MI COLUMNA Por Mary Daza Orozco Varios colegas hemos escrito sobre la responsabilidad de escribir para la opinión pública, sobre la disciplina que es necesaria en este oficio que se escoge por voluntad propia, pero no nos hemos detenido en los que nos aporta nuestro pequeño retazo de papel en un periódico que hacemos nuestro […]
MI COLUMNA
Por Mary Daza Orozco
Varios colegas hemos escrito sobre la responsabilidad de escribir para la opinión pública, sobre la disciplina que es necesaria en este oficio que se escoge por voluntad propia, pero no nos hemos detenido en los que nos aporta nuestro pequeño retazo de papel en un periódico que hacemos nuestro cuando desgranamos en él sentimientos, razonamientos, formas de pensar, anécdotas, en fin, vivencias diarias; y no me refiero a un aporte económico, no, todo el mundo sabe que a los columnistas aquí no nos pagan, somos colaboradores; me refiero al aporte gratificante que nos proporciona el que alguien nos diga: leí tu columna, ya con eso se justifica la dedicación semanal a comentar temas de interés y a veces unos que parecerán intrascendente, pero que para el escritor y para quienes van dirigido son importantes.
La columna muchas veces nos lleva al contacto con personas de las que nos habíamos olvidado, a pesar del afecto, y de pronto aparecen comentando el tema que tratamos, y es placentero, especialmente cuando sabemos que esa persona ha estado dedicada al oficio de escribir, que arma cuentos, relatos con lo que ha vivido, con las añoranzas, con lo que ha soñado, lejos de su pueblo.
Es el caso de Gustavo Hinojoza Daza, médico vallenato, que vive en Medellín, entre montañas y quebradas rumorosas, disfruta de su retiro, lee apasionadamente y escribe; a través de mi columna nos encontramos e intercambiamos literatura, su cuento El Cazador, conmueve: la narración está pintada de nostalgia por el Patillal de los ancestros, por los espantos, como cuando dice: “En el instante en que repentinamente desapareció la anciana, los ayes lastimeros cesaron y fueron reemplazados por un llanto fuerte…” por los hombres valientes de entonces, por las costumbre saturadas de sencillez, me recordó al poeta Diomedes Daza cuando me dijo: “Mi literatura es producto de las historias de aparecidos y espantos de Patillal”. Gustavo es otro cesarense que hace honor al alma de nuestra tierra: los cantares, los poemas, la literatura que es un canto perenne a la vida. Sólo aspiro leerlo más, estoy segura de que pronto tendré otro y muchos más cuentos de él, ¡qué bueno sería publicarlos!
Otro escritor que está aquí, entre nosotros, sorprende con su valiente libro: “Los hijos en el monte”, de Aquilino Cotes Zuleta, el inquieto periodista y profesor universitario se ha metido en los vericuetos de la narrativa sobre la violencia, sobre los jóvenes que tuercen sus sueños y se van a agarrar un fusil como única alternativa de salir de la pobreza; padres a los que se les vuelve la vida una desesperanza, con la tragedia respirándoles en la nuca. El pueblo de Altabique, que a pesar de su apariencia apacible lleva en sus adentros la violencia corrosiva, imparable, como la patria, es la patria con su historia de angustias.
“En Los hijos en el monte”, Aquilino Cotes Zuleta nos presenta un libro vidrioso, claro, con una narración sencilla, sobre la realidad que vivimos en el pasado y en el presente, el dolor lacerante que se puede resumir en una frase: “…esta carta me está matando…”, la dice un padre cuando lee el anuncio que su hijo le hace, desde las Montañas de Perdigones, sobre su decisión de empuñar las armas.
Cuántos escritores hay en nuestra tierra que guardan sus historias o porque no les interesa publicarlas o porque no han contado con el aporte necesario para ello, hay que rescatar esos cuentos guardados en el lugar de los sueños y afectos de los que escriben para que los lectores disfruten de la magia de la literatura y para que el Cesar se engrandezca más con las letras, con las palabras, sí, con la palabra.
MI COLUMNA Por Mary Daza Orozco Varios colegas hemos escrito sobre la responsabilidad de escribir para la opinión pública, sobre la disciplina que es necesaria en este oficio que se escoge por voluntad propia, pero no nos hemos detenido en los que nos aporta nuestro pequeño retazo de papel en un periódico que hacemos nuestro […]
MI COLUMNA
Por Mary Daza Orozco
Varios colegas hemos escrito sobre la responsabilidad de escribir para la opinión pública, sobre la disciplina que es necesaria en este oficio que se escoge por voluntad propia, pero no nos hemos detenido en los que nos aporta nuestro pequeño retazo de papel en un periódico que hacemos nuestro cuando desgranamos en él sentimientos, razonamientos, formas de pensar, anécdotas, en fin, vivencias diarias; y no me refiero a un aporte económico, no, todo el mundo sabe que a los columnistas aquí no nos pagan, somos colaboradores; me refiero al aporte gratificante que nos proporciona el que alguien nos diga: leí tu columna, ya con eso se justifica la dedicación semanal a comentar temas de interés y a veces unos que parecerán intrascendente, pero que para el escritor y para quienes van dirigido son importantes.
La columna muchas veces nos lleva al contacto con personas de las que nos habíamos olvidado, a pesar del afecto, y de pronto aparecen comentando el tema que tratamos, y es placentero, especialmente cuando sabemos que esa persona ha estado dedicada al oficio de escribir, que arma cuentos, relatos con lo que ha vivido, con las añoranzas, con lo que ha soñado, lejos de su pueblo.
Es el caso de Gustavo Hinojoza Daza, médico vallenato, que vive en Medellín, entre montañas y quebradas rumorosas, disfruta de su retiro, lee apasionadamente y escribe; a través de mi columna nos encontramos e intercambiamos literatura, su cuento El Cazador, conmueve: la narración está pintada de nostalgia por el Patillal de los ancestros, por los espantos, como cuando dice: “En el instante en que repentinamente desapareció la anciana, los ayes lastimeros cesaron y fueron reemplazados por un llanto fuerte…” por los hombres valientes de entonces, por las costumbre saturadas de sencillez, me recordó al poeta Diomedes Daza cuando me dijo: “Mi literatura es producto de las historias de aparecidos y espantos de Patillal”. Gustavo es otro cesarense que hace honor al alma de nuestra tierra: los cantares, los poemas, la literatura que es un canto perenne a la vida. Sólo aspiro leerlo más, estoy segura de que pronto tendré otro y muchos más cuentos de él, ¡qué bueno sería publicarlos!
Otro escritor que está aquí, entre nosotros, sorprende con su valiente libro: “Los hijos en el monte”, de Aquilino Cotes Zuleta, el inquieto periodista y profesor universitario se ha metido en los vericuetos de la narrativa sobre la violencia, sobre los jóvenes que tuercen sus sueños y se van a agarrar un fusil como única alternativa de salir de la pobreza; padres a los que se les vuelve la vida una desesperanza, con la tragedia respirándoles en la nuca. El pueblo de Altabique, que a pesar de su apariencia apacible lleva en sus adentros la violencia corrosiva, imparable, como la patria, es la patria con su historia de angustias.
“En Los hijos en el monte”, Aquilino Cotes Zuleta nos presenta un libro vidrioso, claro, con una narración sencilla, sobre la realidad que vivimos en el pasado y en el presente, el dolor lacerante que se puede resumir en una frase: “…esta carta me está matando…”, la dice un padre cuando lee el anuncio que su hijo le hace, desde las Montañas de Perdigones, sobre su decisión de empuñar las armas.
Cuántos escritores hay en nuestra tierra que guardan sus historias o porque no les interesa publicarlas o porque no han contado con el aporte necesario para ello, hay que rescatar esos cuentos guardados en el lugar de los sueños y afectos de los que escriben para que los lectores disfruten de la magia de la literatura y para que el Cesar se engrandezca más con las letras, con las palabras, sí, con la palabra.