo sostenible”.
Lo otro es que no se compadece con los lucros de los banqueros y empresarios cuando revelan ganancias mensuales de miles de millones de pesos (dólares). Y cada año las revistas más importantes del mundo registran orgullosas los 5 o 10 ciudadanos más multimillonarios. Pero, las cifras de pobreza son de muchos millones de familias (Hasta la próxima semana).
[email protected] @tiochiro.